Judíos ultraortodoxos, la película
Rama Burshtein es la primera ‘jaredí’ en dirigir un filme sobre su comunidad para público generalista
La directora Rama Burshtein (Nueva York, 1967) cambia constantemente del “nosotros” al “ellos” para referirse a la comunidad judía ultraortodoxa. “Nosotros”, porque la realizadora forma parte de los jaredíes (otra manera de referirse al sector más observante de esta religión) de Tel Aviv desde hace 20 años. “Ellos”, porque es una conversa,y su formación la distingue en un grupo aislado en el que ellos consagran toda su vida al estudio de los libros sagrados y ellas se dedican al cuidado de la familia. Burshtein parece moverse, con más o menos comodidad, en un terreno de nadie.
Incluso se distingue entre el minúsculo grupo de realizadoras judías ultraortodoxas en ser la primera en hacer una película pensada para el público generalista. Su filme Llenar el vacío (Lemale et ha’halal en el hebreo original, 2012) se presentó el pasado martes en el Festival de Cine Judío de Madrid y se estrena comercialmente en España el 24 de julio. La historia de Shira, una joven jaredí que es presionada para casarse con el viudo de su hermana recién fallecida, no solo ha recuperado ya la financiación (unos 738.000 euros), sino que ha cosechado varios galardones en festivales internacionales: mejor fotografía en los Premios del Cine Europeo, mejor actriz en el Festival de Venecia, candidata a mejor ópera prima y guion en los Independent Spirit Awards...
Nada a lo que esté acostumbrada esta mujer menuda, madre de cuatro hijos, que oculta su cabello —como deben hacerlo en su comunidad las mujeres casadas— tras un vistoso pañuelo negro y naranja. Neoyorquina de origen, israelí de adopción, la realizadora dedica sus días a hacer películas que nunca llegan a las salas convencionales. Sus trabajos habituales, pensados para la comunidad ultraortodoxa, están sometidos a unas reglas muy precisas: no hay equipos mixtos, las películas hechas por mujeres solo se proyectan ante mujeres (y lo mismo sucede con los hombres), se tratan exclusivamente temas religiosos y cualquier aspecto espinoso del guion debe ser consultado con el rabino.
‘Llenar el vacío’ ha triunfado en el Festival de Venecia (mejor actriz) y en los Premios del Cine Europeo
¿Por qué la necesidad, entonces, de hablarle al mundo exterior? “No tenemos voz. Los judíos han sido zarandeados de un lado a otro durante miles de años y no se apartan de su camino para que les entiendas. Viven en su burbuja, y me parece bien. Pero me di cuenta de que tengo una misión: haceros ver que somos lo mismo que vosotros”. Algo que, asegura, le es posible gracias a “la herramienta del cine”, aprendida en la prestigiosa escuela Sam Spiegel, en Jerusalén, y gracias a su pasado seglar: “Para alguien que haya sido educado como un judío ortodoxo es difícil hacer lo que yo hago. Para mí es fácil porque os conozco”.
La producción, asegura, tampoco entrañó más dificultad que encontrar inversores. “Me decían: ‘Si tanto talento tienes, ¿dónde has estado los últimos 20 años?”. Sin embargo, Burshtein niega que el mundo del cine se le haya cerrado por ser una mujer. “Eso son excusas”, corta la realizadora, “Si yo he podido, cualquiera puede. Si tu proyecto no funciona es porque no tienes un buen guion”.
El de Burshtein ofrece una visión compleja de los matrimonios dentro de la comunidad, en los que los padres proponen cónyuge pero donde, asegura la autora, los futuros novios tienen la última palabra. “Estamos vivos, somos apasionados… ¡Mi historia es complicada, como yo! Cuando la gente me conoce no puede creerse que sea religiosa”, asegura Burshtein entre risas. Llenar el vacío refleja esa pasión, que vira hacia un sutil erotismo aun cuando la pareja protagonista del romance (la primeriza Hadas Yaron y el conocido actor Yiftach Klein) no llega a tocarse en ningún momento.
Un tema peliagudo en una sociedad fuertemente segregada entre hombres y mujeres y que ha generado cierto rechazo entre los jaredíes que han visto el filme. La directora pierde momentáneamente la sonrisa: “Ya dije que esta no era una película para la comunidad. Hay gente que ha ido a verla aunque advertí de que no lo hicieran. Hay otros que sí se han sentido representados”.
Pero la ambigüedad de la película (“Algunos ven en Shira amor, otros ven miedo, y lo acepto”) no es una crítica. O eso mantiene su autora, que asegura que solo ha tratado de ser honesta. “A mucha gente no le gusta mirarse al espejo, cosa que entiendo perfectamente. Pero si observas los personajes del judaísmo, ninguno es perfecto”. Tampoco ella que, confiesa, ve “absolutamente todo en el cine”, sea o no considerado kosher, apto para el consumo. “No soy ninguna santa, no soy un ejemplo a seguir”.
“No necesitamos pasatiempos”
La comunidad jaredí representa el 11% de la población en Israel pero todos los estudios demográficos vaticinan que crecerá al 30% en 40 años. Un tercio del país lo compondrán ciudadanos con entrega absoluta a la Torá —la ley escrita— y el Talmud —la ley oral—, bases del judaísmo. Tratan de evitar toda contaminación de costumbres y valores ajenos a su fe, por lo que el contacto con otras realidades queda prácticamente vetado.
Mantienen abierta una línea forzosa con la burocracia y los servicios públicos, pero en ese resquicio mínimo no entra la cultura. Los hombres estudian los textos sagrados durante 10 o 12 horas diarias, desgranando cada palabra, y las mujeres trabajan para llevar el jornal que no aportan los "eternos estudiantes" y cuidan de la familia. "En este contexto no hay espacio para el ocio, ni para otra distracción por pequeña que sea", explica la periodista Anna García en su obra Orgullosas y asfixiadas. Mujeres que abrazan o huyen del judaísmo ultraortodoxo.
"Tenemos una vida muy llena e intensa. No necesitamos más pasatiempos", avala Noemi Truzman, cuatro niños a su vera, en el jerosolimitano barrio de Morasha. Se detiene un segundo. De estas cosas no se habla con gentiles. Su comunidad veta la televisión y, en gran medida, el cine. Actualmente hay seis directoras que ruedan cintas "para mujeres", bendecidas previamente por sus rabinos, que se proyectan en salones de bodas cuando hay alguna festividad. Hay otros cuatro productores que lanzan entre 15 y 20 películas al año, exclusivamente para un público masculino. Se pueden ver en aulas de yeshivot —escuelas religiosas— o pedir prestadas en las bibliotecas de la comunidad, explican en la Academia de Cine israelí.
La música y los libros se exhiben en tiendas minúsculas. Su único objetivo es explicar o enfatizar los valores de su credo. Unos jóvenes estadounidenses salidos de la comunidad jaredí rodaron en 2011 una película llamada Romeo y Julieta en yiddish; nunca antes habían leído a Shakespeare. De teatro no se habla.
Salvo un par de panfletos, tampoco hay periódicos, los cambian por carteles que llenan paredes enteras. Lentamente, han logrado adaptar a sus intereses tanto los móviles como Internet, bloqueados para no acceder a contenidos poco puros o en días sagrados como el shabat. En los colegios religiosos sólo ahora se les obligará a impartir Matemáticas, Ciencias o Inglés, materias que no ven como necesarias para entender a Dios.
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