Lúcidos brotes de un pesimista
Los pensamientos de Enrique Lynch interesan: nos invitan a pensar con él, nos agradan o remueven
Imposible no recordar dietarios o breviarios célebres cuando cae en nuestras manos un nuevo libro de este género. Pensamos en Lichtenberg y sus cuadernos o en Pla; rememoramos a Canetti y La provincia del hombre o a Cioran y su Breviario de podredumbre. ¿Será esta novedad siquiera la mitad de digna que los mencionados? ¿Interesará a un público amplio lo que el autor nos cuenta, acaso con bastante egolatría e impudor?
Enrique Lynch (Buenos Aires, 1948), buen conocedor de los autores citados, supera la prueba de esa remembranza. Se mantiene en parecida tradición sin traicionarla y los pensamientos (no son aforismos) que anota aquí y allá, con ocasión de circunstancias múltiples, interesan: nos invitan a pensar con él, nos agradan o remueven. En tantas páginas hay sus más y sus menos, pero eso depende del lector. Concebido a modo de diccionario, es difícil desechar el impulso inicial de buscar los términos que más atraen: “amor”, “arte”, “belleza”, “felicidad”; y después mirar en el índice de nombres los de aquellos personajes que nos gustan: Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger, Spinoza, Wittgenstein. Pero luego, el entregado lector termina leyendo el resto.
Si se conocen algunas de las obras de Lynch, La lección de Sheherezade o Dionisio dormido sobre un tigre, por ejemplo, y se han leído las reseñas críticas que publica en prensa, se va sobre seguro con el presente breviario: filosofía y literatura, arte y vida se hermanan en cada una de sus entradas; reflejan esa constatable lucidez y ese desencanto del mundo (moral antes que estético) del hombre culto en extremo que sobrepasa la mediana edad. El título del libro es significativo: “Nubarrón” se dice en Argentina al pesimista, al aguafiestas. Memoria, nostalgia, amores idos, niñez y juventud difuminadas; todo pasa y todo deja su poso; se va o se queda para reconfortarnos o amargarnos, mucho de ello hallamos en estos brotes de pensamiento, realistas o negros, chocantes.
Hay clara vocación de estilo en este breviario, no sería literatura si desistiera de ella. De joven, Lynch tomó el consejo de Elias Canetti: escribir algo cada día. Con semejante disciplina se pulen las ideas y la prosa (lo primero va unido a lo segundo); además, Lynch es un experto en mirar. Sea una viñeta de los inmortales cómics del Príncipe Valiente, unas estampas de Caran d’Ache sobre Mambrú (el que “se fue a la guerra”), la Venus de Vallotton, o la pareja de delfines de un mosaico romano, sus comentarios al respecto contribuyen a que el lector mire de nuevo o por primera vez y se deje sorprender por las reflexiones de un autor laborioso y serio, al que quizás sólo le falte un puntito de humor para ser aún más interesante.
Nubarrones. Enrique Lynch. Comba. Barcelona, 2014. 478 páginas. 21 euros.
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