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CRÍTICA | FUEGO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Yo soy la justicia

Javier Ocaña
José Coronado, en un fotograma de 'Fuego'.
José Coronado, en un fotograma de 'Fuego'.

Que en el transcurso de apenas un año se hayan estrenado Asier y yo, Ocho apellidos vascos, Lasa y Zabala, 1980 y Fuego, más la pronta llegada de Negociador,películas tan distintas en tonos, formatos, géneros e intenciones (artísticas, comerciales y, quizá, incluso políticas), es un hecho que hay que celebrar tanto en lo social como en lo cinematográfico, con independencia de la desigual calidad de cada una de ellas. El terrorismo de ETA es parte de nuestra más negra historia reciente y ha llegado definitivamente al cine para quedarse.

FUEGO

Dirección: Luis Marías.

Intérpretes: José Coronado, Leire Berrocal, Aída Folch, Jaime Adalid, Montse Mostaza.

Género: thriller. España, 2014.

Duración: 90 minutos

Luis Marías, el penúltimo creador en adentrarse en sus recovecos, lo hace a través de una vertiente inédita, la de la venganza con fines individuales y nunca colectivos, y en un tono más cercano al thriller, incluso al noir, que al drama político. Una tentativa complicada y valentísima que, sin embargo, naufraga tanto por falta de complejidad como por desajustes narrativos y técnicos.

Al grano: la película arranca fatal. A la escena inicial, la que acabará desencadenando años más tarde la ira, con un coche bomba que acaba con la vida de una mujer y que deja sin piernas a una niña, sin la potencia dramática ni visual suficiente para dejar helado al público, le siguen diversos problemas de verosimilitud (el contrato con el joven polaco, la excusa editorial que lleva al encuentro del expolicía con la mujer del etarra...), y una serie de secuencias donde el tono recitativo de las interpretaciones se impone sobre la naturalidad.

En cambio, en el segundo acto, ya en Lekeitio, donde se desarrolla el núcleo central de la historia, el evidente interés del planteamiento y la mejoría de las actuaciones provoca que todo quede en manos del clímax, donde Marías debe poner trascendencia y brío, reflexión y mensaje. Pero ahí solo hay trazo grueso, verbalización e irrelevancia. Que el discurso del protagonista sea tan comprensible como básico no significa que lo deba ser el de la película en sí misma.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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