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Un banquete con los zares

Ámsterdam exhibe la opulencia de los antiguos mandatarios rusos en su sede del Hermitage

Isabel Ferrer
Una de las vajillas expuestas en el Hermitage de Ámsterdam.
Una de las vajillas expuestas en el Hermitage de Ámsterdam.Aleksey Pakhomov

Cenando con los zares de Rusia, la muestra que conmemora el quinto aniversario del Hermitage de Ámsterdam, la sucursal holandesa de la famosa sala rusa de San Petersburgo, es una invitación en toda regla. El museo ha dispuesto —hasta el 1 de marzo— más de un millar de piezas de ocho imponentes vajillas utilizadas por emperadores y zares entre los siglos XVIII y XX. También recoge los menús de la época y desvela la importancia de la porcelana como regalo político: para impresionar a un monarca, o bien a un dictador como Stalin, nada mejor que un exquisito servicio firmado por Sèvres (Francia), Wedgwood (Reino Unido), o Meissen (Alemania).

La exposición se abre con un comedor inmenso repartido en mesas rebosantes de platos, copas, tazas, soperas, fuentes, salseras, cubiertos, candelabros y figurines firmados por las fábricas europeras más señeras. Ahí está la vajilla de Meissen, la primera porcelana fabricada en Europa, y regalada en 1744 por el rey Augusto III de Polonia a la emperatriz Isabel I de Rusia. La perfección de su decoración floral se debe a la traza de los artesanos, que buscaron modelos en los libros de botánica. Es delicada pero sin mensaje añadido. Otras llevan una carga política y diplomática singular.

Las 400 piezas enviadas en 1772 por el rey Federico II de Prusia a Catalina la Grande, por su victoria en la guerra ruso-turca (1768-1772) muestran escenas militares. Cada plato recogía un momento distinto, y el conjunto “supone un mensaje diplomático del rey prusiano para el comensal que cenara en Rusia”, explica Lydia Liackhova, experta en el simbolismo político de este tipo de porcelana.

En dos de las vajillas solicitadas por Catalina, la lectura de los motivos resulta igualmente golosa. En 1773, pidió a la casa británica Wedgwood una de 944 piezas. La emperatriz consideraba todo lo británico como el epítome de la Ilustración, y dado que se carteaba con el pensador galo Voltaire, quiso mostrarse así al resto de Europa. Los castillos, palacios, casas solariegas y campiña británica sustituyen a las batallas.

El otro encargo, llamado Servicio del Camafeo, responde a un amor. Catalina tuvo un romance con Grigory Potemkin, teólogo aficionado y soldado de la baja aristocracia que se convirtió en la persona más influyente del Estado. Para él pidió a la casa francesa Sèvres un juego de 744 piezas de porcelana policromada, en azul y oro.

Pero ¿cómo comían en la corte rusa? Hasta el siglo XVIII, imperaba el estilo francés: las fuentes llenas sobre la mesa y el banquete comenzaba cuando llegaba el monarca. A finales del XVIII y principios del XIX, se impuso el modelo ruso. Cada plato, lleno, era servido a los comensales. Y ¿qué comían? Pavo, ciervo, liebre, pato, tortuga, codorníz, esturión y salmón, ostras y caviar. De postre, pasteles, fruta exótica y helados.

Aunque todo acabó con la Revolución de 1917, Stalin tuvo un acto reflejo durante la Conferencia de Yalta (1945). El mapa de Europa iba a ser modificado tras la II Guerra Mundial, y preparó una mesa apabullante para sus invitados, el primer ministro británico, Winston Churchill, y el presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt.

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