Mattarella
La llegada de Sergio Mattarella se cuenta como otro acierto en la elección de 'casting' de ese director de escena llamado Renzi
Cuando España se despierta soñándose republicana se ve mejor reflejada en un modelo presidencial más italiano que francés. Le President en Francia ha acabado por ocupar la esfera de gobierno de manera obvia y fomenta un modelo bicéfalo que ahora ya dudosamente permitiría la cohabitación de otros tiempos. En Italia, en cambio, el ocupante del Quirinal aúna la excelencia y el respeto ciudadano. Es más un vigía que un político en liza, y después del buen papel de Napolitano representa la institución más respetada. La llegada al cargo de Sergio Mattarella se cuenta como otro acierto en la elección de casting de ese director de escena llamado Renzi.
Matarella está unido, incluso sin quererlo, a la política televisiva italiana. Un retrato perfecto de la herida profunda que sacude al país fue la imagen de su hermano juez, Piersanti, asesinado camino de misa el día de Reyes en oscuro caso de mafia y ocultación de culpables, en presencia de su mujer, que es hermana a su vez de la esposa de Sergio, y de sus hijas. Pero hay más telepolítica. Sergio Matarella dimitió junto a varios ministros en julio de 1990 en protesta contra la aprobación de la ley Mammì. A esa ley se la llamó popularmente la ley Polaroid, porque se limitaba a fotografiar el estado de cosas más favorable a Berlusconi.
La ley Mammì quiso ser una ley antimonopolio, pero terminó burlada por medio de testaferros, empresas pantalla y, de manera directa, relacionada con sobornos al ex primer ministro italiano Bettino Craxi, entre amistades peligrosas con Gadafi y otros sospechosos habituales. La ley consolidó la titularidad de las tres cadenas de televisión de Berlusconi con Fininvest que, al sumarse a las tres de la RAI pública, le permitían de hecho controlar la información que recibía el noventa por ciento de la audiencia. Si alguien quiere preguntarse por las razones que le concedieron un poder estable tantos años, que no amenazaban ni escándalos ni filtraciones, solo tiene que mirar a la pequeña pantalla italiana, tan familiar para los españoles. Y, si no, podría quizá Matarella explicarlo en una lección algo tardía de sus razones para dimitir, intrincadas de manera directa con el drama de la traición a la democracia perpetrada a través del control televisivo.
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