Paseando con Sanzol
El dramaturgo considera que "hay que escribir para regalárselo a alguien. Para dar alegría a los días”
Paseo con Alfredo Sanzol sin movernos de las butacas, en el escenario de la Fundación March, una tarde de lluvia. Paseamos por el Madrid de su época de estudiante en la Resad, y por la plaza del Castillo de su Pamplona natal, y por Quintanavides, el país de su infancia, de sus veranos eternos. Hablamos de su fascinación por el sketch, por la pieza corta, desde que, de pequeño, veía a los Teleñecos, y el Magic Circus de los Monty Phyton. Dice: “Quiero contar lo sagrado que habita en la anécdota”. Me gusta mucho la grandeza y la humildad de esta frase, que podían haber dicho Roald Dahl, y Pere Calders, y Jaime de Armiñán.
Hará cuatro años, en Pamplona, tuvimos un encuentro parecido, y lo que más recuerdo son los ojos brillantes de su padre, a la salida. El año pasado volví a ver y a escuchar a su padre al final de La calma mágica, en el Valle-Inclán. Yo creo, le digo, que una de las funciones del arte es hacer volver a los muertos, devolvérnoslos con el mismo brillo en los ojos.
Hablamos del humor. De L' umorismo de Pirandello, del eterno equilibrio entre humor y dolor, fecundándose. Sanzol habla de un “humor humanista”. Asiento y le digo que hay demasiado humor cínico, que “se siente superior”, que mira por encima del hombro. O, mejor dicho, que mira por encima del hombre. Le digo que, sin dejar de escribir sus estupendas funciones, me gustaría mucho verle dirigiendo algún día las tragicomedias de Arniches. O el teatro de Eduardo de Filippo. Hay una frase de Eduardo que nos gusta mucho a los dos: “Busca la vida y encontrarás la forma; busca la forma y encontrarás la muerte”.
Sanzol tiene la mirada de un niño muy sabio, comprensivo y burlón, perpetuamente extrañado y maravillado, con las antenas siempre alerta.
Sanzol dice frases sencillas, profundas, memorables. Dice: “Hay que escribir para regalárselo a alguien. Para dar alegría a los días”.
Hablamos, mucho, de la escritura. Me dice: “Intento escribir historias para liberarme de las herencias. Es decir, de los clichés”. Y luego: “Tengo muy mala memoria para los hechos pero muy buena para las emociones. Cuento historias para inventar los hechos que no recuerdo, y para contar me sirvo de las sensaciones que sí guardo. No busco un orden: forzar el orden debilita el sentido”. Sanzol tiene sistemas estupendos para guiarse: “Cuando he de empezar a escribir me digo: “¿Esto lo haría si estuviera de vacaciones y no tuviera nada que hacer? Si la respuesta es “sí”, el proyecto vale la pena”. Se define como un escritor de escena. “Lo que hago”, me dice, “no tiene sentido hasta que no lo veo encarnado en los actores. La escritura dramática habita en el escenario, y es una flecha que a veces va hacia otro lado. Mi trabajo como director consiste en buscar hacia dónde ha ido la flecha”. Hablamos de la vida, y me encanta que cite a un autor tan infravalorado como Kurt Vonnegut. “Él decía que cuando llegara al cielo iba a preguntarle a Dios cuáles habían sido las buenas noticias y cuáles las malas. A veces son las crisis las que disparan las alarmas, y la imaginación comienza entonces a construir soluciones. Tendemos a pensar que la vida es “algo que nos pasa”. No estamos educados en la idea de que la vida es algo a lo que podemos dar forma, color. Ser sujetos de nuestra propia vida”.
Babelia
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