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Triste alegría de vivir

Milena Busquets gestiona en 'También esto pasará' lo profundo del dolor, la ausencia, la muerte y las complicadas relaciones con su madre con elegante ligereza y oficio

Las editoras Esther Tusquets, al fondo, y su hija Milena Busquets, en su casa de Barcelona en 2005
Las editoras Esther Tusquets, al fondo, y su hija Milena Busquets, en su casa de Barcelona en 2005Susanna Saez

También esto pasará es un sendero que se te abre en cuanto empiezas a leer y al mismo tiempo notas cómo se va cerrando tras de ti. Un libro especial e irrepetible, no imbatible, pero sí sincero en su ficción y que su autora sabe manejar con oficio cuando se acerca demasiado a la playa de la autocomplacencia de lo estupendísimo. La caja de música que escuchas apenas inicias la segunda novela de Milena Busquets (Barcelona, 1972) te hipnotiza desde el principio. Puro sonido Hamelin y los pies sobre los ladrillos amarillos por los que la novela discurre y termina a ritmo de literatura testimonial, pero nunca catártica ni sentimentaloide. La partitura está impregnada con una agradable y dolorosa sensación de verdad literaria, de haber estado metido en un mundo ficcional universal al tiempo que muy personal. La autora crea el personaje de Blanca como falso pararrayos.

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La madre muerta. La madre que sostiene, da sentido a la narración y carga de profundidad los ligeros pasos de ballet de los personajes de También esto pasará. Esa mujer es la madre de la autora, bruja burlona y hada patosa, inteligente, egoísta, culta, educada, caprichosa y educadora de la férrea libertad de hacer lo que te da la gana, cargar las consecuencias, pero nunca culpabilizarse de ello. Esa mujer era la escritora y editora Esther Tusquets, fallecida hace poco más de dos años, figura esencial de la intelectualidad barcelonesa.

Esa ausencia es el motor que hace andar el universo de la ficción que necesita Busquets para dar fe de la pena y la nostalgia, las ganas de vivir y la aceptación de una cierta madurez de seguir viviendo en el paraíso cuando éste ya no es tal y hay más ausentes que presentes dentro de sus puertas. Un paraíso de veranos en Cadaqués. El pueblecito de la Costa Brava es otro de los protagonistas de la novela, una isla al estar protegido por la naturaleza, idílico lugar de infancias, recuerdos, novios y niños. Y su madre. Como personaje que lo llena todo. Una diosa que es capaz de llenar de oxígeno una habitación y de quitárselo al minuto siguiente.

No es de extrañar que este libro arrasara en la Feria del Libro de Fráncfort. Y que le sucediera lo que suele ocurrirle a autores extranjeros: que las más importantes editoriales se hicieran con los derechos para su traducción. Se le ha comparado a Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, y tiene sentido la comparación. Ese toque agridulce, de ganas de vivir a pesar de que la nostalgia empieza a ser una muleta, un ancla. Esa luz —en este caso del sol de Cadaqués— que abrasa, ilumina y hace creer que cada día es un nuevo día en que todo está puesto para ti, pero que, al mismo tiempo, nada será igual. Y también, por el tono de ligereza al tratar de dramas y penas, familias, amigos y ex, diálogos y sentencias brillantes, ausencia de problemas mezquinos como el dinero, el trabajo o una lavadora que no funciona, al mundo fílmico de Woody Allen.

Pero incluso de eso sale bien parada —gracias a su olfato narrador— Milena Busquets. Gestiona lo profundo del dolor, la ausencia, la muerte, las relaciones complicadas con su madre con una elegante ligereza, que parece casi un rasgo de carácter que ha podido llevar a su literatura. Y no deja de ser difícil hacer avanzar desde ese punto de fuga la novela en un entorno de seres maravillosos —amigas, hijos, exmaridos, extraños—, todos guapos, ricos y con unas ganas locas de vivir. En realidad, la dificultad de la novelista está ahí, en no derivar esa ligereza en superficialidad, en un diario de Blanca Jones culta y rentista en entorno maravilloso y ausencia materna al fondo. Cómo se va enturbiando ese mundo maravilloso sin nunca perder la elegancia, la prestancia, el fair play es digno de remarcarse. La novela acaba al mismo nivel que empieza gracias a los conflictos con amiga, amante casado y fantasma del pasado. Conflictos resueltos no con dramatismo, sino como parte de lo bueno y lo malo de la vida. Que puede ser cualquier cosa —parece querer decirnos Blanca a través de lo que queda de su madre en ella— menos algo quieto, inerte, sin capacidad de sorpresa, de sexo, el único estallido de vida que vence a la muerte cada vez que se le convoca.

También esto pasará. Milena Busquets. Anagrama. Barcelona, 2015. 172 páginas. 16,90 euros (digital, 11,99).

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