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Antonio Hernández, Premio Nacional de Poesía

El poeta recibe el galardón por su poemario 'Nueva York después de muerto'

Antonio Hernández, poeta.
Antonio Hernández, poeta.Bernardo Perez

Justo en estos días se cumplen cuarenta años de la concesión del premio Adonáis al entonces joven poeta de Arcos Antonio Hernández. El libro tenía por nombre “El Mar era una tarde con Campanas”, y el jurado, compuesto por Luis Rosales, Vicente Aleixandre, José Luis Cano y Gerardo Diego, de los que pronto fue cómplice y amigo, quedó impresionado con este golpe de mar y de sur que les llegaba contestatario y verdadero en forma de poemas. Pertenecía el escritor andaluz a esa hornada de la denominada “Generación del 60 o del Lenguaje”, como Diego Jesús Jiménez, Félix Grande, o Manolo Ríos Ruiz, entre otros deudos y fieles de muchos autores y postulados de la Generación del 50, y cuya renovación estética fue el germen, fundamental en realidad, de los poetas posteriores o “Novísimos”. Antonio Hernández era ya un sólido conocedor de la forma poética, comprometido y contestatario, lo que le llevó, en su vertiente tanto de poeta como de periodista a sufrir procesos de persecución por parte del Franquismo. El más sonado el abierto por un artículo aparecido en la revista Índice. En él, parafraseando a Capote, de título “Yo alcohólico, Yo Drogadicto, Yo Homosexual”, se alineaba en la defensa de los marginados por la dictadura, lo que no sentó nada bien en los ámbitos del totalitarismo imperante en aquella España. La poesía siempre fue su oficio, pero la palabra era, y sigue siendo en él un compromiso con su tiempo.

Ahora Premio Nacional de Poesía por Nueva York después de Muerto, tras haber recibido este mismo año el Nacional de la Crítica de Poesía, avala la importancia y trascendencia de su obra y figura en todas estas décadas, y la relevancia de este libro. Un auténtico hito de la poesía española contemporánea. El poemario nació del difícil compromiso del poeta con su amigo Luis Rosales, como explica en la justificación de la obra: “mi maestro, me dijo un día, antes de dejarlo escrito, que quería terminar su obra con un trilogía titulada Nueva York después de muerto; que en ese texto quería hablar del exilio, del problema de la gran ciudad, de la lucha de clases y de razas así como de otros conflictos que agobian al hombre. Y que lo que representaba para él Nueva York era, grosso modo, la mecanización, el automatismo de la vida, la desigualdad entre distintas razas, el imparable avance del mestizaje…y, obviamente, Federico.” La muerte impidió a Rosales el cumplimiento de esta obra pero comprometió a su discípulo entonces, Antonio Hernández, la realización de la misma, con confidencias e información que se ven reflejados ahora en este libro. Obra insertada en eso que Octavio Paz o Ernesto Cardenal llamaron “la poesía total”, que suponía la asunción en lo poético de los recursos y técnicas de otros géneros como la narrativa, el teatro o el cine. Poesía que sin perder la cadencia musical de la rima, aportase nuevas fuerzas y técnicas de géneros ajenos. Hernández va incluso un poco más lejos, incorporando recursos propios del periodismo, con la aportación de datos, fechas, noticias…Dividido en tres partes, de forma aristotélica, pero sobretodo como homenaje a esta trilogía comprometida por Rosales, el poemario como la santísima Trinidad es trígono y uno; a saber: en él están entre otras las voces de Luis Rosales, de Lorca y de Nueva York, con su silbo de sirena simbólica, pero quien las unifica en su misterio, es la voz reconocible y única en nuestra poesía de hoy, de Antonio Hernández. Un incontestable maestro incardinado en esa larga y secular escuela lírica andaluza, no siempre bien entendida y estudiada, pero donde se han escrito algunas de las obras más importantes de la Historia de la Literatura Universal a la que ahora, estremecedora y emocionante, hay que añadirle este bien premiado libro: Nueva York después de Muerto.

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