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LA CRÓNICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ser o no ser periodista cultural

El gremio debate en Santander el estado de la profesión

Jesús Ruiz Mantilla

Cuando los periodistas culturales nos juntamos a abrirnos las carnes en público, debemos dar risa cuando no pena, penita. Oscilamos, dentro de la suculenta esfera lingüística que nos ha tocado en suerte, entre el optimismo febril de convertirnos en popes para 500 millones de hispanohablantes y las cornetas de los cuatro jinetes del apocalipsis.

Nos autoanalizamos con la obsesión de darnos pisto para seguir seduciendo a los héroes que nos leen en papel o nos hacemos sin rubor un selfie preadolescente que servimos acompañado de boutades en Twitter para nadar en la millonaria audiencia de la Red, a la que todavía nuestros ejecutivos no saben bien cómo sacarle tajada.

De eso, y más, debate el gremio desde ayer durante dos días en Santander en el I Congreso de Periodismo Cultural, organizado por la Fundación Santillana. Andamos acogidos por un alcalde, Íñigo de la Serna (PP), que —atento Montoro, si quieres, puedes— ha creado una zona franca de empresas culturales en la ciudad a las que hasta rebaja el IBI.

Resulta que el ministro del ramo, José Ignacio Wert, andaba ayer por la ciudad, pero no tuvo humor para acercarse al contubernio. Hubiese sido muy bien recibido, pero se habría acabado tirando al acantilado de la península de la Magdalena. No sabía Basilio Baltasar, organizador del encuentro como director de la Fundación Santillana, cuando a este lo nombraron ministro de Educación y Cultura, de qué le sonaba el teutónico nombre…

Si usted nos lee ahora en pantalla —no se lo echamos en cara—, fíjese en la primera fila de letras del teclado a la izquierda por arriba, después de la Q. Aparece, de forma premonitoria, su apellido. W E R T. No lo teclee con rabia. Conténgase.

Aquellos a quienes les ha tocado bregar en esta época negra de la legislatura mariana con los macrorrecortes y el IVA vengador —no está de más recordar que el porno lleva un 4% y el teatro un 21%— ven su profesión entre la nostalgia de los días con gastos pagados y la negrura de las miserias a tanto la pieza. Aun así, el periodismo cultural es un género de almíbares al que a veces conviene echar vinagre para aguar la fiesta de quienes nos venden la burra y desean blanquear fortunas, famas, carreras.

Ante eso, Martín Caparrós, recomendaba “no contar nunca menos de lo que se sabe”. Callar información es una sospechosa componenda de complicidades entre amiguitos. Xavi Ayén (La Vanguardia) no encuentra a sus colegas de deporte, economía o política preguntándose a cada rato quiénes son o adónde van, mientras su compañero y editor del suplemento Culturas, Sergio Vila-Sanjuán, introdujo la metáfora de la botella a medias para reivindicarse optimista.

La hincaron a morro quienes la veían medio llena, medio vacía y quienes preferían elegir entre varias de diferentes añadas. Lo que estaba claro es que, dentro del vidrio en sí, no había agua. Les pasaba a los cerebros de revistas cool, tipo Pepe Ribas (Ajoblanco) o Borja Casani (El Estado Mental). Uno alertaba “contra el peligro de alentar a consumir productos culturales que no cuestionen el sistema”; otro de “engañarnos con soportes que ya han muerto”.

A vueltas con la selección de contenidos, con la criba de la crítica y el grial de la autoridad para erigirse como referencia, los suplementos culturales también fueron objeto de un debate centrado en la esfera de los críticos, género autóctono del periodismo cultural. Berna González Harbour (Babelia) apostó por “construir piezas de autor, no de profesor”. Laura Revuelta (ABC Cultural), “por afrontar el oficio con honestidad, humildad, intuición”. Pero la discusión prendió entre varios de los presentes que demandaban respuestas sobre deontología, amiguismos y otras sombras, en la que participaron activamente Peio H. Riaño (El confidencial) y Antón Castro (El Heraldo de Aragón).

Por la tarde hubo visita al encallado Centro Botín, de Renzo Piano. Se atrevieron a meter 50 periodistas culturales en medio de las obras. ¿Descubrirían los problemas de estructura que lo han hecho fondear en mitad de la bahía santanderina sin fecha de inauguración a la vista? Atentos a los titulares.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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