El imperio Ming contraataca
La gran apuesta de la temporada en el British propone admirar las joyas de la dinastía china
Las exquisitas vasijas blancas con decoraciones en azul que han convertido el sello Ming en el sinónimo más sublime del arte de la porcelana, tan sólido como para garantizar la supervivencia intacta 600 años después de su creación, nos hablan de una era dorada en la historia de China. Esas famosas y hoy cotizadísimas piezas ejercen de gancho, aunque no de protagonistas, en la exposición que el British Museum estrena este jueves para explorar un periodo crucial en la dinastía de emperadores que en la primera mitad del siglo XV aparecía abierta al mundo y a sus influencias para acabar produciendo una de las más bellas colecciones de objetos y pinturas que existen.
Ming: Los 50 años que cambiaron China es el título de una muestra que a través del despliegue de cerámicas, joyas, mobiliario, pinturas, esculturas o suntuosos textiles pretende repasar el pulso político, social y artístico en los primeros y transformadores tiempos de una dinastía que gobernó el gigante asiático durante casi tres siglos (1368-1644). La reunión de ese impresionante catálogo en Londres ha sido posible gracias a los préstamos de una veintena de instituciones internacionales, a los propios fondos del British Museum y sobre todo a las piezas aportadas por 10 museos chinos que se verán por primera vez fuera de aquel país. Y en algunos casos quizá también sea la última, porque lo delicado de esos tesoros aconseja restringir su salida al mundo. La exposición a la luz que puede dañar, por ejemplo, las pinturas de los eunucos de la corte, o los retratos de los cuatro emperadores que gobernaron entre 1400 y 1450 —periodo que abarca la exhibición— obligará a mantenerlas almacenadas durante varios años tras su regreso a China como medida de protección.
Una espada de hierro con laboriosos adornos en oro, plata y piedras semipreciosas se exhibe como la encarnación del poder detentado por el emperador Yongle entre 1402 y 1424 tras derrocar a su sobrino como culminación de la guerra civil. En el esfuerzo de reafirmarse trasladó la capital desde Nanjing a Pekín, ciudad del norte estratégica para defender al imperio de la constante amenaza de los mongoles, y allí construyó la Ciudad Prohibida que albergaría el palacio imperial a lo largo de medio milenio. Todavía hoy, el perfil de la fabulosa arquitectura en madera del complejo es un emblema nacional que aparece en las monedas, los billetes y los uniformes militares.
Los primeros emperadores de aquella casta, al frente de la ya entonces superpotencia con un tamaño similar al de Europa, financiaron las exploraciones marítimas en el sudeste de Asia, Oriente Medio y África que tuvieron en Zheng He a su pionero. Uno de los objetos estelares de la exposición es la campana en bronce con decoraciones de nubes y del oleaje que acecharía a sus barcos, forjada para conmemorar la séptima expedición de Zheng. China vivía entonces un periodo de contactos globales sin precedentes, desde Tokio hasta Mogadiscio, a través del comercio y las contiendas militares (de las que se exhibe su revolucionario armamento), también de los intercambios culturales y religiosos, plasmados en las figuras de Buda, de los dioses del daodismo o en un magnífico ejemplar del Corán. Las interacciones con Egipto, Siria, Irán y otros países fomentaron en la corte la moda de las formas exóticas cuyos originales de metal o vidrio eran adaptados a la porcelana china.
Yongle el guerrero, y la figura que dejó mayor impronta en aquel periodo, era también un amante de las artes y sentía especial predilección por la caligrafía de Shen Du, uno de los protagonistas de las pinturas sobre tela de seda que se muestra junto a las de los burócratas y militares que integraban la red de cortes regionales controladas por el emperador. Le sucedieron Hongxi, de quien se expone un edicto de su puño y letra escrito sobre papel decorado con orquídeas doradas, Xuande el asceta y Zhengtong, retratado de niño junto a los funcionarios que dirigían entonces la regencia.
Hacia el final de aquel periodo —que el Museo Británico recorre con todo el esplendor de su arte, de los trajes de sus príncipes o de refinados objetos y mobiliario de uso común— la porcelana Ming se convirtió en objeto muy codiciado en Europa. Su manufactura en China se había estandarizado siguiendo las instrucciones de diseño de la corte y una técnica novedosa cuyo resultado rozaría la perfección. Esas preciosas vasijas son desde esta semana la carta de presentación de una exposición única.
Babelia
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