Evasiones
El ministro Montoro cometió el error habitual de los enviados de los partidos políticos a la arena televisiva, consistente en limitarse a hablar para los afines
La comparecencia del ministro Montoro en comisión parlamentaria para informar sobre la evasión fiscal de Jordi Pujol se desbordó por las costuras. Al tratarse de un acontecimiento televisado, hubiera sido bueno que se respetaran los códigos de un medio tan directo y caliente como éste. Sin embargo, el ministro cometió el error habitual de los enviados de los partidos políticos a la arena televisiva, consistente en limitarse a hablar para los afines, ignorando que al otro lado de la pantalla se encuentran los opuestos, los escépticos y hasta los bien informados. Los peores tertulianos resultan ser aquellos que aspiran tan solo a convencer a los ya convencidos y que hablan por tanto con un código directo hacia los fieles. Los mejores contertulios de las últimas épocas se han distinguido por ofrecer datos veraces y por hablar sin despreciar que al otro lado de la pantalla también le escucha quien no comparte sus ideas.
En algunos momentos parecía que Montoro estaba más empeñado en limpiar de sospecha a su amnistía fiscal que en aportar otros datos contundentes sobre la evasión de capitales. Las pantallas de humo no hacen más que crecer y comienza a sospecharse que todo pueda acabar en un difuso combate político en lugar de un claro proceso de investigación. Nada haría más feliz a Pujol que la lectura de su delito tuviera un matiz nacionalista, por lo tanto Montoro, con su tendencia a relacionar la fuga de capitales con el soberanismo complacía a los fieles, pero destruía el rigor institucional que precisaba la comparecencia.
Si hemos asistido con paciencia infinita a la capacidad para tratar de separar la cuentas en Suiza del contable Bárcenas de la financiación ilegal del partido en el gobierno, resulta igual de sospechoso correr a relacionar ahora el enriquecimiento familiar de los Pujol con otra cosa que no sea su propia avaricia. He ahí donde Montoro se comportó con el hábito televisivo de trabajar para su hinchada y entorpeció lo que supuestamente debería haber ayudado a aclarar. La televisión es así, se presta a la manipulación de una manera sencilla e irreflexiva. Pero si se analiza la jugada con cierta calma, estamos obligados a reconocer que no era lo que los españoles esperaban y, por extensión, tampoco los catalanes.
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