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¿La siguiente capital del arte?

La nueva sucursal de Garage, proyectada por Rem Koolhaas, amplía el parque museístico de Moscú, una ciudad cuya escena creativa se queja de la falta de apoyo

Toni García
El edificio de Garage, el museo de arte contemporáneo más influyente de Moscú.
El edificio de Garage, el museo de arte contemporáneo más influyente de Moscú. d. samburov

“La creencia popular es que Rusia es ahora un gran actor en el mercado del arte contemporáneo pero lo cierto es que los rusos que acuden a las grandes ferias o compran obras por medio mundo no viven en Rusia ni tienen ninguna incidencia en la escena artística local”. Lo cuenta Anton Belov, el director de Garage, el museo de arte contemporáneo más influyente de Moscú y una de las instituciones llamadas a guiar el renacer de un sector que desde 2008 no pasaba por buenos momentos.

Garage, nacida hace poco más de un lustro bajo el mecenazgo de Roman Abramovich (uno de los hombres más ricos del país, presidente del club de fútbol del Chelsea y célebre coleccionista) es ya un punto de encuentro para artistas venidos de toda Rusia y un público joven, algo desconcertante en la actual coyuntura (y con el peso específico de los gigantescos museos de la capital rusa, algunos de los cuales no se encuentran en las mejores condiciones) y que puede constatarse en la atiborrada cafetería del centro y un diseño de las instalaciones más cercano a la Tate de Londres y al MoMA neoyorquino que a los anacrónicos edificios que ejercen de recipiente para los maestros rusos de todos los tiempos.

Por la institución han pasado estos días algunos pesos pesados de la intelectualidad ligada al arte contemporáneo en el este de Europa: Marina Grzinic, Valeriy Podoroga o Haim Sokol. Este último, responsable de la famosa performance de los años noventa, que instaló una lona negra en mitad de la Plaza Roja el 7 de junio de 1992, cree que arte contemporáneo ruso está en una situación “muy complicada. Todo está en manos privadas porque el estado no tiene ningún interés en el arte en general y en el moderno en particular”. Grzinic, por su parte, es bastante más crítica: “El arte se ha visto sustituido por el dinero en todo el mundo. De la misma forma que los ciudadanos son ahora un peso muerto para los Estados”.

Garage, enclavada en el famoso Gorky Park, se prepara ahora para dar su gran salto, justo cuando el ministro de cultura ruso ha afirmado que el Estado no subvencionará arte contemporáneo “a menos que sea patriótico”.

El salto no es otro que la construcción de un nuevo museo, a metros de la instalación temporal que les acoge ahora, firmado por el arquitecto estrella Rem Koolhas. “Es un antiguo pabellón que acogía un restaurante [el Vremena Goda] para 1200 personas (risas). Lo inauguraron en 1968 y funcionó más o menos bien hasta finales de los ochenta, cuando fue abandonado. Rem [KOOLHAS]va a respetar la estructura original, incluidos los grandes mosaicos que adornan algunas de sus paredes para reflexionar sobre la colisión entre el desprecio que muchos sienten por la arquitectura de los años 60, 70 y 80 y el peso del diseño en la arquitectura moderna”, reflexiona Belov.

Panorámica de las nuevas instalaciones del museo Garage. frans perthesius
Panorámica de las nuevas instalaciones del museo Garage. frans perthesiusfrans perthesius

El impresionante edificio, de más de 7000 metros cuadrados, con una fachada a base de policarbonato y una estructura de tres plantas, que incluye un cine, una terraza de 500 metros cuadrados y más de una docena de salas, pretende convertirse en el faro de una generación de artistas que se han visto obligados a emigrar o que trabajan en condiciones extremadamente precarias y que Garage quiere recuperar.

“Tenemos esta visión de Rusia en la que algunos se pasan el día comprándose obras de arte sin saber lo que están adquiriendo pero Moscú (y Rusia en general) es muy distinta. En Garage organizamos hace un año una reunión de coleccionistas de todo el país, para provocar sinergias y saber qué hacía el mercado. El resultado fue que había entre 23 y 27 coleccionistas en todo el país, muy lejos de los miles que la gente acostumbra a creer que existen en Rusia. Es cierto que los rusos, junto con los chinos o los americanos, compran muchas obras de arte, pero la incidencia es mínima y aunque ahora están abriendo muchas galerías pequeñas por todo Moscú, durante años ha sido muy difícil trabajar aquí”, cuenta Kate Fowle, la comisaria de New international (la nueva exposición del centro, que reflexiona sobre la visión que desde el Oeste se tiene sobre el Este, en un plano artístico y también socio-político) y uno de los fichajes estrella de la institución, con experiencia en mercados como China y EE UU.

El nuevo museo, apenas a unos metros del actual, pretende en palabras de Fowle “convertirse en una institución relevante a nivel internacional, un referente para los artistas rusos pero también importante en el circuito mundial. Por eso bueno tener a Rem con nosotros, no porque sea un arquitecto estrella sino porque ha entendido las necesidades del museo y lo que esperamos del futuro”. La inauguración, prevista para mediados de 2016 se unirá a la construcción de una biblioteca donde reposará uno de los mayores archivos sobre el arte contemporáneo ruso, “algo que no existe y que es imprescindible para investigadores, estudiosos y los propios artistas” explica Belov.

Este renacimiento del arte contemporáneo, que se sustenta en media docena de mecenas del país, no sólo afecta a la capital: San Petersburgo cuenta ya con dos reputadas instituciones (no gubernamentales) como Erarta y Novi, y una mirada propia, alejada de la dependencia occidental que Viktor Misiano, uno de los comisarios museísticos más prestigiosos de Europa define como “la idea de que los artistas del este están muy pendientes de lo que pasa en el oeste pero no así al contrario: al oeste le importa muy poco lo que suceda en el este”. Su peso en los últimos tres años ha contribuido al aumento del interés social por el arte contemporáneo en una ciudad conocida por sus museos y aunque Moscú parece llevar la delantera, sus paisanos no dejan de apostar por una escena que crece lenta pero segura.

Otro ejemplo de ello es el festival Manifesta, este año en San Petersburgo, y que se ha convertido en un aparador para docenas de artistas locales. El evento, que se celebra en una ciudad distinta cada dos años (antes se pudo ver en San Sebastián, Rotterdam o Luxemburgo) ha nadado en río revuelto por culpa del conflicto de Ucrania (algunos asistentes han cancelado su presencia por este motivo). Manifesta es una bienal con mucho peso en Europa, que ha contado en esta edición con el añadido de celebrar el 250º aniversario del mítico Hermitage, uno de los mejores museos del planeta, confirmando así la ascendencia de Rusia en el mercado del arte global.

Aun así, muchos artistas se plantean abandonar el país por culpa de la nula cooperación de las diferentes instituciones gubernamentales, concentradas ahora en reformas sociales incomprensibles (como la famosa ley antigay) y alejadas de la cultura en todas sus formas. Un joven artista local, que prefiere permanecer en el anonimato, confiesa a este periódico que muchos de los talentos rusos consideran insostenible la situación: “No sólo aquí, en Moscú, sino en sitios como el Cáucaso, donde es casi imposible vivir como artista, ya no hablemos de tratar de hacerlo si se cultiva una disciplina como el arte contemporáneo. En Chechenia habrá dos personas dedicadas a ello y sólo una ha podido mostrar su trabajo en la capital por culpa de las trabas constantes. ¿Marcharse? Estoy seguro de que muchos contemplamos esa opción”.

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