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Contracultura y caricatura

Lethem ha escrito una sátira del activismo ideológico en EE UU con guiños que el lector celebrará

Vernon Merritt III/LIFE Picture Collection/Getty

La American flag de Jasper Johns ondea en representación de todos los americanos, incluidos los rebeldes con causa pero sin acomodo que persigue con su cámara en su nueva novela el siempre relevante Jonathan Lethem, uno de los más sólidos y más enseñados narradores de la promoción de Foster Wallace, Palahniuk, Chabon o Franzen: las criaturas de la noche de la contracultura en el soleado día por decreto ley en el que EE UU convino en vivir.

Lethem (Nueva York, 1964) ha escrito una sátira de la disidencia o una tragicomedia del activismo y el compromiso ideológico, con buen humor (manifestaciones frente al Ayuntamiento con cajas de Dunkin’ Donuts o consejos anticapitalistas a tiernos niñitos como “no pedirás lo que anuncian en la pausa de los dibujos animados”). Y también generosas porciones de ironía en su menú de degustación de la amarga disidencia y de los indigestos conflictos entre el individuo y el sistema. Y ha utilizado algunas armas de Robert Coover en La quema pública (1977), la novela en la que retrata el linchamiento de los esposos Rosenberg durante la Guerra Fría, otras de Philip K. Dick y su querencia paranoica e histórico-política en El hombre en el castillo (1962), y buena parte del arsenal judeo-burlesco, sexual e identitario e ideológico de su admirado Philip Roth en Pastoral americana (1997) y Me casé con un comunista (1998), con cuyos personajes o álter ego Swede Levov y el novelista Nathan Zuckerman juega Lethem con alusiones à clef.

Las últimas novelas del autor de La fortaleza de la soledad (2003) parecen terrenos felizmente minados con vestigios de genealogías narrativas contemporáneas, paráfrasis, ecos, complicidades, homenajes y guiños fecundos que el lector que quiera ver por debajo de la trama, como un buzo bajo un mar textual, celebrará: al maestro Roth en primer lugar,también dedicándole tal vez esta versión libre, doméstica y low profile de los conflictos antisemitas e ideológicos de La conjura contra América (2004), y algunos guiños a El escritor fantasma (1979); a Philip K. Dick; al talante jocoso pero crítico de David Foster Wallace; al espíritu, que no a la letra, de Los ejércitos de la noche (1968) de Norman Mailer y su discurso contracultural y poliédrico —pacifistas, Nueva Izquierda, Black Power, comunistas o feministas— acerca de la necesidad del activismo político en Estados Unidos; a Upton Sinclair o a Graham Greene. Se trata, en fin, de la prevalencia del éxtasis de la influencia, del encomio y la apología de la influencia, frente al síndrome de la ansiedad de la influencia del Dr. Bloom.

La nueva novela está anclada,

Nueva York, que ya era el centro de su novela anterior, Chronic city (2009), una de sus obras más cercanas a la extravagancia enajenante de su venerado Philip K. Dick, vuelve a serlo de Los jardines de la disidencia. Esta es sin asomo de duda mucho más enjundiosa aunque también anclada, como la anterior, en los personajes y su ajetreo mental y físico —y en el mensaje que desea transmitir (“el comunismo americano, nacido en los salones, había ido a morir a la cocina”)—, y no tanto en una trama propiamente dicha. Entre sus protagonistas: Rose Zimmer, judía inmigrante de origen polaco, militante comunista que, con todo, sabe que se enfrenta a “un dogma de hormigón”; su primo Lenny (Lenin); su hija Miriam, refugiándose de su politizada mamá en una comuna de Greenwich Village, y más tarde en un viaje a la Nicaragua sandinista; y una constelación de personajes entre los que el lector se encontrará a un profesor en una escuela cuáquera; a un negro gay con sobrepeso y estudios en la Ivy League que bebe Sauvignon Blanc y lee El hombre sin atributos; a un visionario del béisbol socialista; a algunos comisarios políticos de tres al cuarto; y a varios hippies militantes del flower-power.

Todos ellos forman una banda de huérfanos del mundo, de infelices estrafalarios, que no comulgan con el arquetipo oficial, de outsiders encerrados con un solo juguete que se llama disidencia. Y son retratados a través de una prosa semejante a la gelatina, transparente y mórbida pero sumamente alimenticia, en ocasiones en exceso por su tendencia a la sobrescritura y por irse a por tabaco y tardar demasiado en volver, y siempre original.

Los personajes son infelices estrafalarios, que no comulgan con el arquetipo oficial, de outsiders

Los jardines de la disidencia quiere transmitirnos la secuencia de casi ochenta años de una América underground que sobrevive a la caza de brujas permanente, entre música de Bob Dylan y Pink Floyd, paraísos artificiales y huidas hacia adelante, procurándole a la nación ciertas dosis de contracultura inoculadas en la indiferencia política estadounidense, que las convierte en placebo o en anécdota, porque en una nación de aspirantes a triunfadores la rebeldía o es tóxica o ni siquiera es.

A Lethem no le importa que sus outsiders de izquierda no sean proletarios porque lo que realmente le interesa es poder presentarle al lector una galería de estupendos personajes en rebeldía constante, atrapados en el gran guiñol de las ideologías. Por las casas y las calles de Queens deambulan todos, con sus utopías a cuestas, como extraños replicantes a los que mejor saludar de lejos, pues quién va a desmentir la evidencia de que el gran sueño americano también produce monstruos.

Marihuana, imaginario colectivo, libros con verdades reveladas, trasiegos entre literatura y la política —del feminismo de Doris Lessing al rebelde Jack Kerouac, o al pacifista y disidente Robert Lowell— y aliento libresco (acostumbra la literatura de Lethem a ser literatura al cuadrado), sexo interracial, la denuncia tácita de una imposición soterrada del pensamiento único, entre banderitas patrióticas y majorettes, y mucha sandunga. Por cierto, “¿puede colarnos en la fiesta de Norman Mailer?”, dice Lethem que preguntó Adam.

Los jardines de la disidencia. Jonathan Lethem. Traducción de Cruz Rodríguez Juiz. Literatura Random House. Barcelona, 2014. 413 páginas. 22,90 euros

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