En el país del tigre siberiano
El fotógrafo Álvaro Laiz documenta la dura vida de los habitantes del extremo oriente ruso
Vladímir Markov era un cazador furtivo. Sabía que si mataba un ejemplar de tigre del Amur le pagarían una fortuna en el mercado negro. Por eso decidió correr el riesgo de abatir al amba, como llaman los indígenas del extremo oriental ruso a ese felino al que reverencian porque creen que representa al espíritu del bosque. Markov pensaba que eran supercherías. Sin embargo, su cuento de la lechera se torció cuando erró el tiro y dejó herido a un tigre que siguió durante días su rastro. La fiera le sorprendió junto a su cabaña y lo mató.
Este suceso lo contó en 1997 Yuri Trush, miembro de Conflict Tiger, organismo destinado a velar por esta especie en extinción y a perseguir la caza furtiva en el Primorie, la zona de Rusia donde habita y en la que, según el último censo, de 2005, hay unos 350 ejemplares. Aquello llamó la atención de Moscú, que impulsó un plan para proteger el ecosistema del tigre siberiano. Hubo alguien más a quien maravilló esta historia cuando la leyó: el fotógrafo Álvaro Laiz (León, 1981), que desde el 8 de septiembre pisa este territorio para documentar cómo es la dura vida de sus habitantes en una tierra afectada por la deforestación, y su relación con el tigre.
"Es una zona con temperaturas extremas, ciudades fantasma, abandonadas tras la perestroika, y con la inmensidad de la taiga gobernada en silencio por el tigre del Amur", cuenta por correo electrónico Laiz. "Aquí conviven comunidades indígenas con poblaciones mineras y campamentos madereros".
Es una zona con temperaturas extremas y ciudades fantasma, abandonadas
Desde que comenzó su aventura, este fotógrafo documental curtido en África, Asia y Sudamérica, que ha publicado en National Geographic y The New York Times, escribe semanalmente en un blog sus impresiones y muestra sus imágenes para un proyecto de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia, de Cerezales del Condado (León), una “agencia de desarrollo del territorio” que apoya a “artistas e investigadores”, como la califican sus responsables.
La misión de este fotógrafo que ha expuesto en Arco, Art Basel o el Musac de León es atraer la atención de realidades que no están en la agenda de los medios, como la de los humanos que conviven con amba. Entre las vivencias que ha contado está su presencia el pasado 29 de septiembre en el Día del tigre, "un tremendo carnaval en el que todo el Primorie se engalana para honrar a su inquilino animal. Aunque este año compartió protagonismo con un inesperado visitante. Los extranjeros somos aquí una pieza tan rara como un tigre que habla. Multitud de niños (y no tan niños) se me venían encima para hacerse una foto y lanzar mil preguntas al spansky photographer".
El área en la que se mueve Laiz es conocida como "la jungla boreal" porque conviven "especies tropicales con otras de la tundra", y en la que la mayoría de las ciudades ni aparecen en los mapas. Las dificultades para comunicarse con los lugareños las salvan ambas partes "con bastante humor. Es gente con una inmensa generosidad". El leonés permanecerá hasta mediados de noviembre en una zona donde "la vida se articula en torno a las estaciones. La naturaleza marca el camino. Es una vida dura, pero justa, como dicen por aquí".
Uno de los momentos más emocionantes que ha vivido Laiz fue conocer a la viuda de Markov, Larissa, "una anciana con el rostro surcado por profundas arrugas y el pelo blanco". Ella le contó cómo ocurrió todo: "Una mañana llamaron a mi puerta. Me dijeron que a mi marido lo había matado un tigre. Rompí a llorar y les pregunté ‘¿Por qué no lo habéis traído?’. Ellos respondieron: ‘No hay nada que enterrar. El tigre no dejó más que pedazos irreconocibles".
Babelia
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