Crónica de Santa María
Juan Carlos Onetti nos recuerda que las epopeyas que nos enseñan a vivir también suceden en las urbes latinoamericanas
Siempre creí que la invención de la ciudad mítica de Santa María a partir de la novela La vida breve (1950), de Juan Carlos Onetti, era un ejercicio de la nostalgia que sentía y activaba el autor uruguayo por su ciudad natal en un tiempo en que él residía en la capital porteña y Perón había cortado las comunicaciones entre Buenos Aires y Montevideo.
Tal vez esa idea fue la que inconscientemente me hizo rehuir, tantas veces, un viaje a Uruguay, como el que este diciembre hago.
¿Estaba yo evitando conocer el modelo real en el que se basó Onetti para crear su Santa María ficticia?
Lo cierto es que he venido a Montevideo, me he alojado cerca del Barrio Sur, donde nació Juan Carlos Onetti el 1 de julio de 1909, y pasó parte de su infancia feliz, y por fin me he tropezado por las calles con los Eladio Linacero, los Juan María Brausen, los doctores Díaz Grey y los rufianes nihilistas tipo Larsen. Y también con las desdichadas Gertrudis y las ingenuas Angélica Inés Petrus. Todos ellos siguen alargando sus existencias por aceras con el pavimento resquebrajado, a la sombra de esbeltos plátanos del Líbano y cielos azules montevideanos en vísperas de estío.
No sé si todas esas criaturas se habrán enterado de que Onetti murió en Madrid hace ya veinte años y que la ciudad que lo vio nacer no le ha dedicado ni un museo, ni siquiera un espacio menos solemne para recordarlo, aunque luego uno pueda toparse, en sus deambulares urbanos, hasta con un museo del carnaval en una de las calles más céntricas de la capital uruguaya.
Por fortuna, sí están en un Montevideo prenavideño los cuentos y las novelas de Onetti, reeditadas con esmero y profusión, tanto en las librerías bestsellerianas como en las de culto, como la Linardi y Risso, en la calle Juan Carlos Gómez, muy cerca de la arteria principal de la capital charrúa y de una de sus tantas plazas frescas y acogedoras que salen a nuestro encuentro de peatones desorientados: la Plaza Constitución. Linardi y Risso es un lugar que visito con devoción y aprovecho para saludar al espigado, elegante y amable Álvaro J. Risso, su actual propietario.
He venido a Montevideo y he cumplido entregando a la biblioteca de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República un ejemplar dedicado de mi edición crítica de El astillero que en su día me encargó para la colección Cátedra el gran tipo que era Gustavo Domínguez, cuando Onetti permanecía en España como un perfecto desconocido.
Está claro que la vida real siempre termina pareciéndose a la vida de la literatura porque los símbolos los inventó el hombre para demostrarse a sí mismo que la existencia es una permanente repetición y que la derrota también puede tener una cara bella.Los sentimientos humanos no entienden de partidos blancos o colorados, de frentes amplios ni de derechas civilizadas con rostros televisivos, por eso la Montevideo actual sigue siendo la Santa María eterna que soñó Brausen, aunque el Colorado, ese personaje que descubrimos primero en el cuento La casa de arena, un episodio desgajado de La vida breve, y publicado en 1949; aunque ese Colorado regrese en las páginas de una novela posterior, Dejemos hablar al viento (1979), para destruir Santa María con un fuego nada purificador.
No, Santa María sigue intacta, y sus habitantes se debaten, como siempre ha sido, entre sus temores y sus esperanzas. Esa ciudad especular sigue en pie para no desmentir al Onetti que fue capaz de diseñarla metro a metro a través de sus epítetos insólitos y de una esgrima sintáctica que vienen a demostrarnos que no es necesario terminar los estudios secundarios, como no los terminó nunca Onetti, para ser un sabio a la hora de manejar el lenguaje. Y la imaginación, claro.
Al convertir Onetti a Montevideo en literatura, Santa María se erigió en imperecedera.
Nadie podrá arrebatarle a Onetti el mérito de descubrirnos que en las ciudades latinoamericanas también suceden las epopeyas que nos enseñan a vivir. Aunque sea desde el descreimiento más radical. La marca Onetti.
Juan-Manuel García Ramos es escritor y catedrático de Filología Española de la Universidad de La Laguna. Su publicación más reciente es El zahorí del Valbanera.
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