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Claudio Narea: “Cuando soñé con la democracia, pensé que sería distinta”

Con su tercer disco en camino, el guitarrista del legendario grupo de rock chileno Los Prisioneros le pone fichas a su futuro como cantautor

Claudio Narea, exguitarrista de Los Prisioneros.
Claudio Narea, exguitarrista de Los Prisioneros.

A un cuarto de siglo de que Los Prisioneros, el grupo que cambió la historia del rock chileno, cruzaran la Cordillera de Los Andes para revelarse ante el público argentino, Claudio Narea, guitarrista del extinto trío, regresó a Buenos Aires, a comienzos de abril, para presentar su ignota faceta solista. Aunque mucha agua corrió bajo del puente desde aquel remoto debut local, el artista de 48 años se reencontró con la audiencia porteña en el Salón Pueyrredón, templo del punk criollo, lejos de los grandes escenarios y de la mediatización de la que goza una leyenda de su estatura en la nación austral. “Esto se parece a la primera vez que fui a tocar con Los Prisioneros a Concepción, en 1984, antes de que tuviéramos incluso un disco”, reconoce el músico que en los noventa integró la banda Profetas y Frenéticos. “Ahora, cuando giro por Chile, todo es muy higiénico porque no existe el contacto con la gente. Llego a un hotel cinco estrellas, toco, y vuelvo a casa. No obstante, en esta ocasión me encontré con Daniel Melero (icono de la modernidad musical argentina), fui a ver a la orquesta de tango Fernández Fierro, y compré discos. Esta experiencia fue como empezar una carrera nueva, con un espíritu distinto, pese a que tenga tiempo en esto”.

Pocos días antes de que te reencontraras con el público local, en la capital argentina debutó el exguitarrista de los Smiths, Johnny Marr, quien, al igual que tú, le llevó muchos años convencerse de que podía ser frontman. ¿Por qué te costó aceptarlo?

Porque no tenía ganas de hacer música solo. De hecho, el año pasado intenté formar un grupo, por lo que estuve buscando a un vocalista y a otro guitarrista con el que pudiera formar una banda con dos cabezas. Pero no lo logré debido a que me siento a gusto trabajando con amigos, y no conseguí a ninguno para llevar adelante esa iniciativa. Así que, tras pensarlo un buen rato, decidí ir al frente, aunque me resistiera a ello. Y es que no me sale fácil plantarme en el escenario para que la gente venga a ver un concierto mío, lo que sí me gustaba cuando estaba en Los Prisioneros.

Pregunta. ¿Cómo solucionaste ese dilema?

Respuesta. No le di más vueltas al asunto. Hoy me da lo mismo si le agrada o no a los demás mi manera de cantar. Si no lo hice anteriormente no fue porque no me entusiasmara la idea, sino porque creía que no me iba a salir bien. Pese a que mi primer disco en solitario (titulado Claudio Narea y lanzado en 2000) no lo toqué en vivo por esa razón, el segundo, que en realidad iba a ser el tercero de Profetas y Frenéticos, lo comencé a presentar poco antes de que saliera a la venta. Mientras que en los conciertos interpreto las canciones de Los Prisioneros que me gustan, y que sé que tengo el rango para cantarlas. Aunque debo practicar bastante.

P. Al mismo tiempo que te resistías a presentarte en vivo con tu condición de solista, los discos que lanzaste en ese plan fueron asomando un perfil musical en el que conviven desde tu afán por el post punk hasta tu desconocido interés por la chanson. ¿Hacia dónde apunta tu búsqueda musical?

R. Me interesa la música popular, sobre todo. Mi tercer disco, que saldrá en algún momento de este año, tendrá mucho ritmo curioso y raro. Ahora estoy muy metido con los estilos africanos, con las cadencias de Etiopía, Argelia, Malí y Nigeria. Si bien no puedo disfrazarme de algo que no soy, pues no pertenezco a esa cultura, está afectando mi propuesta. El jazz, la Motown y el funk me hicieron llegar a África. Sin embargo, me parece increíble que este maravilloso heraldo sonoro no sea considerado por los medios, a los que les importa más el Lollapalooza, lo que está pasando en Londres o todo lo que tiene que ver con la industria musical. Aunque ellos intenten imponer lo que aseguran que es interesante, yo descubrí por mi cuenta otras cosas que son maravillosas.

P. ¿Crees que podrás alcanzar tu identidad como letrista?

R. Aunque parezca obvio, hay mucha temática social en mis canciones. Canto sobre lo que veo, y sobre lo que me parece que debo hacer un comentario al respecto. Por ejemplo, en mi próximo disco incluiré un tema que me pidieron en Venezuela que escribiera acerca de la paz, que no es un tópico que me motive al momento de componer, pero me gustó el resultado.

P. A tu segundo álbum lo llamaste El largo camino al éxito (2006), lo que pareciera un eufemismo. ¿Consideras que el reconocimiento te ha sido esquivo?

R. Paré de tocar al menos tres veces en mi vida, por lo que ahora no entiendo cómo pude hacerlo. Pero eso no volverá a suceder. Cuando uno tiene hijos y otras responsabilidades, todo es muy complicado. Desde afuera se ven solo las luces, la fama y que uno la está pasando bien, aunque no es del todo así.

