Viejo cascarrabias, viejo sabio
Van Morrison aún ofrece instantes de consuelo, reivindicándose con su R&B tradicional
“No hay ningún tipo de héroes. Naces, vives y mueres”. La frase podía ser atribuida a Sid Vicious, estandarte del nihilismo punk, pero pertenece a Van Morrison, el músico cuya mejor obra, léase Astral weeks, Moondance, Veedon fleece o Into the music, más ha quedado asociada con la mística en el imaginario colectivo del rock. La frase la soltó a finales del siglo pasado cuando todos andaban preocupados por la falta de inspiración del viejo irlandés cascarrabias, dueño de una garganta atronadora como la que debió oír Moisés al conocer las tablas de la ley divina. Decía Van The Man que no creía en mitos y, desde entonces, no ha hecho otra cosa que luchar a su manera, pasando de todo y de todos, contra el suyo propio.
Su mito responde a la creación de lo que él mismo definió como Caledonia soul music, un lugar imaginario, un estado del alma, que se alcanza a través de una búsqueda musical que conjuga el jazz, el rhythm and blues, el soul y el folk en un solo verbo de resonancias gloriosas, impulsado por su portentosa y bella voz que, como dijo el crítico Lester Bangs, “aspiraba y espiraba sobre los peligros y las alegrías de la vida”, avanzando con él hacia esa Caledonia, el nombre que los romanos le dieron a las brumosas tierras de Escocia que nunca llegaron a conquistar, al norte del muro, más allá del limes.
Como les ha sucedido a otros genios que reinventaron la fórmula del rock, sea Bob Dylan o Neil Young, a Morrison le persigue su propia sombra. En su caso, lleva lustros con un piloto automático que le hace patrullar por zonas cómodas de standards, sin los abismos vitales de antaño. Pero con todo, aún, ofrece instantes de consuelo, reivindicándose en su visión taciturna del rhythm and blues tradicional como un anciano que apacigua con su voz cálida e intensa. En este disco de duetos se junta a colegas sobrados de talento y de esa vieja escuela del ritmo, consiguiendo momentos más que notables con Bobby Womack, Mavis Staples, P. J. Provy, George Brenson o Chris Farlowe. Y, en el fondo, a este gruñón, cuyos conciertos cuestan un ojo de la cara y actúa mirando el reloj para salir volando en su jet privado y dormir en su casa de Belfast, te toca darle la razón. Naces, vives y mueres, pero todo eso se sobrelleva mejor con una buena dosis de Van Morrison.
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