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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los días con Peret

El músico no mentía, iba de frente, asumía su vida, aceptaba sus errores

De forma casual, y hace alrededor de tres décadas, las rumbas de Peret me subyugaron completamente. Intuyo que por ese pellizco que, me pareció, las conectaba con el rock and roll primigenio. Años más tarde supe que Peret había echado mano, precisamente, del rock and roll y el mambo para dar forma a su particular visión de la rumba. Profundicé en los discos, investigué, profesionalmente tuve ocasión de conocerlo y entrevistarlo, pero había algo que me trastornaba y no comprendía: era enormemente popular, pero se sabía poco de cómo había dado forma a las canciones, a los discos, y además alrededor de la rumba catalana giraban leyendas iniciáticas de todo tipo y un cierto velo de misterio. Y estaba él, ese gitano nacido en la pobreza de un poblado gitano de Mataró que logró triunfar brutalmente en medio planeta y que, con su música y su carisma, conectaba lo mismo con la burguesía que con los más humildes. El mismo que un día lo dejó todo y se hizo pastor de la Iglesia Evangélica de Filadelfia. Desde luego había una historia (en realidad muchas) detrás. Y quería contarla.

Hablé con él, le propuse la idea de mi libro, asegurándole que tendría un perfil muy musical. Para mi sorpresa, Peret aceptó cuando le comenté que no quería un libro unidireccional: necesitaba su voz, pero también la de gente que compartió vivencias con él, y que, dijeran lo que dijesen, aunque hubiera contradicciones y no le pusieran bien, recogería esas opiniones y recuerdos, única forma de trazar un retrato cabal. Y sí, aceptó. Cuando llevábamos decenas de horas conversando, entendí por qué: Peret no mentía, iba de frente, asumía su vida, aceptaba sus errores y, por tanto, le parecía bien lo que pudieran opinar otros, comprendía además que la memoria es traicionera y que no tenía por qué recordar los hechos como los demás. Pero, descubrí, conservaba una memoria envidiable.

Gustaba del humor absurdo y tenía gran apetito de saber

Aquellas semanas de entrevistas resultaron especiales: ajenos al mundo, fuimos escuchando muchos de sus viejos temas (los volqué a un ordenador para que pudiéramos trabajar con más calma), que él hacía años que no escuchaba. Y alucinaba con algunas grabaciones, mientras me explicaba detalles de cómo surgieron las canciones, cómo se registraron, quiénes tocaron. La música le despertaba los recuerdos. Así, poco a poco, fui desentrañando el nudo histórico y conociendo a esa persona humilde que vivía detrás del mito Peret, el que gustaba del humor absurdo, el del enorme apetito, gastronómico pero también de saber, porque sentía curiosidad por todo: escuchaba y extraía sus propias conclusiones. No aceptaba las opiniones masticadas, le gustaba pensar por sí mismo.

El tema más resbaladizo, el que le ponía verdaderamente de los nervios, era el relacionado con el nacimiento de la rumba catalana: yo había llegado con los deberes hechos, había investigado a fondo sobre aquello, pues intuía que sería la piedra en la que podría tropezar ese libro. Pero mis conclusiones eran definitivas: lo que conocemos como rumba catalana había nacido a su alrededor, pues así se llamó al género que él empezó a practicar con Chacho y sus colegas de la calle de la Cera. La rumba que se hacía antes en Barcelona se denominaba rumba flamenca o rumba gitana. Son hechos. Pero también le dije que seguiría investigando y que si a lo largo del camino descubría datos que contradijesen ese punto, los mencionaría. De nuevo aceptó. Me aseguró, como en tantas ocasiones, que aborrecía la mentira y que, por tanto, lo asumiría. Yo no encontré nuevos datos.

En algún momento, durante aquellos largos meses de conversaciones (tras encuentros en persona, luego, mientras yo iba redactando, conectábamos por Skype o por teléfono para consultarle todo tipo de cuestiones. ¡Menuda paciencia tuvo conmigo!), me di cuenta de que Peret había decidido bajar la guardia y aceptarme como a un amigo. Mi sorpresa fue mayúscula. Y estos últimos años, en los que he podido disfrutar de su amistad, los he vivido como uno de esos regalos inesperados que te da la vida, disfrutando de un amigo mayor con el que podía conversar de cualquier tema.

Hace unas semanas me dijo lo del cáncer. Lo soltó sin contemplaciones. Aquello no era buena noticia. Peret, dada su edad, asumía que el fin estaba próximo y hablaba mucho de la muerte, pero no imaginó que pudiera llegar con un cáncer, creía que el enfisema pulmonar que padecía debido a su convivencia de décadas con el tabaco sería el que, como consecuencia de un resfriado, se lo llevaría. En las últimas semanas estuvimos comunicándonos prácticamente todos los días, hasta que él ya no pudo más. Tenía días buenos y días malos. Lo que no dudaba era en reponerse y en seguir en marcha, hasta el final.

Algunos conocieron a Picasso, otros a los Beatles. Yo he sido amigo de Peret.

Juan Puchades es periodista y autor de Peret. Biografía íntima de la rumba catalana (Global Rhythm Press).

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