P. Después de todos estos años, ¿qué sensación te provoca haber sido parte de uno de los grupos más influyentes del rock latinoamericano?

R. Comenzamos como un grupo de amigos. Nos conocimos en 1979, y ninguno de nosotros sabía tocar nada. Mientras Jorge (González) y yo aprendíamos a usar el bajo y la guitarra, Miguel (Tapia) le pegaba con las baquetas a un maletín. A él le compraron luego una batería, y a mí una guitarra eléctrica, y después apareció Carlos Fonseca, que se convirtió en nuestro mánager, y le pidió dinero al papá para financiar la primera grabación de la banda: La voz de los ‘80. Así nacieron Los Prisioneros, y esa fue la forma que para mí tiene sentido una agrupación. Pero aún así lo que sucedió en el interior de la banda fue insospechado, porque los amigotes que se suponía que éramos, en realidad nunca lo fuimos. Pasó el tiempo, y hoy por hoy eso sigue rebotando. Hasta el punto de que cuando nos reunimos en 2001, pensé que era posible que seguir adelante. Aunque al poco tiempo me echaron.

P. La vuelta de Los Prisioneros demostró que las diferencias entre Jorge González y tú, que ya habían impulsado tu salida de la banda antes de la grabación del disco Corazones (1990), parecen imposibles de limar. ¿Últimamente, tuviste noticias sobre él?

R. No tengo relación con él, entiendo que Miguel tampoco. Éramos grandes amigos, y hoy no tenemos nada para decirnos. Solo sé lo que me comenta la gente que está con la reedición de mi libro Mi vida como prisionero: que vive en Berlín, que lanzó un nuevo disco. Me parece lamentable que hayamos perdido la relación, pero no está en mis manos solucionar eso. Simplemente, tuve una vida de una forma determinada. Me comporté bien con Jorge y con los demás, y si le fallé a alguien, pedí disculpas. Está claro que él no puede decir lo mismo…

P. ¿A qué se debe el relanzamiento de tu autobiografía?

R. Como la editorial que lo lanzó hace cinco años, ahora se dedica a publicar otro tipo de textos, entonces aproveché para ampliarlo y mejorarlo, hasta el punto que va a ser distinta a la edición anterior e incluso se va a llamar de otra forma. Todas las interrogantes que le surgieron a la gente acerca de Los Prisioneros, que no fueron pocas, acá quedan respondidas.

P. El año en el que apareció ese libro, te presentaste como candidato a diputado, por el partido Izquierda Cristiana, en las elecciones parlamentarias. ¿Por qué lo hiciste?

R. Me postulé como candidato independiente, aunque con el apoyo de ese partido. Y no me arrepiento de haberlo hecho. Un día, conversando con unos amigos, surgió la idea. Si bien al principio la rechacé, luego me pareció interesante. El cariño y el respeto de la gente, tanto a Los Prisioneros como a mí, me llevó a preguntarme cuál era mi lugar en el mundo. No soy un Beethoven, sino un músico popular. Hago lo que puedo con la voz y la guitarra, y me gusta mi manera. Y en esa búsqueda, pensé en qué pasaría si llegaran personas comunes y corrientes al Congreso. Pero las cosas no se dieron porque fue una campaña pobre, por lo que comprendí que una elección no se gana con buenas intenciones, sino con plata. A pesar de que de nueve candidatos, resulté tercero, entraban los dos primeros. Sin embargo, agradezco no haber quedado, porque estoy de vuelta en la música, lo que me tiene muy contento.

P. ¿Y qué opinión te merece el retorno de Bachelet a la presidencia de Chile?

R. Siempre voto, pero no lo hice por ella. Si la Concertación salió del poder, y le dio paso a Piñera, fue por algo. Así que espero que esta vez puedan enmendar el rumbo, y que les vaya bien para que el país progrese. Chile está lleno de farmacias. La gente está enferma o se lo hicieron creer. Somos una nación “próspera”, aunque con depresión e injusticias. Cuando soñamos con la democracia en el 88, pensé que esto iba a ser muy distinto, que la alegría sería diferente, y que no existirían los abusos y contradicciones que abundan en la actualidad. Hay mucho clasismo y racismo. Se estigmatiza a las personas por su aspecto. Sin ir muy lejos, a una de las representantes más importantes del rap chileno, Ana Tijoux, en el Lollapalooza, el público la llamó “cara de nana” por su color de piel. ¿Puedes creerlo? Eso es muy propio de la sociedad que construimos.

P. No obstante, el boom del pop independiente chileno coincidió con la primera gestión de la actual presidenta de tu país. ¿Estás al tanto de esta escena?

R. Si no conozco más sobre esa escena, es por falta de tiempo. Me gusta, por ejemplo, el disco Odisea de Álex Anwandter. No tengo nada que ver con el pop, y todo también. Cuando comenzamos, en 1984, no pasaba nada en Chile. Estaba la movida del Canto Nuevo, con Inti-Illimani y Quilapayún, pero, por otro lado, había bandas inspiradas en Deep Purple y Led Zeppelin ¡Era música que tenía más de 10 años de antigüedad! Debido a que no había grupos como nosotros, no teníamos de quién aprender. Así que los músicos de esta nueva avanzada, a diferencia de nosotros, se formaron en conservatorios, tienen acceso a productores, y graban de forma decente. Las cosas cambiaron.

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