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El momento de la poesía para niños

El auge del álbum ilustrado es uno de los canales por los cuales la poesía busca aumentar su difusión

Javier Salvatierra
Detalle de una ilustración de Miguel Ángel Díez para la obra 'El secreto del oso hormiguero', de Beatriz Osés en Kalandraka.
Detalle de una ilustración de Miguel Ángel Díez para la obra 'El secreto del oso hormiguero', de Beatriz Osés en Kalandraka.

“El hecho de que un libro sea hermoso, lo hace más atractivo tanto a los ojos de los adultos como a los de los niños”. Aunque obvia, no deja de ser significativa la frase de Mar Benegas, autora de A lo bestia (Litera Libros), más aún cuando nos referimos a poesía, la “hermana menor”, o la “hermana grande desterrada” de la literatura en cuanto a su difusión. En una época de auge del álbum ilustrado, con propuestas de indudable valor gráfico —aunque no solo—, y en un mundo en el que “los niños son cada vez más visuales”, como señalan desde la editorial Edebé, la poesía infantil busca aumentar su difusión, ya sea con poemarios originales o con las ediciones ilustradas de antologías de poetas.

Estamos ante un género, si es que existe —hay quien lo duda—, cuya repercusión comercial es escasa. “Si la poesía es la Cenicienta de la literatura, la poesía infantil ya…”, ríe Benegas. Sin embargo, está muy presente en la vida de los niños. Como señala Xosé Ballesteros, director de la editorial Kalandraka, “cuando hablamos de literatura infantil, lo primero es la poesía: canciones, rimas, trabalenguas… Los niños aprenden a hablar con poesías, se les cantan nanas. Eso es poesía”. Antonio Rubio, director de la colección de poesía de Kalandraka (Faktoría K de Libros), relata también cómo la poesía se cuela luego en el primer aprendizaje, el de las partes del cuerpo o el entorno inmediato, y en los juegos (saltos, combas, sorteos…). Inciden las fuentes consultadas en la dimensión memorística de la poesía, en su capacidad para introducir en el niño conceptos como el ritmo, la musicalidad, en su capacidad de evocación, de “familiarizar al niño con la dimensión artística del lenguaje”, como dice Jesús Munárriz, de Hiperión. En fin, cree Ballesteros que “no hay familia a la que no guste que un niño recite de memoria una poesía”.

Sin embargo, lamenta que esta presencia en el día a día del niño “no tenga traslación con lo que ofrece el mundo editorial”. Coincide con él Marta Muntada, de Edebé, que señala que “aunque siempre gusta a los niños, la poesía infantil no es lo que tiene más auge”. De la misma opinión es Ignacio Chao, de Edelvives: “La venta de poesía sigue siendo minoritaria; pese a que hay una oferta más diversa que nunca y que la edición ilustrada vive el mejor momento que ha tenido nunca, se sigue pensando que la poesía es un género de lectura complicada”. Los calificativos se acumulan: patito feo, minoritaria, cenicienta, hermana menor… Benegas habla de su “mala salud de hierro”, de la escasa atención que las editoriales dedican a la poesía en sus catálogos: “Pocas editoriales la cuidan, aunque las que lo hacen, lo hacen muy bien”. Siempre ha sido minusvalorada, opina, en fin, Jesús Munárriz.

En estas circunstancias, el boom del álbum o el libro ilustrado pueden venir en defensa del género. Cada vez más ilustradores de calidad se han acercado a la literatura infantil para dar a luz auténticas obras de arte. Viene a sumarse a este fenómeno la tecnología, que no solo permite nuevas posibilidades de creación a los ilustradores, sino de difusión de su obra. Y la poesía sale también beneficiada de ello. Ballesteros, lo ve como el “camino ideal para extender la poesía”. Por ello alberga en Kalandraka, la editorial que dirige, la Faktoría K de Libros, el sello dedicado a la poesía, y por ello cada año, en colaboración con el Ayuntamiento de Orihuela, cuna de Miguel Hernández, poeta seleccionado para niños donde los haya, organiza el premio de poesía infantil Ciudad de Orihuela, que hace unos días le fue entregado a María Jesús Jabato. Poesía e ilustración se dan la mano en su poemario Gorigori, que versa grandes obras de la historia del arte, que pueden verse junto a cada poema.

Portada del libro 'A lo bestia', de Mar Benegas y Guridi en Litera.
Portada del libro 'A lo bestia', de Mar Benegas y Guridi en Litera.

También lo ve del mismo modo Mar Benegas, autora de A lo bestia, poemario ilustrado por Guridi, y seleccionadora de la antología 44 poemas para leer con niños. “La ilustración ayuda, por supuesto. El hecho de que un libro sea hermoso lo hace más atractivo a los niños y a los adultos. Un libro lleno de letras puede echar para atrás a un niño”. Para Ignacio Chao, de Edelvives, “el libro ilustrado es, sin duda, una estructura muy amable para acercar la poesía a los lectores”. La colección Adarga, nacida en 2005 para antologar a grandes autores, desde Espronceda a Benedetti, pasando por Neruda, Celaya o los místicos, es su estandarte, aunque destaca por su gran formato Poemas a la luna, selección internacional de odas al satélite ilustrado por Gianni De Conno.

Aunque la poesía no suele ceñirse a demasiados corsés, la imagen da nuevas posibilidades a los versos. Prueba de ello es Narices, buhítos, volcanes y otros poemas ilustrados, una colección poética seleccionada por Herrín Hidalgo para la editorial Mediavaca ilustrada por Carlos Ortín.

“Los niños son cada vez más visuales y la ilustración, que es algo muy propio de la literatura infantil, empuja a consumir poesía”, explica Marta Muntada, que reivindica la imagen como “gancho para luego entrar más a fondo en el texto”. El buen momento de álbum ilustrado “favorece que otros géneros tengan su oportunidad”, dice Reina Duarte, también de Edebé. Como ejemplo, señalan la “apuesta” de su editorial por la poesía con la trilogía de José María Plaza: Zoo vivo, Espejismos y Ventanales, tres recopilaciones con piezas de autores contemporáneos, clásicos y del propio Plaza, ilustradas por Ágatha Ruiz de la Prada.

Conviene Munárriz en que “se hacen maravillas” en el campo de la ilustración, pero reivindica el texto. “El dibujo puede distraer del texto. Se lo pasan bien los niños con los dibujos, están bien, pero no es nuestra misión”. Por eso, en su colección Ajonjolí apuesta por pequeñas ilustraciones en blanco y negro, “un apoyo suficiente”. “Lo importante es que se fijen en el texto, que aprendan, que se habitúen al ritmo, a la rima, etcétera. La poesía tiene valores que enganchan a los niños, como la musicalidad. Los niños lo captan inmediatamente y lo buscan”, como ha podido comprobar en los talleres que organizan en las aulas.

Porque, además de la imagen, para acercar la poesía a los primeros lectores, muchos de los profesionales consultados destacan la importancia de los “mediadores”, profesores, padres y otros adultos que se ocupan de que la poesía llegue a los niños. De que, a través de talleres, de visitas a las aulas, de lecturas en casa, llegue a los oídos de los niños la rima, la música, el ritmo, la imagen que encierra un poema. “Depende de ellos”, resume Ballesteros.

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