“Hay un imperativo de ser feliz, en todas partes, todo el rato”
El filósofo francés se plantea en su última obra qué haría si le quedara una hora de vida
Roger-Pol Droit es un filósofo atípico que reniega de los intelectuales, medio en broma, medio en serio. Hace tiempo que llegó a la conclusión de que hay que fiarse menos de la cabeza y más del corazón. Que reflexionar está muy bien, sí; pero que lo importante es sentir.
Destacado pensador, su dilatada obra abarca ambiciosos ensayos; sesudos trabajos de investigación sobre las tradiciones filosóficas chinas, indias y tibetanas, así como obras divulgativas, en ocasiones, rayanas en lo literario. En su intento de romper esa distancia entre el pensador con respecto a la plebe, apuesta por experimentos como proponer al lector una serie de ejercicios insólitos que le descoloquen y le conduzcan a una reflexión.
El asombro, defiende con ahínco, conduce a la filosofía.
Correr por un cementerio. Llamarnos por teléfono a nosotros mismos. Beber y orinar al mismo tiempo. Estos son algunos de los experimentos que propone al lector para despertar un cuestionamiento de lo establecido. Lo hizo en 101 experiencias de filosofía cotidiana, editado en 2001, libro de fitness filosófico —cosas del marketing editorial— con el que vendió 100.000 ejemplares en Francia y que ahora se reedita en España (en Blackie Books). Y en su nueva obra, Si solo me quedara una hora de vida (Paidós), se somete a sí mismo a uno de sus experimentos: imaginar qué haría si solo le quedara una hora de vida para descubrir, así, qué es lo esencial. La vocación experimental no le abandona y factura una obra con querencia poética a caballo entre el ensayo, la filosofía y una literatura que denomina jazzy, es decir, en la que improvisa y se deja llevar.
“Es un juego serio, una experiencia de pensamiento”, afirma en una sala del Instituto Francés de Madrid. Es martes por la tarde y en el cielo se dibujan nubes que anuncian lluvia. Quedan pocas horas para que Droit (París, 1949), que fue consejero de actividades filosóficas en la Unesco entre 1993 y 1999, ofrezca una de sus performances de filosofía, un intento más de acercar el pensamiento al público.
Pregunta. Es usted un filósofo que recurre al humor y a lo insólito. ¿No hay necesidad de ser serio para construir argumentos de peso?
Incurrimos en el error de confundir lo serio con lo aburrido. Se pueden decir cosas importantes con un tono ligero”
Respuesta. Uno de los errores en los que incurrimos es confundir lo serio con lo aburrido. Se pueden decir cosas importantes con un tono ligero, incluso divertido. En la historia del pensamiento hay ejemplos raros, pero fácilmente trazables: Demócrito, entre los griegos, por sus historias de risas; Luciano de Samosata, Voltaire, Diderot, Rabelais, incluso Wittgenstein, que muchas veces es muy divertido. Creo que en lo insólito hay un valor filosófico al descolocar la mirada. El asombro es el punto de partida de la filosofía; Platón, Aristóteles, muchos filósofos lo han dicho. Si nos asombramos, empezamos a ver las cosas de otro modo. Nos falta asombro.
P. En Si solo me quedara una hora de vida elige usted el momento final para hablar sobre lo que es importante en la vida.
R. He escogido esta aproximación para intentar llegar a un momento de verdad. Imaginemos que nos quedan 3.600 segundos por delante. Es una ficción que nos pone frente a lo que no queremos ver: el carácter finito de nuestra existencia. Si nos queda una hora, ¿qué decidimos hacer de esencial? Uso este dispositivo para exponer lo que me parece más importante de lo que he comprendido de la vida.
P. ¿Y qué ha comprendido de la vida?
R. Lo primero, que hay que escogerla. No la podemos ver desde fuera, estamos inmersos en ella. No sabemos exactamente de qué se trata, pero lo que podemos decir es lo que nos enseñan nuestras sensaciones. ¿Qué me ha enseñado la vida? La duda, la ignorancia y la confianza en las sensaciones físicas.
La potencia técnica crece mientras que la potencia moral no se mueve”
P. Parece que la gente busca cada vez más respuestas en los filósofos en una especie de búsqueda de la felicidad, o de un sentido de la existencia.
R. Hay una especie de imperativo de ser feliz, en todas partes, todo el rato. Nos lo aconsejan de la mañana a la noche. Resulta sospechoso: cuando te lo repiten tantas veces es que algo no funciona. Siempre me ha sorprendido esa manera que tienen los norteamericanos de decir enjoy. ¿Por qué?, ¡si ya lo hago yo solito! ¡No necesito que me digan que disfrute de mi comida, está todo bien! En la obsesión actual por la felicidad hay un síntoma del deseo de eliminar lo negativo. Pero no hay vida sin aspectos negativos, y positivos. La idea de una felicidad sostenida, perfecta, sin estrés, sin preocupaciones, sin angustias, no me parece muy humana, ni interesante. Es algo con lo que se sueña en una época que es, efectivamente, angustiada, fragmentada. Hay que ser feliz en casa, con la pareja, en el trabajo, en la cama, en las vacaciones... ese imperativo permanente me parece un imperativo de control social.
Roger-Pol Droit apoya el brazo en la mesa; sujeta su frente con tres dedos. Manifiesta que la tecnología no es la salvación, como preconizan algunos, pero tampoco un anticipo del apocalipsis. Considera que el ser humano es ignorante, incrédulo, y que tiene algo de demente. “Lo que quiero decir es que la potencia técnica crece mientras que la potencia moral no se mueve. Hay muchas guerras y catástrofes que son desencadenadas por formas de sinrazón, de locura”. Sostiene que en Francia muchas cosas han cambiado tras el atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo. “Hay una toma de conciencia de que hay una guerra en marcha que no es entre Estados; no es entre militares y ejércitos”. Y lanza dardos contra sus colegas filósofos, critica su apatía. “Cuando tenía 20 años era un gran admirador de los grandes pensadores; al cabo de los años he conocido a muchos, los he visto de cerca y no he pensado exactamente lo mismo. Pienso que hay una especie de necesidad de admirar; en la vida intelectual en general, pero también en la vida social”.
P. En 101 experiencias de filosofía cotidiana recurre usted a puntos de partida insólitos para desencadenar experiencias filosóficas. ¿Es eso una extravagancia?
R. ¿Por qué extravagante? No, no lo creo. Es algo que está inspirado en los ejercicios espirituales de la antigüedad visto a la Hellzapoppin’ [filme de comedia americano en tono burlesco de los cuarenta]. Intento suscitar asombro, generar un clic.
P. ¿Hay una voluntad de provocación?
R. A veces sí, a veces no. No, obligatoriamente. Hubo una que suscitó muchos comentarios que fue la de beber mientras meas. ¿Es eso filosofía? Por supuesto que no, no estoy loco. Si se plantean preguntas abstractas y teóricas, todo el mundo va a sacar el bote de aspirinas y va a decir: es una clase de filo, no me interesa. Pero si se proponen cosas asombrosas, insólitas, que hacen que uno reflexione sobre una cuestión, no es filosofía propiamente dicha, pero es una puesta en marcha hacia la filosofía.
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