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OBITUARIO

Billie Whitelaw, musa de Beckett

Su papel más popular fue el de niñera maléfica en ‘La profecía’

Marcos Ordóñez
Billie Whitelaw, en 1961.
Billie Whitelaw, en 1961.JOHN PRATT (GETTY)

Extrañas coincidencias: Billie Whitelaw, la actriz favorita de Samuel Beckett, trabajó con él a lo largo de 25 años y falleció el pasado domingo, la víspera del veinticinco aniversario de su muerte. La intérprete británica, de 82 años, vivía en Denville Hall, una residencia para actores fundada y financiada por Richard Attenborough, en el barrio londinense de Hampstead. Comenzó su carrera a los 11 años, en programas de radio. A los 14 entró en la compañía de Joan Littlewood, el Theatre Workshop. Estudió en la RADA y debutó en el cine en 1954, con un pequeño papel en El tigre dormido, de Joseph Losey. De 1964 a 1966 formó parte de la compañía del National Theatre, dirigida por Laurence Olivier, y fue Desdémona a su lado en el Otelo del Festival de Chichester.

En 1964 conoció a Beckett. El flechazo se produjo durante el estreno de Play en el Old Vic. “Es la intérprete perfecta”, dijo el dramaturgo. Quienes trabajaron con ella la describen así: disciplinada como una atleta, sensual, con una voz oscura y un toque inquietante, y, siempre, con una intensidad eléctrica. Beckett la dirigía línea a línea, coma a coma, gesto a gesto. Para ella escribió Not I, estrenada en el Royal Court en 1973: un monólogo en el que solo se veía su boca, rodeada de completa oscuridad. Los ensayos fueron durísimos y rozó el colapso nervioso. Cuando Beckett supo que aquellos días el hijo de la actriz había sufrido un ataque de meningitis y ella se lo había ocultado para no preocuparle, se deshizo en excusas y su admiración se centuplicó.

El dramaturgo irlandés

Juntos hicieron Eh Joe, Footfalls, Rockaby y, sobre todo, una memorable puesta en escena de Happy Days, de nuevo en el Court, en 1979, la última dirección de Beckett: en ella, el personaje de Winnie alcanzó un atractivo y una sorna como nunca hasta entonces. Billie Whitelaw sintió la muerte del escritor “como una amputación” y en su honor se dedicó durante años a dar conferencias sobre su obra dramática. “Me sentía como arcilla en sus manos. Fue un trabajo agotador pero absolutamente apasionante”, dijo.

La crítica volvió a aplaudirla en dos grandes trabajos consecutivos —Passion Play (1981), de Peter Nichols, y Tales from Hollywood (1983), de Christopher Hampton—, pero sus noches de teatro estaban contadas.

Se despidió de la escena en 1987 con ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, que protagonizó con Patrick Stewart en el Young Vic: en su autobiografía, Billie Whitelaw… Who He?, cuenta cómo perdió el impulso actoral por fatiga, desinterés… y también pánico escénico. “No me asusta la muerte”, escribió: “Me asustaba mucho más el momento en el que subía el telón”.

Desde los primeros sesenta había sido una presencia regular en el cine y la televisión británicos. Hizo su primer papel protagonista junto a Albert Finney en Charlie Bubbles (1967), que no se estrenó en España; volverían a coincidir en Detective sin licencia (1971). A comienzos de la década de los setenta trabajó con Mastroianni en Leo el último (1970), fue María Antonieta en Empiecen la revolución sin mí (1971), con Gene Wilder y Donald Shuterland, y rodó Frenesí (1972) con Hitchcock, al que pilló tarde: cuadraba a la perfección en su ensueño de rubias glaciales y ardientes. Quizás su papel más popular fue el de la maléfica niñera de Damien en La profecía (1976), que le valió el premio a la mejor actriz del Evening Standard. Permaneció activa en la pequeña y gran pantalla casi hasta el final. Recuerdo su excelente trabajo en Los Kray (1990), como la posesiva madre de la pareja de gánsteres de Whitechapel, y su postrera aparición en Arma fatal (2007), una comedia de Simon Pegg y Edgar Wright, los creadores de Shaun of the Dead, que rodó porque su hijo era un fan absoluto de la película. Estuvo casada dos veces: con el actor Peter Vaughan, que murió en 1966, y con el escritor y crítico teatral Robert Muller, fallecido en 1998.

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