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cámara oculta
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las palomitas

En cierta ocasión los exhibidores de una ciudad que organiza un festival de cine ofrecieron gratis sus salas a cambio de que se les permitiera vender palomitas, lo que la directiva de dicho festival no estuvo dispuesta a consentir. Es decir, que más allá del precio de la entrada el negocio del cine estaba en la venta del maíz y las coca-colas. En ese sentido, el presidente de la Academia, Enrique González Macho, defendía en una tertulia de la televisión que lo caro de ir al cine podría estar en esos gastos laterales, a los que él añadía el aparcamiento del coche, mucho más que en el precio de la entrada. De ahí que resulte curioso que algunos exhibidores se estén negando a participar en la semestral fiesta del cine aduciendo que no les resulta rentable. Con un precio de 2,90€ no les salen las cuentas aunque en esta última “fiesta” hayan acudido en sólo tres días más de dos millones de espectadores. ¿Cuándo se ha visto algo parecido, al menos en los últimos años? Y eso a pesar del IVA. “La Fiesta crece como si no tuviera límites”, se comentaba ayer en este periódico.

Hace un mes, también en estas páginas, se hablaba de “por qué al cine francés sí le salen las cuentas”, y una de las razones estriba en los diferentes sistemas que han puesto en marcha para abaratar el precio de las entradas. Aparte, claro está, de la inteligente gestión de los poderes públicos, que desde 1949 “entendieron que la cultura era necesaria para reconstruir una sociedad arrasada, pero también para hacer llegar la voz de Francia a todos los rincones del planeta”. Y en ello siguen los franceses, sin quedarse mano sobre mano ante la evolución de los tiempos que conlleva cierto desapego por el cine, como pasa en España. ¡Pero qué desapego, si estos días se han visto salas abarrotadas y hasta mucha gente en la calle sin poder entrar! Lo que más echa para atrás es el precio… además del de las palomitas, el gran negocio paralelo; claro que hay salas –muy pocas- donde está prohibido su consumo. Es obvio que sí afecta el precio de la entrada, no se entiende la resistencia de los exhibidores a los que no les salen las cuentas.

La pasada semana vi en un cine madrileño una buena película estadounidense siendo yo el único espectador. Aquello era desolador, incluso inquietante, y desde luego, esa sí que es una razón lógica para que las cuentas no salgan. Puede que la principal.

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