Gonzalo Juanes, maestro de la luz
El fotógrafo asturiano, pionero en el uso del color en España, retrató el drama humano contemporáneo
Gonzalo Juanes (Gijón, Asturias, 1923) murió el pasado 9 de julio a los 91 años, después de una larga enfermedad. Su nombre casi había quedado borrado del panorama cultural español durante dos décadas. Pasó todo ese tiempo trabajando para sí mismo, como a él le gustaba decir, alternando la práctica de la fotografía en color y en blanco y negro en un ciclo marcado por su metafísica imposibilidad de compatibilizar los dos medios en el tiempo. Fue precisamente en una fase de rechazo al laboratorio y al lenguaje del blanco y negro, cuando se deshizo de manera radical de su archivo al final de la década de 1960, dedicandose exclusivamente al color, lenguaje en el que fue pionero.
Juanes es un fotógrafo de contadas imágenes pero de cantidad de ideas, pieza imprescindible para entender la historia de la fotografía española, que influyó profundamente en sus compañeros de generación. Fue el introductor en España de las nuevas tendencias fotográficas. Sus rigurosos análisis sobre William Klein e Irving Penn, publicados en la revista Afal, son reflejo de su criterio y de su mirada fotográfica. Sus series fotográficas están construidas sobre un esquema conceptual que trenza de forma sutil la realidad y la emoción, siempre en clave poética. Las temáticas que trabajó, tomadas de su entorno más próximo, constituyen un retrato de la mentalidad moderna.
Admiraba la vida de la gran ciudad, el progreso y la gente obrera, debido probablemente a su formación de perito industrial. Pero la poesía siempre le tentó. Paseaba por Gijón de chico con una libreta anotando sus impresiones, hasta que descubrió el poder de la cámara, su precisión descriptiva y la poética de la luz. En 1952 trasladó su residencia a Madrid contratado por el Instituto de la Soldadura, una empresa dependiente del INI. Allí, durante cinco años, compartió tertulias con intelectuales y artistas jóvenes con los que emprendió un proyecto de retrato. Frecuentó la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, de la que nunca quiso ser socio por su incompatibilidad de planteamientos. Su reafirmación teórica sobre el nuevo lenguaje de la fotografía se produjo cuando conoció a Oriol Maspons, con el que compartió una estancia de tres meses en París. “Solo hay en España una persona que entienda de fografía: Gonzalo Juanes”, escribió Maspons a Afal, que le concedió el Premio de Honor en el II Salón de Invierno.
Fue el introductor en España de
En 1957 regresó definitivamente a Gijón, donde ocupó una plaza de ingeniero en la Sociedad Española de Oxígeno y formó una familia. Pero allí no encontró un ambiente fotográfico que le motivara, ni encajó nunca, íntimamente al menos, con la sociedad burguesa en la que se insertó, ni le satisfizo la pequeñez de la cultura de aquella ciudad de provincias a la que amaba, sin embargo, en su decadencia, en sus heridas a causa del desmantelamiento industrial, y que en sus fotos sublimó ya fuera en sus colores del crepúsculo como en sus grises borrascosos. Dejó el retrato progresivamente e inició un proyecto sobre Asturias, al estilo de Robert Frank, proyectando sobre los espacios y los seres humanos la sombra de su inconformidad y sus emociones.
Durante veinticuatro años desapareció del panorama de la fotografía española hasta el punto de que en junio de 1991, los organizadores de la exposición Grupo Afal: 1956/1991 no lograron contactarlo pensando que había abandonado la fotografía definitivamente. Pero en realidad, durante ese tiempo, Juanes había seguído cargando su Carusel Kodak para visionar en pases privados las ruedas de 80 diapositivas estrictamente seleccionadas. Rechazaba cualquier tipo de edición porque pensaba que su trabajo en color no reproduciría bien, ni en la imprenta ni en el laboratorio, por lo que tendría que seguir siendo luz, por siempre luz sobre la pantalla.
Hasta que en 2003, un juvenil Gonzalo Juanes de 79 años, se enfrentó al vértigo de organizar su primera muestra individual. Ver aquellas salas repletas de fotos le causó una emoción inmensa. Aquello que solamente había visto él y sus amigos se mostraba a los ojos de toda la sociedad de Gijón que entendía a través de su mirada que su ciudad era más compleja, más bella y más dramática de lo que nunca se podían haber imaginado. Y cuando lo conocieron más allá de su ciudad, se supo que la fotografía española contaba con un maestro en el tratamiento de la luz y el drama humano contemporáneo.
Laura Terré es historiadora de la fotografía y comisaria de exposiciones.
Babelia
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