El futuro ya estuvo aquí
La Fundación March ‘descubre’ a Depero, nombre clave del futurismo que se dejó seducir por la publicidad y el fascismo
Entre las muchas profecías del futurista Fortunato Depero (Fondo, Trento, 1892-Rovereto, 1960) que el futuro confirmó, hay una en la muestra que le dedica la Fundación Juan March (hasta el 18 de enero) que podría haber sido escrita ayer mismo por un gurú de Internet: en su Libro Imbullonato (literalmente, atornillado), uno de los primeros libros de artistas de las vanguardias, el pintor, ilustrador, escultor, creador de iconos como la botella de Campari y arquitecto italiano proclamó “la necesidad de la autopublicidad”. Solo la estrategia abiertamente promocional podrá servir, creía él, al arte verdaderamente nuevo.
La muestra reúne 300 piezas, propias y de otros compañeros de viaje como Marinetti, Balla o Boccioni. El “tutto Depero” aquí presentado (el eslogan es del director de exposiciones de la March, Manuel Fontán) dibuja a un creador multidisciplinar y multimedia mucho antes de que los palabros hiciesen fortuna, así como a un firme creyente en la vanguardia como motor del cambio, aunque esto le condujese a confundir las cosas, como el resto de los miembros del grupo, con la llegada de Mussolini, para quien trabajó de propagandista por encargo. Como escribe Giovanni Lista en el espléndido catálogo, “para sostenerse recíprocamente futurismo y fascismo se alían en este periodo en un pacto ambiguo y forzoso”.
Tomado hasta ahora como futurista de segunda fila (o, como poco, de segunda hora), nuestro hombre abrazó en 1914 la fe, con sus promesas de abolición de la tradición artística y su glorificación de la máquina, la velocidad y la guerra, cuando el impulso inicial del manifiesto de Marinetti, publicado seis años antes en el rotativo parisiense Le Figaro, había perdido brío y la I Guerra Mundial estaba a punto de llevarse por delante a Boccioni. Pese a todo, él no abandonaría aquellos presupuestos hasta su muerte, lo cual no es sino una prueba poderosa de su entusiasmo a prueba de bomba, tanto como lo fue su decisión de viajar a Nueva York en 1929. Si “un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia”, según rezaba el credo de Marinetti, ¿qué mejor promesa para Depero que la metrópoli mecanizada?
La muestra reúne 300 piezas suyas y de otros miembros del movimiento
Fue precisamente en Nueva York donde el año pasado una muestra en el Guggenheim desplegó toda la artillería para resituar el futurismo más allá de la anécdota del manifiesto y de la execrable adhesión fascista. La muestra que ahora presenta la Juan March aspira a colocarlo en el centro del movimiento, en ese eje que separa el primo futurismo del secondo y no solo como el redactor en 1915 junto a Balla de la arenga Reconstrucción futurista del universo, donde prometían encontrar las “equivalencias abstractas de todas las formas, de todos los elementos del universo”.
“Una visión pinturocéntrica de la vanguardia ha provocado el desprecio de otras manifestaciones artísticas como el diseño o la gráfica, en las que Depero destacó con fuerza. Y eso está cambiando”, opina Fontán. Para relatar su historia ha contado con la colaboración de Juan Pablo Rodríguez Frade, artífice de una escenografía tan excesiva como la propia personalidad de Depero. Una bandera italiana con las franjas asimétricas —como la de la célebre tarjeta postal futurista— da la bienvenida al visitante. Por una oquedad imposible se adivina la obra Marinetti temporal patriótico, retrato psicológico de Depero en lienzo con un marco con la forma de una aleta de avión. Es la pieza central de una primera parte en la que se exponen manifiestos, revistas y obras ajenas y propias, tempranos ejemplos del Depero en pleno viaje entre simbolismo y futurismo.
Con la siguiente sección llega el turno de sus experimentos teatrales, de cuyas ambiciones da fe una gigantesca reproducción de la escenografía creada para El ruiseñor, de los ballets rusos de Diáguilev. En el pasillo central, una construcción de madera recrea su Casa d’Arte Futurista (“antecedente de la Factory de Warhol”, cree Fontán). A un lado y otro se suceden ejemplos de sus aeropinturas, “conjuntos plásticos motoruidistas” y lienzos en los que su proselitismo vanguardista no estuvo reñido con el arte vernacular del norte de Italia. Y al final, en un guiño algo kitsch, una sala llena de transistores despide al visitante con textos de sus poemas radiofónicos, llamados a suplir con premonición futurista la receta habitual de las ondas, “acostumbradas e inútiles transmisiones de música conocida, las banales chácharas literarias habituales y los insignificados altercados teatrales”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.