The Armory Show, una feria para gustar y vender
No hay piezas que pretendan ser rompedoras ni llamar la atención tirando de los más bajos instintos como en otros eventos
No hace mucho tiempo, el director del MoMA, Glenn Lowry, se quejaba en un artículo publicado en The Economist del excesivo número de ferias y bienales de arte que a lo largo del año se celebran en todo el mundo. Manifestaba su preocupación porque, a fuerza de competir entre sí, se convirtieran en un evento deportivo y vaticinaba que solo sobrevivirían las que supieran especializarse. El propio Lowry inauguraba el jueves la decimosexta edición de The Armory Show, que se clausura este domingo, pidiendo una reflexión sobre el arte a la vez que invitaba a neoyorquinos y visitantes a participar en una de las más importantes fiestas de la creación que en esta ocasión coincide con la L 77 Bienal de Whitney; un doblete cultural en el que arte contemporáneo estadounidense tiene un protagonismo casi absoluto.
Aunque la presencia local es la más potente en las dos gigantescas naves del embarcadero del río Hudson, entre las 200 galerías participantes están representados 29 países y la sección especial que anualmente se dedica a un tema o país, le ha tocado en esta ocasión a China; una curiosa elección que evidencia que todo el mundo prefiere estar a bien con el gigante asiático.
En un primer recorrido, sorprende que The Armory Show es una feria en la que no hay piezas que pretendan ser rompedoras ni llamar la atención tirando de los más bajos instintos como ocurre, a veces, en otros eventos similares. No hay motivo para darse la vuelta ante provocaciones baratas. Aquí, el espacio está dividido en dos partes bien diferenciadas, aunque a veces se rompan los límites. La parte de abajo está dedicada a emergentes y la superior a las consagradísimas vanguardias. Vivos abajo y muertos arriba, en versión simplificada de uno de los galeristas. Ocurre lo mismo con los precios. Ni muy altos ni muy baratos. Se aseguraba ayer que una composición del danés Ólafur Eliasson en i8 Gallery de Reykjavik era, con 800.000 dólares, una de las obras más caras de la feria. Asequible para potentes coleccionistas si recordamos algunos de los precios que se han podido ver recientemente en Madrid durante la feria de Arco.
¿Quiere todo esto decir que la feria resulta aburrida? En absoluto. En general, son obras que podrían estar en cualquier museo de arte contemporáneo o en las más que prestigiosas galerías de Chelsea. Por citar unos cuantos ejemplos europeos, señalemos las bellísimas fotografías en blanco y negro de Helena Almeida en la galería Filomena Soares de Lisboa, la escultura Brain of an atheist (El cerebro de un ateo), del belga Jan Fabre en la galería parisina Daniel Templon; las esculturas hiperrealistas de Fredrik Raddum en la galería Brandstrup de Oslo. El plato fuerte, son las neoyorquinas Simon Capstick -Dale Fine Arts, James Goodman Gallery, Pace Prints y Michael Rosenfeld Gallery; todas ellas con los artistas habituales de sus espacios y con un claro predominio de la pintura y la fotografía sobre otros soportes. El vídeo, definitivamente, parece haber pasado a mejor vida o puede que no tenga cabida en una feria de estas características tan comerciales.
Y dentro de la selección de emergentes-consagrados, escasamente representada por españoles, el tercer puesto de las galerías favoritas de los visitantes (ayer era la jornada dedicada a expertos) lo ocupaba la galería madrileña Elvira González con un impresionante espacio dedicado a Elena del Rivero (Valencia, 1949), artista asentada en Nueva York desde hace dos décadas y habitual en galerías y museos de arte contemporáneo como el propio MoMA. La selección de obras sobre papel realizadas entre 1996 y 2011, son una pequeña retrospectiva sobre los temas tratados por Del Rivero, una artista que se hizo famosa en Estados Unidos por sus trabajos inspirados en los atentados del 11-S.
Elena del Rivero lamenta la escasa presencia de artistas españoles en eventos internacionales como este y señala a las instituciones como principales responsables. “No interesa la cultura. Ni siquiera por los beneficios económicos que comporta. Eso aquí lo tienen clarísimo. Saben que la creación es rentable y a ningún político se le ocurre ir en tú contra como ocurre en España”. También lamenta la poca repercusión que tienen algunas iniciativas como la Bienal de Cartagena (Colombia) que se celebra estos días con una selección de potentes artistas escogidos por Berta Sichel y en la que participan 6 artistas españoles. Elena del Rivero protagoniza allí una intervención en el cuartel de la Inquisición llenando de perlas y sedas los barrotes del este monumento cargado de sufrimiento.
Pero volviendo a la feria neoyorquina y a la presencia española, es en la parte superior, la dedicada a las vanguardias, donde se ven artistas españoles sobradamente conocidos. Dos de ellos, Dalí y Miró, ocupan con obra gráfica todo el espacio de la galería barcelonesa Mayoral. Choca ver que junto a la cartela de cada obra se incluya el nombre que garantiza la autoría de la obra, pero no hay que olvidar que fue precisamente en Nueva York donde se detectó el mayor número de falsificaciones del maestro de Cadaqués.
En la internacional Marlborough, una pieza reciente de Juan Genovés, Árido (2013), da pie a un vistoso grupo de obras de Manolo Valdés y a tres sorprendentes esculturas de Santiago Calatrava que representan instrumentos musicales. Más allá, siempre en la parte superior, las pretensiones de museo (puro mercado secundario) se acrecientan con obras de Pistoletto, Motherwell, Karel Appel, Jean Dubuffet, Damien Hirst o una copia de la Mona Lisa de Marcel Duchamp. Y en este último vistazo está la clave sobre la diferencia de esta feria respecto a otras: todo está escogido para gustar y vender. Desde la capital mundial del arte se apuesta sobre seguro y por eso no caben extravagancias. Alto nivel y poco riesgo, como se demuestra en la elección del restaurante estrella de esta edición: Boquería. Bar de tapas. Tal cual, en español. Hacia la una de la tarde del día de la inauguración, el único tumulto de la feria se formó ante el restaurante de comida española. La cineasta Sofia Coppola, flaquísima y vestida de negro, fue una de las primeras en husmear entre las tapas.
Babelia
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