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El revolucionario compasivo

Seumas O’Kelly retrató con brillantez la dura pobreza que albergaba la Irlanda bucólica

Marta Sanz
Un niño irlandés, retratado alrededor de 1900.
Un niño irlandés, retratado alrededor de 1900.The Art Archive Culver Pictures

Al irlandés Seumas O’Kelly (1881-1918) se le recuerda en una placa como the gentle revolutionary, y suavidad y patriotismo, compasión y urgencia reivindicativa, égloga y epopeya se equilibran en sus relatos. Los cuentos de Al borde del camino retratan a los míseros protagonistas de pequeñas historias ambientadas en Connacht, una de las regiones de Irlanda que más sufrió la hambruna a mediados del XIX. La conciencia de Irlanda como nación se construye a través de narraciones donde la violencia cristaliza en desahucios, exorbitantes rentas de los terratenientes, la dura cotidianidad del servidor de la tierra. Se define un territorio de injusticia y precariedad donde la lucha forma parte de una relación de causa-efecto: en 'Entierro al borde del camino' O’Kelly narra la revuelta agraria y rinde homenaje a sus héroes. Los túmulos, las fosas de la hambruna, convierten el paisaje en el espacio donde se produce la erosión de la historia.

O’Kelly enfoca la pobreza, y su búsqueda de la identidad nacional tal vez pueda entenderse como un modo de paliarla. Dinero, regateo, lonjas de tocino, avena para los animales, el hambre que muerde el estómago, la turba para calentarse no son elementos de atrezo que conceden tipismo a los relatos, sino la base sobre la que descansa cada historia. Bajo las verdes colinas de un lenguaje altamente lírico; bajo la lucidez ingenua que nos permite entender lo oculto detrás del velo de los cuentos de hadas; bajo los legendarios orígenes de los pueblos y la epopeya pastoril, arde una reivindicación política que llega a su máximo nivel satírico en ‘El rector’: ante la sospecha de un futuro de humanidad, igualdad, democracia y bien común, el rector proclama “Irlanda está perdida”.

‘El zapatero’ es un cuento excepcional sobre las fabulaciones poéticas de los humildes como forma de conocimiento y de supervivencia; además plantea un punto de vista inusitado sobre la bondad de los poderosos y las rebeliones. El retrato del artesano de esta historia podría llevarse a cabo con ese tono documental que años más tarde utilizó James Agee para escribir Algodoneros (Capitán Swing). Pero O’Kelly suaviza el realismo, lo legendariza, y consigue hacer de la literatura un canto y una herramienta crítica eficaz. La suavidad del realismo de O’Kelly —algodón relleno de pólvora— se logra a través de lo mítico, lo feérico y un sentido del humor que en algunas piezas, como ‘Regreso a casa’, desaparece para dar paso a una arenga patriótica en clave teatral. Tampoco hay sentido del humor en 'La cabra blanca': la vulnerabilidad de los indefensos, de los sometidos, del último eslabón en la cadena trófica de la explotación, se contrapuntea con la alegría cruel de los hombres que buscando desahogarse dañan a los más débiles. 'La cabra blanca' es un cuento sobre cómo nos arrogamos el derecho del sacrificio, aunque el sacrificio y la muerte puedan ser actos de compasión…

Un poso de reaccionarismo, acaso confesional, recorre la espina de algunos relatos de Al borde del camino. No obstante, lo que prevalece es la inteligencia narrativa, la sensibilidad de un escritor que no cae en la trampa lacrimógena de humanizar a la cabra, sino que se limita a dar cuenta de su dolorosa agonía y de cómo esa agonía se traduce en los pensamientos de un hombre que sufre con su animal. Muerte y compasión por los más débiles que se extrapola a los pobres y los pueblos oprimidos. El impulso piadoso también se reconoce en la forma de mirar al protagonista de ‘La lata con la marca de diamante’: Fastus Clasby, mercader de la precariedad, el hombre que vende el alimento y controla sus medidas, es asaltado por la pícara turba de los caldereros. El brillo falso de los timadores, la música de lata, el arte, la impostura para sobrevivir se proyectan sobre la oscuridad de la mercancía y, al final, el llanto de Fastus, en la contemplación de una naturaleza que lo hermana con sus ladrones, es empático.

O’Kelly repasa los tópicos de la dulce y verde Irlanda —música, escasez, emigración, héroes— valiéndose de la clásica oposición naturaleza/arte. En ‘El edificio’ la oposición se sofistica hasta el punto de convertirse en un contraste entre tradición común/originalidad personal que desemboca en un concepto romántico del artista como visionario, un soñador que prevé que su obra será más duradera que la misma naturaleza, un blasfemo que desafía con sus proyectos la obra magna de Dios… El artista es fanático y vanidoso, y al final siempre llega la desilusión. Para O’Kelly el arte y la literatura son sacramentales. Parece que con sus palabras está haciendo un acto de contrición por su soberbia.

Un último aviso para los lectores de aquí y ahora: leer la violencia que O’Kelly paraliza en la cápsula de ámbar de sus bellas palabras es interpretar el hoy. Precariedad, pobreza, hambre, frío, viejos que mueren alrededor de un brasero. La estremecedora posibilidad de que la ira sea justa.

Al borde del camino. Seumas O’Kelly. Traducción de Celia Filipetto. Sajalín. Barcelona, 2014. 148 páginas. 15,50 euros

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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