Todos somos inmigrantes
La comedia 'La jaula dorada' indaga en la vida de un matrimonio portugués en París
Según va avanzando el siglo XXI aumentan las películas sobre inmigrantes. Las hay más desgarradoras, más ilusionantes, más pegadas a la realidad o más cómicas. ‘La jaula dorada’ apuesta por una combinación de cierta ternura, desencanto y constatación de que la vida del emigrado está llena de trampas, incluso puestas por uno mismo: ¿cuándo se deja de ser de un país y se convierte mentalmente en ciudadano del sitio de acogida? Más sencillo: ¿cuándo los portugueses de La jaula dorada -estrenada el viernes pasado en España- dejan de ser porteros de los mejores barrios de París y albañiles, eso sí, siempre portugueses, para devenir en personas afrancesadas que ya no saben dónde tienen sus raíces y su casa?
Con esos ingredientes esta tragicomedia portuguesa logró el premio del público en los últimos Premios del Cine Europeo y fue candidata a un César, y su director, el también actor Rubén Alves, se ha presentado con éxito de cara a la industria. Como intérprete, a sus 33 años, tiene bastantes filmes a sus espaldas (en La jaula dorada se ha reservado un pequeño papel), pero Alves, aunque dirigió su primer corto hace más de una década, no era más que un debutante en el largometraje queriendo contar situaciones que ha vivido en sus propias carnes: “No es mi vida, pero es la historia de mis padres. Con la película les quise homenajear, a ellos y a esta comunidad, tan discreta, que en Francia no hacen ruido, están muy integrados. Conozco todos los personajes: son mis tíos, mis vecinos… Nacen de mi observación y de mis sensaciones. Obviamente la historia principal es ficticia. El resto, los detalles, nacen de mi vida”. Sus protagonistas, un matrimonio de encargado de obra y portera (las estrellas lusas Joaquim de Almeida y Rita Blanco) reciben una curiosa noticia: han heredado una casa al norte de Portugal, que será suya si abandonan su vida en París y se mudan a la mansión. ¿Qué hacer? Los hijos son mayores y no se sienten nada portugueses, sus amigos y su familia viven en la capital francesa… pero la vuelta a casa podría ser mejor que lo que hubieran soñado jamás.
¿En qué personaje se ha escondido Alves? ¿El hijo adolescente del matrimonio protagonista? “No, porque yo siempre he aceptado mi parte portuguesa. Por supuesto, cuando era crío, y hay crueldad entre niños, se metían conmigo porque mi madre limpiaba casas por supuesto. Me salvó el humor. Debemos asumir lo que somos, para bien y para mal, y saber reírnos de nosotros mismos. Por eso la forma de la película es una comedia y por eso juego con los tópicos… Tras los tópicos siempre hay cosas profundas que mostrar, y a través de ellos podía llegar al mensaje que quería contar”. La película se estrena en un momento en que Europa este deviniendo en un continente racista. “Cierto, hay un momento de la película en que las portuguesas se quejan de que ahora les quitan el trabajo las rumanas. Es la vida. Pero no podemos olvidar que todos somos un poco emigrantes. Yo me siento ciudadano del mundo, muy europeo”. La entrevista se desarrolla en español, lo que da pie a la sempiterna cuestión de por qué los españoles miramos por encima del hombro a los portugueses, y si ellos lo sienten y se sienten discriminados. “Es verdad. Estamos tan cerca y no nos conocéis. El mejor ejemplo es que si hablas con un portugués, él hace el esfuerzo por hablar lento y parecido al castellano. Sin embargo, pocas veces ocurre al revés, pocos españoles intentan charlar en portugués. ¡Con todo lo que nos parecemos!”.
La película obtuvo el premio del público en los últimos galardones del cine europeo
Alves comenta que ha habido dos veces en que ha sentido que el guion era bueno, que iba por el camino correcto. “No conocía ni a los actores portugueses ni a los franceses. Y yo iba enviando el libreto y aceptando la oferta. Estoy convencido que Almeida sintió que incluso hablaba de él, porque lleva cuatro décadas trabajando por todo el mundo. Mi labor fue crear una familia en el rodaje, que se sintieran en sus papeles. Porque es una comedia, sí, pero hablamos de cosas profundas, y todos los intérpretes crearon sus papeles desde el respeto”.
Joaquim de Almeida. Tiene ya 57 años, aunque el mismo aspecto físico de hace dos, tres décadas. ¿Nunca envejece? “Cierto [risas]. ¿Sabes? Es la primera vez que encarnaba a un tipo tranquilo y además a un obrero. Fue para él y para mí un reto. Creo que eso fue lo que le interesó. Nunca se había puesto esas camisas ni esos pantalones baratos, y al final me confesó que había estado deprimido todo el rodaje por ese vestuario, porque está acostumbrado a trajes buenos [risas]. Cuando en la película se compra el traje caro y lo lleva a un almuerzo con clientes, Joaquim respiraba aliviado y feliz… justo lo contrario de lo que debía de sentir su personaje. Así que tuvo que trabajar mucho [risas]. Solo puedo decir cosas buenas de él, se confió a mí completamente”. El próximo proyecto de Alves será un “cambio radical”. “La jaula dorada es una película fácil de ver, para toda la familia. La nueva supone un giro brutal… que, lo siento, no puedo contar”.
Babelia
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