El ‘belcanto’ contraataca
La representación de 'La fille du régiment' tuvo éxito, aunque lejos de lo apoteósico Las mayores ovaciones fueron para el tenor Javier Camarena
Una ópera tan amablemente insulsa como La fille du régiment (La hija del regimiento) necesita en un teatro de fuste un tratamiento vocal e interpretativo de lujo, o al menos cierta enjundia, para justificar su programación. La producción escénica que ahora se presenta en el Real ha sido defendida en varias capitales europeas durante la última década por una pareja tan carismática como la formada por Natalie Dessay y Juan Diego Flórez. La soprano francesa estaba prevista para Madrid, pero se cayó del reparto por razones o sinrazones que no vienen al caso. Su sustituta, la polaca Aleksandra Kurzak, es voluntariosa y echa el resto en la representación, pero su condición vocal es demasiado ligera para el personaje de Marie, con lo que algunos de los momentos más notables del primer acto pasan bastante desapercibidos. Tiene, sin duda, mucho mérito su sensible actuación, pero no arrebata. El peso principal de la función queda así en manos del tenor.
Ello lleva consigo un factor añadido, el que la velada se centre en el aria A mes amis, con su proliferación de agudos estratosféricos —nueve “do de pecho”— y su condición un tanto circense. El mexicano Javier Camarena sorteó todas las dificultades con un descaro increíble. Su facilidad para alcanzar las notas agudas es portentosa y con ello se convirtió en la gran estrella de la noche. Los ecos de la memoria empezaron a saltar sin posibilidad de resistencia, y así el recuerdo de los Kraus, Pavarotti o Flórez flotó en el ambiente. Las comparaciones quedan para otra ocasión. Lo que saltaba a un primer plano era la reivindicación e importancia del tenor belcantista.
LA FILLE DU RÉGIMENT
De Gaetano Donizetti. Con A. Kurzak, J. Camarena, P. Spagnoli y E. Podles, entre otros. Director musical: B. Campanella. Director de escena y figurinista: L. Pelly.
Teatro Real, 20 de octubre.
Por contraste, con la presencia de Ewa Podles se accedía a la voz de contralto en su máxima pureza. Su línea de canto no tiene el esplendor de antaño, pero su voz sigue cautivando. Encuanto a los valores teatrales desde el canto alcanzan su exponente más destacado en Pietro Spagnoli, con una comicidad natural y de buena ley. El veterano Bruno Campanella arropa con su experiencia todo el entramado vocal y la representación fluye musicalmente con esmero, confianza y seguridad, aunque sin excesiva brillantez. La puesta en escena de Laurent Pelly es correcta, lo cual no es poco en una ópera teatralmente casi imposible. Su mayor mérito es la dirección de actores, a nivel individual y colectivo, y la principal objeción es la simplicidad, con un enfoque caricaturesco que no despega el vuelo de lo previsible. Una actriz tan estupenda como Ángela Molina, que sustituía a la anunciada Carmen Maura, pasa sin pena ni gloria, con una sosería a flor de piel de la que también es en parte responsable el director de escena.
La representación tuvo éxito, aunque lejos de lo apoteósico. Las mayores ovaciones fueron para el tenor mexicano en sus arias de lucimiento. La sensación final fue la de un "sí, pero…". Para nostálgicos del belcanto será sin duda, aunque parcialmente, un reencuentro estimulante. Para los que sienten la ópera como una vía de reflexión cultural sobre la vida y sus circunstancias, el poder de atracción no es tan claro. Pero, en fin, eso es otra historia. Queda siempre, eso sí, la magníficamente elaborada música teatral de Donizetti, sobreviviendo al paso del tiempo.
Babelia
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