Elogio de los saberes inútiles
El Reina Sofía propone una muestra de tesis en torno a la “pedagogía crítica”
Un saber realmente útil, exposición de tesis del Museo Reina Sofía, mezcla asuntos como arte contemporáneo, educación, activismo político o pedagogía crítica con resultados no siempre digeribles para alguien no versado en lo último en movimientos sociales, software libre, la obra de Jacques Rancière, la teoría de género o el posestructuralismo. What, How & for Whom (WHW), grupo croata formado por cuatro pujantes comisarias que aspiran tanto a ser citadas como una sola como a trascender la forma comunista de entender el colectivo, plantean hasta el 9 de febrero una reflexión a partir del título, que toman prestado de una expresión “acuñada a principios del XIX por las organizaciones obreras de Reino Unido para oponerse a la educación orientada a la producción, tal y como la concebía la clase dirigente” y promulgaban la necesidad de saberes no prácticos, como “la ingeniería, la física, la química y las matemáticas”.
Y entre las piezas reunidas de más de 30 artistas y colectivos (muchos colectivos) hay, en efecto, propuestas directamente relacionadas con la “educación crítica”, con esa rebeldía de lo inútil contra lo establecido, como las películas cortas de Abbas Kiarostami y Straub Huillet (en esta, un niño se niega a ir al colegio porque “ahí enseñan cosas que no sabes”), el vídeo de Phil Collins sobre la doctrina del marxismo en el Berlín del Este contemporáneo, las clases de dibujo con presidiarios de Victoria Lomasko o la instalación de Chto Delat?. Esta recibe al visitante con fuegos artificiales y una lista de lecturas que tal vez no satisfaría a las autoridades educativas españolas e incluye libros de Juan Carlos Monedero, una antología de Feminismos negros y títulos como ¿Pensiones en peligro? Que pague la banca.
Pero también hay otros proyectos a los que cuesta ver la relación con la declaración de intenciones inicial. La pedagogía está implícita en las cerámicas de Ardmore Ceramic Arts, que alertan con estética vernácula contra los peligros del sida en Sudáfrica, mientras que la apología de lo inútil subyace en el gigantesco satélite de pega que Trevor Paglen ha plantado en una de las salas, pero es difícil extraer una lectura que no sea sobre todo política del trabajo del australiano Brook Andrew, con su crítica colonialista, o de los carteles partisanos y de los Panteras Negras de Emory Douglas que aguardan al final del recorrido, antes de que al visitante lo despidan unas fotografías de bailarines que propugnan: “El arte es política”.
¿Y qué no lo es?, parece pensar en su línea habitual de trabajo Manuel Borja-Villel, director del museo, que acompañó un recorrido en el que participaron algunos de los artistas convocados por WHW. Según explicó, el proyecto está emparentado, dentro de la programación del Reina, con exposiciones como Principio Potosí o la reciente Playgrounds, que “ofrecía una visión más histórica” sobre asuntos parecidos.
Un saber realmente útil comparte con esta última el afán por involucrar a grupos asociados al 15-M y otros agentes locales, pero presenta un aspecto ciertamente menos compacto. Tal vez se deba a que el museo ha confiado el trabajo a un colectivo comisarial externo, con un envidiable gusto por la puesta en escena, pero bregado en bienales y otras citas pensadas para públicos más habituados (o más encerrados en sí mismos) que los de un museo de las características del Reina.
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