Más malo que la tiña
No diría yo que Ricardo III sea uno de los grandes personajes de Shakespeare. No es Hamlet. No es Lear. En lo tocante a poderío lírico (y complejidad) su tocayo Ricardo II le gana por la mano. No es tan alucinado como Macbeth (aunque se le acerca) y en cuanto a perversidad es mucho menos sutil que Yago. Pero funciona, vaya si funciona. Es teatro puro: un rol lucidísimo para cualquier actor (o actriz: hace poco lo bordó Kathryn Hunter) porque es una dinamo, una máquina de engañar y matar, un agujero negro que atrae toda materia hacia su sima. Y, atención, consciente casi siempre de su teatralidad, de su continua representación.
Jan Kott escribió: “En su mundo solo existen él y los escalones que le separan del trono. Cada uno de ellos es un futuro cadáver”. Un pedazo de villano, un monstruo excesivo. Cojo, jorobado, más malo que la tiña. Un lobo feroz, abatido como tal en la última escena. Y con enormes momentos, desde su famosa declaración de amor a lady Anne, junto al cuerpo presentísimo de su esposo (¡hay que tener cuajo!), hasta su locura antes de la batalla, acosado por los fantasmas de sus víctimas.
Se nota que es una de las primeras obras de Shakespeare, todavía bajo la sombra de Marlowe: tiene su exceso, pero también su gran vitalidad. John Dover Wilson calificó la tragedia, muy justamente, como “un melodrama de genio”. Detalle singular: el póquer de grandes personajes femeninos en una obra tan “masculina”. Lady Anne desaparece a media función, pero pisan fuertísimo la vieja condesa de York, la maga Margaret y la reina Isabel. Para evitar la enumeración interminable, elijo tres funciones, las que más me han marcado, por orden de aparición en escena.
1) 1990. Ian McKellen dibujó en el National londinense un Ricardo sardónico y elegante, casi un Noel Coward isabelino, no en vano la puesta, dirigida por Richard Eyre, estaba ambientada en los años treinta. Cinco años más tarde, Eyre dirigió con brío (y un cierto caos) la exitosa versión cinematográfica.
2) 1995. Revelación en Aviñón del argentino Martial Di Fonzo Bo, un cruce entre John Malkovich y Ralph Fiennes, a ratos psicópata helado, a ratos niño malo y solitario. Descomunal montaje de Matthias Langhoff: cinco horas, veinte actores encarnando a cincuenta personajes, en el diminuto espacio de la Chapelle des Pénitents Blancs.
3) 2011. Inolvidable, eléctrico Kevin Spacey en Avilés, dirigido por Sam Mendes. Ecos: el psicópata de Seven, el Verbal Kint de Sospechosos habituales. Y, anticipación, el Francis Underwood de House of Cards. Spacey sabía ser feroz y espantosamente cómico: “la risa”, escribí, “no impide el horror sino que lo refuerza”. Un gran, gran recital.
El último Ricardo III que recuerdo fue Pere Arquillué, a las órdenes de Álex Rigola, en el Lliure, en 2005, en una versión un tanto desaforada. Probablemente se me hayan escapado otros montajes posteriores, pero no suele ser una función que se represente con frecuencia entre nosotros.
El director aragonés Carlos Martín, como nos contaba Rocío García, ha situado Sueños y visiones del rey Ricardo III, según dramaturgia de Sanchis Sinisterra, en la víspera de la batalla de Bosworth, la noche más oscura del temible monarca. Protagonizada por Juan Diego, Asunción Balaguer, Terele Pávez y Ana Torrent al frente de un amplio elenco, se estrena esta noche en el Español.
Babelia
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