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El hombre que fue jueves
Columna
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El teatro de Modiano

El crítico analiza las obras teatrales del último Nobel de Literatura

Marcos Ordóñez

En 1974, Patrick Modiano escribió una obra llamada Has Been, y poco antes de su estreno en el Théâtre du Gymnase de París, a las órdenes de Jacques Mauclair, la rebautizó como La Polka. El protagonista, inspirado en el temible doctor Petiot, se suicidaba con gas y durante la agonía desfilaban ante él los fantasmas de su pasado. Aunque Modiano acababa de ganar el Gran Premio de Novela de la Academia por Los bulevares periféricos, la función fue un fracaso de público y crítica, que el novelista asumió sin contemplaciones: “La Polka es un auténtico desastre”.

En 1983 retoma la idea central y escribe un segundo texto dramático, Poupée blonde, la historia de cinco amigos que, en su adolescencia, formaron un grupo musical, Les Peter Pans, y tuvieron un único éxito, la canción que da título a la obra. Veinte años después se reencuentran en un chalet alpino y dos de ellos, Louise y Félix, acuden a la cita como espectros que, más allá del tiempo, comprueban que sus compañeros han quedado anclados en el pasado. Poupée blonde era, en mi recuerdo, una comedia melancólica, agridulce, muy bien armada, un poco en la línea del López Rubio de La otra orilla (1954).

Si La Polka parecía estar más cerca del estilo alucinado de su Trilogía de la Ocupación, esa segunda obra conecta claramente con las nostalgias de Villa Triste o Una juventud. Lo más singular, quizás, era la panoplia de microficciones que rodeaba al texto mismo, publicado por POL Editions.

Con la ayuda esencial del gran Pierre Le Tan, su eterno cómplice, el hombre que mejor ha ilustrado su mundo, el libro se abría con un programa de mano bañado en perfume de los años cincuenta. Modiano crea allí un heterónimo, Pierre-Michel Wals, al que hace firmar la comedia y sobre el que ironiza (“ce grand garçon timide”, “sa petite musique”: los clichés más repetidos por los críticos) a través de otra figura imaginaria, Simone Paul-O’Donnell, directora del apócrifo Théatre des Arts, donde tuvo lugar el supuesto estreno de Poupée blonde. Hay un falso billet doux de Cocteau a Simone y un soberbio desfile de anuncios imaginarios: “Lucy’s: Dîner, soupers, spectacle”; “Tamousié – Graveur Heraldiste (Paris, Nice, Vichy)”; “Cabaret Le Grand Large (ambiance masculine)”; “Smart, Le Soda du Tout Paris”. Modiano inventa también el reparto, pero se permite la pequeña venganza de incluir entre los papeles secundarios a una actriz real: su madre, Luisa Colpeyn, a la que odiaba y que años más tarde describiría en Pedrigí como “una mujer con el corazón de hielo”.

Rastreando en la red he sabido que en junio de 2008 se presentó en Amsterdam una adaptación de Poupée blonde llamada Le petit train y dirigida por Emmanuelle Favreau. Recuerdo que mucho antes, recién publicada la obra, el director Joan Ollé quiso montarla en uno de los enclaves barceloneses más modianescos: el cine Galerías Condal, ya desaparecido, con sus paredes cubiertas de madera color contrabajo, que estaba junto a un café, el Cosp, de larga barra y grandes columnas, sede de gente del teatro y la radio (Radio Nacional estaba justo al lado) en la década de los cincuenta. La propuesta de Ollé cayó en previsible saco roto: Modiano era entonces un autor absolutamente minoritario y, de hecho, Poupée blonde no llegó a publicarse en España. No puedo imaginar mejor momento para solventar ambas carencias.

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