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Cuanto peor se torea, más se jalea

Finito de Córdoba, El Juli y Alejandro Talavante estuvieron en una plaza donde parece que se trata de hacer un 'destoreo' bullanguero

Antonio Lorca
El Juli, en su pimer toro, al que cortó una oreja.
El Juli, en su pimer toro, al que cortó una oreja.Luis Azanza

La fiesta de San Fermín es de primera especial, pero la afición, el público y la autoridad de la plaza de toros es de verbena. Causa rubor y preocupación su actitud durante el desarrollo de los festejos, y se conceden trofeos del mismo modo que se reparte el azúcar en un papelón de churros. Siempre se ha dicho que la sombra es entendida y bullanguera la solanera; la verdad es que quien manda en Pamplona es el tendido del jolgorio, —al que la fiesta le importa un pimiento— mientras la sombra asiste con la boca cerrada, y asiente todas y cada una de las barrabasadas que se les ocurre a los señores de La chica yé yé, el ajo arriero y las magras con tomate.

En esta plaza está visto y comprobado que cuanto peor se torea, más se jalea. Se trata de hacer un destoreo bullanguero, dar un par de molinetes, mejor con el añadido de rodillazos varios, y todo ello sin dejar de mirar al tendido de vez en cuando; y si hay acierto con la espada, el diestro en cuestión tiene muchas posibilidades de pasear el rabo, como si hubiera protagonizado una gesta histórica.

GARCIGRANDE/FINITO, EL JULI, TALAVANTE

Toros de Garcigrande, bien presentados, mansurrones y encastados. Muy nobles, cuarto, quinto y sexto. Primero y cuarto, machacados en varas.

Finito de Córdoba: pinchazo, media y dos descabellos (bronca); pinchazo, casi entera trasera y tendida _aviso_ diez descabellos _2º aviso_ y un descabello (silencio).

El Juli: estocada trasera y tendida (oreja); pinchazo y estocada _aviso_ (oreja). Salió a hombros.

Alejandro Talavante: estocada (oreja); cuatro pinchazos y casi entera (silencio).

Plaza de toros de Pamplona. 10 de julio. Cuarta corrida de feria. Lleno.

Es una pena, pero es así. Menos mal que la empresa de la plaza es cosa seria y se preocupa de que salga el toro íntegro (debe ser de las pocas plazas del orbe donde esto ocurre); de lo contrario, la feria de Pamplona sería una broma que habría que esconder para evitar la vergüenza.

Dicho lo cual, todos los triunfos acaecidos en este ruedo deben ser puestos, en principio, en cuarentena, porque, por lo general, el parte oficial de orejas concedidas no se suele corresponder con la calidad de lo acaecido delante del toro.

Ayer, por ejemplo, El Juli cortó una oreja en cada toro tras dos faenas vulgares, muy por debajo ambas de la buena condición de sus oponentes. El Juli, que es torero poderoso y conoce todos los secretos de la profesión, debe saber mejor que nadie que no hace falta tirar de ortodoxia para conectar con los del sol. Así, en su primero, manso y descastado, prefirió ser el torero modernista y ventajista que tantas comodidad le produce: despegado, fuera cacho, al hilo del pitón… Lo normal en el toreo de hoy. Solo al final se dio el arrimón y le ganó la partida a los del sol. De una calidad sobresaliente era el quinto, y siguió en sus trece el matador; fue la suya una faena larga, cuajadita de trapazos insufribles, mientras el toro iba y venía, incansable en su largo recorrido. Alargó su labor y trazó algún natural meritorio en un manojo de vulgaridad. Si mata a la primera, le conceden el rabo.

No le anduvo a la zaga Talavante, con dos toros de nota, encastado el tercero y muy noble el sexto. El primero le propinó un volteretón sin consecuencias, y entre el percance y la buena estocada, —no hubo más—, oreja al esportón. Con suavidad y fijeza embestía el otro, y Talavante no se embraguetó ni una sola vez. Siempre citó con la muleta retrasada y despegado. Menos mal que falló con la espada; si no, sale a hombros por la puerta grande.

Y algún periodista avezado debería preguntarle a Finito: “Maestro, ¿y usted a qué ha venido a Pamplona…?” Quizá, Finito desconocía que aquí sale el toro, y no está este torero para estos compromisos tan serios. Error de la Casa de Misericordia al contratarlo con la de jóvenes que hay por ahí con ganas de comerse el mundo. A sus dos toros los machacó en varas. Sus dos picadores lo miraban como diciendo: Maestro, ¿sigo? Y el susodicho desparramaba la vista. Su primero llegó con poca vida a la muleta. Normal. Y Finito se mostró desconfiado. Más normal. Imperdonable. Tres redondos y uno de pecho, con sabor, y un par de detalles fue su escaso bagaje en el quinto, que era de lío gordo. Más imperdonable todavía. Pero si mata a la primera, oreja. Increíble lo de este torero y lo de esta plaza.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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