Cuando se apaga una estrella
La desaparición de una actriz suele ser una catástrofe que lamenta toda la sociedad para la que actuaba. Me refiero a las grandes actrices, las que impusieron un modo original de hablar, de moverse y de impostar caracteres, las que inventaron mujeres inauditas e impensadas. En el caso de Rosa Novell hay que añadir la nube de amigos que la apreciaron como artista, pero sobre todo la admiraron como persona.
Cuando muere una actriz mueren con ella todos los personajes y los escenarios a los que dio vida, porque los actores viven en la escena como los peces en el agua y nosotros los vemos a través de un vidrio que deforma, conforma y añade brillos y reflejos al sueño del mundo. De vez en cuando condescienden los actores a bajar del escenario, cruzar el vidrio y mezclarse con los ciudadanos habituales sin que por eso abandonen la actuación. Poco hay más fascinante que observar a un actor en una reunión social. Yo vi muchas veces a Rosa conversando con gente a la que todos sabíamos que detestaba (y con razón), pero parecía Lauren Bacall frente a Humphrey, la copa de dry Martini en un ángulo de 45º y el interlocutor hechizado como un pajarito. También la vi discutiendo violentamente con alguien a quien adoraba, pero ese día estaba en el mundo como Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane?.
Rosa Novell tenía una voz que subía del ronroneo al rugido en un instante
Su voz era suave si a favor y rasposa como lengua de gato si a redropelo. Una voz perfecta para papeles trágicos, con un registro amplísimo que subía del ronroneo al rugido en un instante, como la Callas. No conozco mejor Happy Days de Beckett que el suyo, incluso si repasamos la videoteca con versiones míticas como la de Ruth White o la de Fiona Shaw. Enterrada en el montón de basuras y con la cabeza como única parte del cuerpo capaz de expresar algo, la suya era una encarnación completa, un milagro de plenitud vocal que llenaba el escenario con el recitado prodigioso de un texto escrito para que Richter lo tocara al piano. En los momentos finales, cuando Winnie se apaga, me pareció ver una transcripción del Perro semihundido de Goya.
Mientras viví en Barcelona fui a todos sus estrenos y nunca vi disminuir su temple. Estaba igual de aplomada en Bernhard que en Folch i Torres, aunque dudo de que lo interpretara alguna vez. Siendo así que era actriz de teatro en catalán, sus posibilidades eran limitadas dado el escaso repertorio histórico. A pesar de ello trabajó hasta el último momento e incluso cuando ya se le había diagnosticado la terrible enfermedad continuó luchando. Ya no podía actuar, pero sí podía dirigir y a ello se dedicó con igual mérito y entrega porque a los grandes de las tablas no se les puede arrancar de la actuación.
Sólo algo tan augusto e incomprensible como la muerte es capaz de bajar el telón sobre un cuerpo absolutamente vigoroso y creativo, pero aunque las estrellas se apaguen, su luz nos alcanza durante milenios. Vaya en paz nuestra querida Rosa y llegue a ella nuestra última ovación.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.