El problema está en la cabeza
Juan José Padilla, Iván Fandiño (tres orejas) y Juan del Álamo estuvieron en la muy seria y descarada corrida de Victoriano del Río; y brava en los caballos, y encastada en la muleta
Si se analiza la actitud de los tres toreros y la estampa de los toros, bien se podría concluir que el problema radica en la cabeza; sobre todo, en las cabezas de los toros. Imponentes, oiga. Pitones interminables y astifinos como agujas, de esos que justifican un triunfo solo por verlos de cerca. Y quien tenga dudas que le pregunte a Fandiño, que sufrió una tremenda voltereta al matar a su primero, y puede dar fe de lo que entra por el cuerpo cuando sientes que un cuerno de ese calibre te traspasa la taleguilla, y te ves debajo de una mole de 600 kilos, que lanza una lluvia incesante de pitonazos como si fuera una metralleta mortífera.
Muy seria y descarada la corrida de Victoriano del Río; y brava en los caballos, y encastada en la muleta. Incansable el quinto en sus poderosas embestidas, y muy noble el sexto.
DEL RÍO / PADILLA, FANDIÑO, DEL ÁLAMO
Toros de Victoriano del Río, muy bien presentados, bravos en el caballo y encastados y ásperos en el tercio final. Muy encastado y codicioso el quinto, al que se le dio la vuelta al ruedo. Noble el sexto.
Juan José Padilla: casi entera tendida y dos descabellos (silencio); pinchazo y media (silencio).
Iván Fandiño: pinchazo y estocada (oreja); —aviso— estocada (dos orejas).
Juan del Álamo: pinchazo y casi entera tendida (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de toros de Pamplona: 9 de julio. Tercera corrida de feria. Lleno.
Pero a los toreros no se les vio con la solvencia esperada. Claro, que Pamplona no es Madrid, y la fiesta y el ruido de las peñas te permite un alivio. Incluso es necesario, y aconsejable, una concesión a la galería —a los tendidos de sol, se entiende—, lo que supone un pasaporte para las orejas. Pero un respeto enorme para quienes son capaces de asentar las zapatillas ante dos bieldos de miedo, y a los que, encima, se les exige que piensen, que paren, manden y templen.
Dicho lo cual, se debe añadir en honor a la verdad que los señores de luces tomaron nota de las cabezas de sus oponentes, echaron el freno y estuvieron muy por debajo de sus lotes. Comprensible, sí, pero por debajo.
Fandiño salió por la puerta grande, y él, en su fuero interno, sabrá que no estuvo para tres orejas. La primera se la concedieron para que recuperara el aliento tras la angustia de la voltereta, pero ese toro, que no era fácil, le ganó la partida; y ante el gran quinto, el torero se asentó en la sexta tanda con la mano derecha, se confió más en la séptima y remató con unas superficiales manoletinas. Eso sí, mató muy bien. Pero el triunfo, no se olvide, fue del toro.
Mantuvo Del Álamo su apuesta por el toreo clásico, intercalado con algún rodillazo y manoletinas para los mozos, pero no se le vio suelto ni con la hondura de actuaciones precedentes. Y la sorpresa la dio Padilla. Solo banderilleó —muy mal, por cierto— a su encastado primero, que se lastimó una mano; y muleteó de manera destemplada y acelerada al cuarto, y no dijo nada. Vamos, que no dio opción a que ondearan las banderas piratas. Por suerte para él, vuelve el sábado.
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