El ‘cubo’ de Beckett encierra a Chéjov
La obra del autor ruso se reinventa en un montaje de Carles Alfaro con ecos del autor de ‘Esperando a Godot’
Chéjov bajo el prisma de Beckett. Literalmente. En un cubo con el suelo de formica y una pared de metacrilato que devuelven reflejos enturbiados, como el pasado que evoca la memoria, las Tres hermanas del autor ruso se redescubren con ecos del autor de Esperando a Godot. Los responsables son Carles Alfaro (director) y José Sanchis Sinisterra (adaptador) que estrenan hoy en Madrid el primer Chéjov del teatro de la Abadía. “No es una adaptación, sino más bien una visión beckettianade la obra”, señala Alfaro, solo en la defensa de este salto mortal porque Sanchis Sinisterra se encuentra de viaje por México. “Es un ejercicio de funambulismo, tanto para los actores, como para mí. Pero el texto de Sanchis Sinisterra lo merece. Conserva el alma de Chéjov y le da un aroma a Beckett”.
La deuda con el autor de Esperando a Godot está en conectar la obsesión con el paso del tiempo de Chéjov con su prolongación infinita, al absurdo, de Beckett. El Moscú con el que sueñan las hermanas, un lugar en el que proyectar todos sus deseos e insatisfacciones, suena a un Godot que nunca llega. También los ramalazos de humor absurdo. En el tercer acto las tres rompen a cantar en inglés. La actriz Mamem García reconoce que fue una idea feliz que tuvo durante los ensayos: “Me puse a cantar al piano: ‘We are going to Moscu. We are going to Moscu’. Al final cantamos las tres y se quedó en la obra. Creo que es un momento en que nos relajamos y el público también”.
Los cambios de esta Tres hermanas van más allá de los guiños a Beckett. Para empezar, el tajo al reparto. De 12 personajes al trío protagonista: la mayor, Olga (Julieta Serrano), Mascha (Mariana Cordero) e Irina (Mamen García), la benjamina. Pero este recorte es solo el primer paso. La edad de las actrices, todas en la madurez, choca frontalmente con las veinteañeras sobre las que fabuló Chéjov. El director y escenógrafo se justifica: “No me las podía imaginar de otra manera. Los personajes de Chéjov son muy complejos. Necesitaba a actores con el recorrido y la perspectiva vitales que da la madurez”.
La escenografía deja suspendido en un limbo atemporal al trío de hermanas
Hay un cuarto personaje, inmóvil y mudo, en la obra. El cubo, la crisálida de seis caras encierra a Olga, Mascha e Irina en un “limbo de tiempo suspendido”, según lo define Alfaro. Este singular espacio escénico está específicamente pensado para la Sala José Luis Alonso del teatro de la Abadía. En el centro se encuentra el cubo, con dos de sus caras expuestas al público. En ellas introduce Alfaro la concepción estética de toda la escenografía: “Hay un velo muy fino, de malla hexagonal, que deja visible un 90% la escena. Se percibe como si hubiera un vaho”. Luego, sobre el escenario, el suelo y una de las paredes reflejan a actores y atrezo de manera también inexacta: “Una superficie pulida y oscura ahúma el reflejo. El planteamiento era suspender a estas hermanas en un limbo, convertirlas en voyeur de sus propias vidas. Esta era una manera de trasladarlo al escenario”. Alfaro hubiera querido llevar la idea al extremo, teniendo dos paredes reflejantes enfrentadas (un espejo ante un espejo es infinito), pero tuvo que renunciar para asegurar la visibilidad de las entradas y salidas. El vestuario —las tres van en camisón— y el atrezo —un piano cubierto de pajaritas de papel, tres sillas y dos sofás— sí cumplieron los deseos del director: reforzar la idea del limbo, del tiempo en suspensión.
Recuperar a Chéjov se explica para el director y su trío de actrices por su plena actualidad. “En este tiempo sin referentes, el mensaje de Chéjov, usad vuestras vidas para algo que os satisfaga, cobra nueva relevancia”, subraya Alfaro. Mariana Cordero, la Mascha de esta versión, bromea con sus expectativas: “Yo creo que se entenderá lo que queremos hacer. ¡Solo espero que no nos apedreen!”.
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