Muere Eugenio Suárez, la pugna incesante por el mejor periodismo
Corresponsal en Hungría durante la Segunda guerra Mundial, fundó el semanario 'El Caso', 'Sábado Gráfico' y una veintena de medios
La historia del periodismo español, durante la segunda mitad del siglo XX, resultaría incomprensible sin contemplar la obra y la figura de Eugenio Suárez Gómez, fallecido a consecuencia de una enfermedad pulmonar a sus 95 años en el hospital San Agustín de Avilés, en la medianoche del lunes 30 de diciembre. Audacia transgresora, impulso narrativo y sentido creador de información y de opinión, signaron la personalidad de uno de los periodistas más importantes de la historia contemporánea.
Suárez había nacido en 1919 en la localidad manchega de Daimiel, donde su padre ejerció como médico. Su familia se trasladó poco después a Madrid donde él pasó su adolescencia junto al Retiro, en un domicilio de la calle de Antonio Maura. Dotado de un espíritu “inquieto y transgresor”, según sus propias palabras, completado por un muy agudo sentido de la observación, estudió –“sin demasiadas ganas”, comentaba- en el colegio del Pilar de la calle de Castelló.
Con 16 años Eugenio Suárez se hizo falangista -"joseantoniano” se definía entonces- hasta que el Decreto de Unificación dictado por Franco en abril de 1937 para someter a tradicionalistas, monárquicos y falangistas al llamado Movimiento Nacional le hizo distanciarse del régimen del dictador, como escribiría Suárez. A edad muy temprana, espoleado por un estro narrativo muy enraizado, comenzó a colaborar en distintos medios, agencias, periódicos y revistas, como la agencia Efe, Fe y La ametralladora. Su temperamento rebelde llevó a sus jefes de redacción, entonces muy mediatizados por el poder político, a enviarlo hasta Hungría, donde con apenas 24 años, ejerció como corresponsal y agregado de Prensa in pectore durante dos años cruciales de la Segunda Guerra Mundial.
En Hungría, Eugenio Suárez comprobaría la barbarie nazi y sería testigo de excepción de la ayuda dispensada por varios funcionarios diplomáticos españoles, como el más conocido Ángel Sanz Briz, con grave riesgo para su integridad, a la castigada comunidad judía de Budapest. Así lo reflejó en su libro Corresponsal en Budapest, publicado en 1946 y reeditado en 2007 por Mapfre. En él destacaba Suárez, asimismo, que elevadas cuotas de peligro asumido y de eficacia salvadora en aquel amparo a los judíos húngaros correspondieron a dos periodistas comunistas italianos, camuflados bajo cobertura diplomática, que asimismo se jugaron la vida en numerosas ocasiones para proteger a los israelitas perseguidos. De su experiencia húngara –él también “arrimó el hombro” en aquella gesta, decía con humildad- Suárez extraería la convicción de que “la experiencia de la Europa de los últimos 15 años (hasta 1946) ha sido tan excesivamente fuerte como para que hayamos perdido toda clase de ilusión respecto a los regímenes totalitarios”, escribía entonces aquel inquieto periodista falangista de 27 años.
De vuelta a Madrid a través de una Europa desolada, Eugenio Suárez se vio guiado por su vocación periodística hacia numerosos medios informativos, algunos de los cuales, hasta una veintena, fundó, impulsó o dirigió. Su más renombrado éxito sería El Caso, diario primero y semanario después, dedicado al tratamiento del género de Sucesos. Muy marcado por la censura, este medio solo podía dar un “crimen de sangre” por cada edición. El Caso, que permitía vislumbrar desde sus textos y reportajes gráficos las tribulaciones sociales de una España cercenada por el autoritarismo franquista, atrajo la atención de decenas de miles de lectores y lectoras y llegó a tirar 400.000 ejemplares cuando reveló los crímenes de José María Jarabo Pérez Morris, sobrino de un magistrado del Tribunal Supremo y ex alumno, como Suárez, del colegio del Pilar.
Eugenio Suárez ejercería como corresponsal de la gran revista París Match en Madrid, experiencia que le dotó de una cultura periodística también muy visual, que luego aplicaría a un medio por él fundado, Sábado Gráfico, enormemente perseguido por la censura, pero feliz precursor de una forma de hacer prensa que halló en Triunfo e Interviú, entre otras publicaciones bien distintas, buena parte de su inspiración.
Impulsor de revistas cinematográficas, como Cine en Siete días o de humor, como El Cocodrilo Leopoldo, Suárez era, pese a su singular individualismo, un excelente creador de equipos periodísticos. Sabía delegar funciones–Julio Camarero llevaría gran peso en El Caso y Cándido Calvo en Sábado Gráfico- y apostaba por los jóvenes periodistas que ante él mostraban bravura y valentía. Protagonizó algunas anécdotas singulares, como una en la cual, siendo apenas un redactor mozalbete, en la inmediata posguerra, salió dando un portazo del despacho de Juan Aparicio, gerifalte absoluto de la prensa franquista, al que Eugenio Suárez, espetó desafiante: “¿Y para eso hemos muerto un millón de hombres?”. En una ocasión, en diciembre de 1957, por mediación de su amigo Eduardo Haro Tecglen, pidió ingresar en el PCE, pero “Federico Sánchez”, en realidad Jorge Semprún, responsable en la clandestinidad de la formación comunista, desaconsejó su ingreso. En verdad Suárez actuaba por despecho hacia la censura ya que, como reveló, nunca se sintió comunista, aunque mantuvo amistades en todo el abanico ideológico.
La pasión periodística de Eugenio Suárez le hizo mantenerse ante la máquina de escribir –llevaba mal los ordenadores- hasta sus últimos días, que decidió vivir en la localidad de Salinas, frente al mar Cantábrico. De allí procedían sus últimas colaboraciones en EL PAÍS, la cadena SER y La Nueva España, donde ha narrado algunas de sus más señaladas vivencias.
Lacerado por la muerte de un hijo suyo electrocutado en el baño de su domicilio, logró sobreponerse a diferentes reveses vitales. Mostró un valor a prueba de todo tipo de obstáculos y supo ser muy buen amigo de sus amigos. Gran conversador, dotado de un peculiar sentido del humor, amante de la chanson francesa y muy atento a la vida social, vivió sabiamente los atribulados tiempos que le correspondió vivir, manteniendo de manera incesante un talante burlón ante los avatares políticos y vitales. Desde una personalidad valiente, antiautoritaria y transgresora, asumió con denuedo la pugna del periodismo por abrir paso a la verdad.
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