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Carmen Linares y Jorge Pardo visten de jazz las voces jondas en el Teatro Central

Espectáculo transversal programado por la Bienal de Flamenco

La cantaora Carmen Linares durante su actuación en el Teatro Canal.
La cantaora Carmen Linares durante su actuación en el Teatro Canal.Antonio Acedo

La flauta travesera espera a porta gayola a que el fandango la embista. Jorge Pardo ha toreado en peores plazas, y por eso sabe que esta Bienal de Sevilla no va a poder tampoco con él. Y tenía razón. Porque la noche que empezó más allá de las once en el teatro de la Isla de la Cartuja resultaría una mezcla rica, interesante y vibrante con la guitarra de Carles Benavent y la batería de Tino di Geraldo, y todo bendecido por la presencia de esa matriarca de voz ronca que es Carmen Linares.

CU4TRO empezaba con esos fandangos con una flauta travesera enloquecida haciendo de cantaora apasionada en las manos de Pardo, pero seguía recordando a Borges con su Milonga del forastero. En esta pieza, parte de esos cantes de ida y vuelta que se han vuelto a ir para volver a volver revestidos de jazz, el ritmo impera cuando la voz quebrada de Linares deja de resonar en la sala y Pardo se enzarza en una cadencia medida de flauta con sonido cristalino.

Para volver a la esencia, Linares –de la que decía Estrella Morente que “lo ha cantado y puede cantarlo todo”- cede a la flauta el honor de hacer el solo de una fragante taranta que juega en un festín de modulaciones para alcanzar el quejío más agudo antes de cederle el protagonismo a la guitarra flamenca. Es entonces cuando Linares recupera el poder con una cartagenera muy bella, refinada, cantada con gusto y en la que la cantaora paladea y disfruta cada sílaba.

Porque si algo se nota en este montaje de flamenco-jazz es que los que están sobre el escenario son felices con lo que están haciendo. Bien sea en el solo instrumental de los tanguillos que comienzan con un “¡Viva Cai!” del flautista a sus compañeros, como en la posterior cadencia de la guitarra eléctrica en un momento en el que busca el requiebro con tintes eléctricos.

También hubo anoche momentos de intimidad, de esa que desgrana el cante que suena ronco pero penetrante cuando va solo acompañado de la percusión, como sucede en la seguiriya repleta de matices que ejecuta Di Geraldo con su batería. Una percusión que acababa donde empezaban las piernas de Pepe Torres, el bailaor que acompaña al cuarteto y que ayer derrochó arte y músculo sumándose al solo enérgico del batería. Las guitarras protagonizaron, por su parte, una carrera de relevos entre trastes pisados y rasgueos secos que llevaron a una granaína a tornarse pieza de deleite por su tempo delicado y una Linares que se enzarza al final en quejíos imposibles, alardeando de voz.

Al final, todo terminó como acaban las buenas juergas flamencas, por bulerías y dejándole a cada uno su sitio. Aunque aquí no se sabe bien si es el jazz el que está a gusto arrancándose por fandangos o la cantaora de raza la que se deja llevar, a sabiendas, hacia ese mundo del jazz donde poco hay escrito y mucho por escribir.

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