Tebeos, apuestas y recién llegados
La Feria del Libro de Madrid ha hecho un gran esfuerzo por atraer público a este evento literario
A pesar de la espectacular afluencia de público en el primer fin de semana, a estas alturas resulta prematuro aventurar una opinión acerca de la marcha de la Feria del Libro, pero tengo la impresión de que nunca se había hecho un esfuerzo tan considerable para atraer a la gente al más longevo y multitudinario evento que se celebra en el Retiro. Los medios —especialmente los audiovisuales— no han dejado de referirse a ella a diario, enfatizando su crucial importancia en un año (otro más) nefasto para el comercio del libro. No ha habido telediario público o privado que no haya resaltado una y otra vez el certamen, y hasta se han reforzado los transportes que pueden llevar a la gente al “encuentro con el libro”. La inauguración transcurrió este año sin abucheos a las autoridades (a pesar de que muchos piensan que continúan mereciéndolos), y tanto la Infanta como el ministro del ramo subrayaron repetidamente el relieve de esta Feria durante su arropado paseo por el recinto. Se espera buen tiempo, se respira paz social entre los feriantes, se anuncia la presencia de varios centenares de autores de toda clase y condición, y hasta tengo la impresión (sin confirmar) de que los precios de los refrescantes gintonics han abandonado el nivel estratosférico. La feria cuenta además con un modesto programa de actividades, y muchas librerías presentan un alto grado de especialización que atrae a los interesados en asuntos concretos: no se pierdan, por ejemplo, en la caseta de Polifemo, el despliegue (catálogo gratuito) de obras en torno a la I Guerra Mundial. De modo que solo queda cruzar los dedos y esperar que los dioses de los meteoros continúen siendo favorables y se distraigan con sus olímpicas fruslerías, especialmente durante los fines de semana. Por cierto que, hablando de dioses, la primera cola multitudinaria la obtuvo Neil Gaiman, el autor de la serie de historietas gráficas The Sandman (1989-1996; editada ahora por Planeta DeAgostini), en cuyos protagonistas (Sueño y sus seis hermanos) es evidente la influencia de las mitologías clásicas y celtas. En términos generales, la ilustración y el cómic tienen una notable representación en esta feria, claro reflejo de la elevada consideración que su calidad media y poder de atracción encuentran en un lectorado adulto y exigente. Entre los álbumes recibidos en las últimas semanas selecciono R. Crumb, entrevistas y cómics (Gallo Nero), un estupendo homenaje al más influyente autor del comix underground de los sesenta que incluye, además de algunas planchas de relleno, cinco largas entrevistas en las que Crumb se pronuncia sobre su evolución y sobre el cómic norteamericano de la segunda mitad del siglo XX. Majareta. Manía, depresión, Miguel Ángel y yo (La Cúpula), de la también estadounidense Ellen Forney, es un estupendo memoir gráfico (en la estela de la inolvidable Fun home, de Alison Bechdel; Reservoir Books) en el que la autora enfrenta con humor, lucidez y valentía su propio trastorno bipolar. Pero mi preferido es 100 pictogramas para un siglo(Edicions de Ponent), del mallorquín Pere Joan, un estupendo ensayo visual —entre la infografía, los emoticonos</CF> y el cómic— sobre algunas ideas, actitudes, tópicos y comportamientos esenciales para entender el siglo XX. Un prontuario de imágenes, monigotes y símbolos de enorme expresividad que exploran caminos todavía no muy transitados en el grafismo de nuestro tiempo.
Apuestas
A pesar de que muchos de los principales grupos mundiales de edición y comunicación continúan siendo negocios de familia —y los movimientos de ficha prematuramente sucesorios en el grupo Planeta así lo atestiguan—, continúa la nueva oleada de fusiones, absorciones y concentraciones. Lo de Penguin Random House y Santillana, no por menos esperado, causó más sorpresa en el milieu que la alianza de las agencias de Wylie y Balcells, un pacto aún no suficientemente concretado que todo el sector veía venir. La flamante superagencia Balcells & Wylie responde no sólo a otra necesidad sucesoria y doméstica, sino también a la radical transformación de un mercado caracterizado por la irrupción, rivalidad y expansión de agresivos operadores globales —Google, Amazon y Apple—, así como a la estrategia de concentrar la representación de las grandes firmas hispánicas, quizá con vistas a negociar derechos universales en todas las lenguas, incluyendo los de probables premios Nobel de Literatura. La célebre casa de apuestas británica Ladbrokes, cuyos agentes no leen mucho para poder “mantenerse objetivos”, admite pujas sobre una lista de nobelizables en la que, tras el favorito Haruki Murakami (representado por la superagencia Curtis Brown: déjense impresionar en su página web por su lista de clientes), figuran varios escritores de la “cuadra” de Wylie, como Adonis, Kundera, Philip Roth, Bob Dylan o Salman Rushdie, estos dos últimos, por cierto, empatados en las apuestas (50 a 1) con Javier Marías (representado por Casanovas & Lynch), único escritor hispánico de la lista. Por lo demás, apostar por los autores es aún más problemático (y a veces más rentable) que hacerlo por los caballos: en 2010, cuando el maestro Vargas Llosa se llevó el gato al agua en Estocolmo, las apuestas a su favor iban 40 a 1. Si mi venerada Carmen Balcells hubiera apostado entonces una buena suma por su peruano favorito, otro Wylie le cantara.
Orwelliana
Prescindiendo de las simpatías o antipatías políticas que en cada cual despierte la formación Podemos y su mediático líder, lo cierto es que su sorprendente victoria en las urnas ha suscitado entre los tertulianos de nuestra derecha más derechosa y de las televisiones que les dan cobijo y soldada lo más parecido que he visto últimamente a aquellos célebres Dos Minutos de Odio (en mayúsculas) con que los habitantes de Oceanía se desfogaban colectivamente frente a la imagen del architraidor Emmanuel Goldstein (Orwell, 1984; Lumen). A juzgar por los apocalípticos exabruptos y furibundos drones verbales que les he escuchado a algunos tertulianos, obsesionados por la presunta coalescencia que impulsaría a los “bolivarianos” españoles a pactar con otros partidos de izquierda (se han referido con horror a un imaginario “frente popular”), lo que habría que hacer con Pablo Iglesias y sus partidarios es poco menos que enviarlos —por seguir con Orwell— a algún campogozo, que es como en neolengua se designan los campos de trabajo. Por lo demás, y en tanto esperamos más concretas y extensas exposiciones de los objetivos políticos de los “recién llegados”, he rastreado en el catálogo de Catarata, una editorial atenta a las propuestas de la izquierda, un par de libros de algunos de sus líderes: el reader (editado por Pablo Iglesias Turrión) Cuando las películas votan, en el que 18 autores se valen de otras tantas películas para ilustrar o comentar importantes cuestiones de sociología, ética o ciencia política, y el más explícito La Transición contada a nuestros padres, del también profesor Juan Carlos Monedero, considerado uno de los teóricos de la nueva formación.
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