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Aranjuez, capital San Sebastián

Corea y Payton intepretan en sus conciertos en el Jazzaldia el tema de Rodrigo

Chick Corea (izquierda) y Nicholas Payton, en Jazzaldia.
Chick Corea (izquierda) y Nicholas Payton, en Jazzaldia.rafa rivas (efe)

Algún día, alguien tendrá que investigar qué tiene Chick Corea que vuelve locos a los donostiarras. Hasta en ocho ocasiones ha visitado el festival, la última en 2011, con Return to forever IV, y el Kursaal hasta la bandera; se da el caso de que 20 años antes, en 1981, había batido el récord absoluto de espectadores de pago en la historia del festival alcanzándose la cifra de 14.000.

En su regreso al Jazzaldia, y al Kursaal, y al hotel María Cristina, del que es asiduo, el pianista de presunto origen italo-chicano vino acompañado por el contrabajista Stanley Clarke al objeto de interpretar sus viejos éxitos con Return to forever; noble empeño que se vio correspondido con un auditorio a punto de venirse abajo a causa del overbooking producido, según parece, por un fallo informático. Más de uno, incluyendo un servidor, se encontró con su butaca ocupada y sin otra posibilidad que buscarse la vida por entre el gentío al grito de “¡esto es la guerra!”. Por suerte, la cosa mereció la pena.

Hubo, claro está, su homenaje a Paco de Lucía —Yellow nimbus, escrita por Corea para el tocaor, e interpretada por el primero en solitario—, y su evocación más o menos flamenca

Eran Corea y Clarke al piano y al contrabajo, respectivamente, sin trampa ni cartón, todo en acústico, y un puñado de canciones nacidas al fragor de los decibelios; los tiempos del jazz-rock, de la Mahavishnu Orchestra y de Return to forever, etc. Las interpretaciones fueron todo lo primorosas que puede esperarse de dos intérpretes consumados que se conocen desde épocas remotas y, desde entonces, vienen tocando juntos. Otra cosa es el material de origen, piezas como After the cosmic rain, No mistery, Sometime ago…, que a uno le deja más bien frío, ya sea en formato acústico-intimista como rodeadas del aparato eléctrico para el que fueron concebidas. ¿De verdad era necesario rescatar ésta música?... de todo lo escuchado, que fue mucho, uno se queda con la versión de Waltz for Debby, de Bill Evans. Porque hay cosas que no pasan de moda, y Evans es una de ellas. Hubo, claro está, su homenaje a Paco de Lucía —Yellow nimbus, escrita por Corea para el tocaor, e interpretada por el primero en solitario—, y su evocación más o menos flamenca, con La fiesta y un Spain final a trío, con los susodichos y Bobby McFerrin, presente en la sala, que no dudó en subirse al escenario para sumarse a la fiesta, valga la redundancia. Resultado: lo que no cantó en su decepcionante concierto del jueves, lo cantó aquí, incluyendo la consiguiente introducción al Concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo, con la que Corea iniciaba la interpretación del tema en su versión original. Sentado chick to chick con el pianista, hasta se atrevió a intercambiar unos compases a tres manos con éste, estando su mano izquierda ocupada con el micrófono inalámbrico. Este sí: éste es el verdadero Bobby McFerrin que un día nos robó el corazón cantando a la felicidad, la despreocupación, y los pañales Huggies para bebé. Bendito sea.

Apenas una hora más tarde, el trompetista Nicholas Payton abría su concierto en la plaza de la Trinidad interpretando, vaya por Dios, el mismo Concierto de Aranjuez, en la versión de Miles Davis y Gil Evans contenida en su disco Sketches of Spain. Respaldándole, L´Instrumental de Gascogne, dirigida por Bob Belden. Las partituras por delante: nada hay menos jazzístico que eso; nada más contrario al espíritu de una música nacida en la libertad, en torno al sonido singular e intransferible de la trompeta de Miles Davis. “Mi batalla fue convencer a los músicos del estudio de que no estuvieran tan pendientes del papel que tenían delante”, recordaba Evans evocando la grabación del disco. Medio siglo más tarde estamos en lo mismo, o peor.

Que Nicholas Payton no es Miles Davis lo averiguaríamos con una Saeta, extraída del mismo disco, que mejor olvidar. Y todo así. De nuevo, resulta difícil encontrar una razón para volver sobre algo así, más que nada porque hay cosas que están bien como están. A cambio, se nos frece una mala copia sin swing, ni sabor alguno; mortecina, absurda. “Para esto, me pongo el disco”, comentaba un espectador a la salida. Y tanto.

Wadada Leo Smith sorprende con música de una belleza arrebatadora. La leyenda del trompetista, compositor y filósofo  no ha hecho sino incrementarse

Menos mal que luego vino John Scofield a poner las cosas en su sitio, y un poco de alegría en nuestro sensible corazón de aficionados. Sin coartadas ni otras razones para hacer lo que hace que la música en sí misma. Por cierto que el guitarrista también ha visitado San Sebastián en diversas ocasiones, junto a Miles Davis y McCoy Tyner, y dirigiendo sus propios grupos. El aficionado donostiarra le adora tanto como el guitarrista adora la ciudad en la que afirma sentirse a gusto como en ningún otro lugar del mundo.

Decir que ayer tuvimos al Scofield más directo y contundente, el de Überjam, su proyecto en clave funk que dio lugar al disco homónimo editado en 2002, cuya segunda versión vino a presentar con el mismo Avi Bortnick, a la guitarra y los samples, y una misma línea argumental. Música sin pretensiones, directa y fácilmente asimilable, ideal para una noche de verano en la que, por suerte, no llovió.

De un éxito previsible a otro que puede que no tanto. Y es que, en un festival como el de San Sebastián, salta la liebre cuando menos uno se la espera. Por ejemplo, en las sesiones de media noche del teatro Victoria Eugenia. Hace nada, el nombre de Wadada Leo Smith era un completo misterio para el aficionado. De un tiempo a esta parte, sin embargo, la leyenda del trompetista, compositor y filósofo no ha hecho sino incrementarse. Algo a lo que ha contribuido su anterior visita al festival, en 2010. Tres años más tarde, el muy singular creador adscrito a las vanguardias del género volvió al mismo escenario para presentar Ten freedom summers, composición multimedia en forma de suite inspirada en el movimiento por los derechos civiles, por la que el trompetista obtuvo el premio al mejor compositor en la encuesta de los críticos de la revista Down beat. Música épica, evocadora de otras tantas piezas similares —We insist!. Freedom now suite, de Max Roach, es, acaso el precedente más claro—, de una belleza arrebatadora.

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