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Muere a los 94 años P.D. James, la gran dama de la novela negra británica

La autora, creadora del detective poeta Adam Dalgliesh, publicó una veintena de libros

P. D James, en una fotografía de 2011.
P. D James, en una fotografía de 2011.David Levenson (Getty Images)

Phyllis Dorothy James, conocida para sus millones de lectores bajo el alias P.D. James, se ganó en Reino Unido la reputación de reina de la novela negra, un género que contribuyó a renovar y sobre el que le irritaba que pendiera la etiqueta de “menor”. Fallecida ayer a los 94 años en su Oxford natal, la voz más literaria de entre los autores británicos del policiaco deja una obra que conquistó al público y a la crítica con su retrato de la complejidad humana, servido por la construcción meticulosa, casi forense, de las tramas y la elegancia en la pluma.

“Creo que mientras viva, voy a seguir escribiendo”, subrayaba el año pasado la venerable anciana durante una de sus últimas entrevistas, en la que confesó a la BBC estar inmersa en una nueva novela. Quizá ese empeño naciera de su condición de escritora tardía, que a los 42 años publicó su primera novela (Cubridle el rostro, 1962), seguida de una veintena de títulos consagrados en su grueso al relato criminal, aunque James también sobresalió en sus incursiones en otros ámbitos, como el aclamado libro de ciencia ficción Hijos de los hombres (1992). Trasladada al cine por Alfonso Cuarón en una película que logró la nominación al Oscar, esa historia enmarcada en una Inglaterra del futuro donde los humanos ya no pueden procrear, quiso reflejar las consecuencias de la caída de la fertilidad en Occidente.

Porque la disección de la sociedad moderna, centrada en su caso en las realidades de Reino Unido, es una de las constantes en la singladura literaria de James. Por ella transita en primer lugar el inspector de Scotland Yard Adam Dalgliesh, protagonista de 14 de los títulos de su madre literaria y del estreno de una carrera en las letras que sólo pudo arrancar en plena madurez de la autora. Phyllis Dorothy James siempre ambicionó convertirse en escritora, pero la precaria situación financiera familiar le forzó a abandonar sus estudios a los 16 años. En 1941 se casó con un estudiante de Medicina que acabó trabajando para el Ejército, Connor White, y con él se embarcó en una clásica existencia familiar hasta que la incapacitación laboral del marido y su internamiento en una institución, víctima de los estragos de la guerra, forzó un cambio radical.

La entonces madre de dos hijas se buscó el sustento en la Administración, que le procuró un puesto en el departamento de Criminología del Ministerio de Asuntos Exteriores, pero al mismo tiempo vio una ventana hacia su vocación literaria. “No podía seguir buscando excusas para convencerme de que nunca encontraría el momento para intentar convertirme en una autora seria”, explicaba a este diario hace cinco años. “Sólo seguiré escribiendo si estoy segura de que puedo mantener el nivel”. Todavía confiaba en sus posibilidades, como demuestra la publicación en 2011 de La muerte llega a Pemberley, una versión en clave de novela negra del Orgullo y Prejuicio de su reverenciada Jane Austen.

Tomando el dominio de la construcción narrativa de Austen como referencia, James eligió la novela negra porque consideró que podía emular con éxito a los autores del género a los que admiraba. Se propuso construir el férreo armazón de aquellas obras para luego subvertir sus convenciones, con el objetivo de articular “un relato veraz sobre la sociedad en que vivimos” y sobre la condición humana, que nos brinda “unos personajes que nunca serán nítidamente malos o bueno”.

Innocent Blood (1980), su octava novela, propulsó la firma de PD James al panorama literario internacional y le permitió jubilarse de todo lo que no fuera la escritura. Desde entonces, la singladura de la escritora fue recabando un sinfín de premios y, en su tierra, la Orden del Imperio Británico además de una baronía que le procuró un escaño vitalicio en la Cámara de los Lores. Erigida en toda una matriarca literaria, lo que más le enorgullecía era su posición como cabeza de una familia nutrida por sus dos hijas, cinco nietos y siete bisnietos, de la que disfrutó en sus últimos años entre su casa en el barrio londinense de Holland Park y Oxford. En esta ciudad murió ayer la encantadora anciana que no tenía empacho en admitir: “Cuando escribo sobre un asesino, soy el asesino”.

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