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De frente | José Mota

“Hacer daño a un político por su intimidad sería mendigar la risa”

El humorista de Montiel (1965) lleva dentro un melancólico, que aquí asoma. “Estamos en un momento de gran confusión”, afirma

Juan Cruz
Samuel Sánchez

¿Cómo se siente? ¿Recuerdas qué te dije una vez? Cómo pasa el tiempo, cómo se nos va yendo todo. Tengo la sensación de que, a medida que me hago mayor, los días me duran menos. Y no me gusta.

 ¿Se siente mayor? No. Mantengo la ilusión, el espíritu vivo del niño que abandonó Montiel. Tenía miedo de que esa ilusión fuera desplazada por cosas materiales y sólo quedara dentro el vacío. He procurado que no me pase.

¿De qué se ha tenido que defender? De miedos propios, inseguridades. Soy bastante sensible y melancólico; siempre me he agarrado mucho a los recuerdos, pero si te aferras a ellos con mucha intensidad hipotecas el presente. De niños éramos eternos, había hoy, no había mañana.

¿Qué fue del niño? Me espera todavía en Montiel, sentado en el escalón de la casa de mis padres. Me dice: “¿Te ha merecido la pena el camino? ¿Cuánto te has dejado de ti?”. A veces me gana la batalla. Creo que el 70% de lo que he hecho me ha merecido la pena; he tenido que pagar un 30%.

¿Y cómo se lleva con la pérdida? Me llevo regular. Pierdes cosas, vivencias, amistades, aunque las recuperes luego. Es la vida, perder, recuperar. Lo que hago es un tremendo escenario que me ha dado cosas muy bonitas y me ha permitido proyectar la inmensa ilusión que tenía dentro por contar a través de la herramienta del humor. Muchos de los que nos dedicamos al humor también estamos en esto como parapeto y como terapia propia.

Hace parodia de la realidad, cuenta lo que ve desde el humor. ¿Cómo reacciona ante lo que ve el José Mota que no vemos en la tele? Estamos en un momento de gran confusión, de pérdida de ciertos valores éticos. Nos hemos preocupado más por tener que por ser y eso nos ha vaciado mucho. Es lo que en mi programa llamo el ansía rota, o el ansía viva. El 60% de las cosas que tenemos no las usamos nunca. Ahora compro lo que uso y como lo que necesito. Me he vuelto muy frío con eso.

Hace crítica en broma que suena en serio. ¿Le representa ese espíritu? Sí, porque en gran medida lo que represento lo pienso. Trato también de ser altavoz de lo que pasa en la calle. Hemos perdido aquí la maravillosa batalla del consenso. Lo viví cuando era pequeño.

Nos hemos preocupado más por tener que por ser y eso nos ha vaciado mucho”

El humor le ayuda a decirlo. Sin entrar en el terreno personal. Nunca me verás causando daño a un político, o a un personaje público, por cuestiones de su intimidad personal. Eso sería mendigar la risa, querer rascar para que caigan unas cuantas monedas de carcajadas. No me gusta.

Pero no deja títere suelto, del Rey abajo. En lo que hacen público. Nunca en la vida privada de nadie.

¿Le cura el humor de su melancolía? Sí, son parches que voy poniendo; la melancolía son pequeñas erupciones de lo que yo soy; soy un amante de la vida, de este invento que no sé si se ha creado por sí mismo, por el azar, por el caos o por Dios, pero soy un ferviente amante de la vida. Eso es lo que me hace temer que el tiempo se vaya. Pero no es bueno restregarse en el fango de la melancolía. Recuerda lo que se decía en Blade Runner: “… y todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia”.

¿Qué no le hace gracia? Todo lo que personalmente me transmite un profundo dolor no me hace gracia. No me apetece hacer chistes con la hambruna, con imposibilidades físicas, enfermedades con las que la gente lo pasa mal. ¿Prohibiría yo que se hiciera humor con cualquier cosa? No me gusta prohibir, creo que han de ser decisiones de cada uno. A mí no me sale, todos tenemos un código ético: cualquiera es respetable para mí siempre y cuando no cause daño a los demás.

¿Merece la pena tanto trabajo para hacer reír? Soy inmensamente feliz con mi trabajo. Saco tiras a mi vida personal; trabajo dieciocho horas diarias. Mi familia, mi mujer, Patricia, me reclaman más tiempo. Es complicado, pero entiendo que poco a poco iré dedicándome más a aquellos a quienes más quiero.

¿Cuándo se dio cuenta de que era el tiempo lo que nos iba a faltar? Desde muy temprano adquirí conciencia del tiempo. No me apetecía hacerme mayor; escuchaba a los adultos hablar de la Seguridad Social, de los pagos a Hacienda. Me aburría. Cuando eres niño el universo entero te pertenece, pero entras en el mundo del adulto y quedas secuestrado por el miedo. Las chispas de libertad que tienes se producen cuando eres niño otra vez.

Saramago decía que vamos con el niño que fuimos. Pues ese me espera en el escalón de la puerta de la casa de mis padres. Lo que pasa es que lo tenemos enfadado, por miedos; el miedo nos secuestra la vida, nos constriñe, nos castra. Mira lo que decía Punset: “Donde hay felicidad no hay miedo”.

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