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IN MEMORIAN

Riguroso, poético y magistral

Ideó con su gran amigo Julio Cortázar la colección de dibujos magistrales 'Negro al 10'

Luis Tomasello
Luis Tomasello

Casi siempre ocurre igual. Suena el teléfono, una pregunta vaga para tantear tu estado de ánimo, un silencio y piensas: otra vez alguien se ha ido de este mundo. Cuando muere un pintor alguien me llama, piensa, y tiene razón, que somos una familia y como tal algunos tenemos que recibir las condolencias. Esta vez me han llamado porque conocían mi antigua amistad con el maestro Luis Tomasello, para decírme que murió en enero.

Qué manera menos estruendosa de irse. Lo cierto es que no me ha sorprendido. Huésped en muchas ocasiones en mi casa, nunca lo oíamos marcharse, la prudencia y la discreción le hicieron ser uno de los amigos más elegantes que he tenido.

Con él compartí viajes, ideas y horas. Horas sobre la luz, horas sobre la sutileza, horas sobre Latinoamérica, su pasión y la nuestra. Le veo recostado en mi casa de Conde de Xiquena por los años ochenta o quizá antes, lo recuerdo como un argentino atípico, de pocas palabras y amigo del matrimonio Pompidou, el presidente.

Amigo fiel de Julio Cortázar, confidente de sus viajes por autopistas y de sus amoríos y enamoramientos. Juntos idearon una colección de dibujos magistrales en Paris, Negro al 10: diez poemas de Julio, diez serigrafías de Luis. Una caja/escultura como un ataúd negro. Luis hizo el mausoleo donde reposan los restos de su amigo Cortázar.

Le vi llorar y no era dado al llanto, le conocí amores dolorosos de hombre mayor y eterno adolescente, jugar el papel de campesino del sur de su querida Italia, disfrazarse de hombre rural de un pueblo de Calabria, de galán de cine primo de Mastroianni y amigo del señor de Lampedusa. En el fondo, un buen argentino.

La llamada me hace recordar a nuestra amiga Juana Mordó y una noche de risas en París con Miguel Logroño en casa de Tomasello, con su hijo Germán y algunos amigos, entre los que recuerdo al escritor Agustin Gómez Arcos y a Emilio Sánchez Ortiz , con los que improvisamos una tragedia griega, en griego clásico, sobre una tarima en el taller de Luis, dando un recital en macarrónico de poemas de Paul Eluard con canciones de Lorca. Un disparate adolescente dentro del rigor, el orden y la geometría perfecta del atelier donde todo era blanco y en relieve.

Luis siempre explicó su obra como la consecuencia final de lo simple, un eje como un tronco sólido de un árbol gigante del que flotaban ramas invisibles que proyectaban colores puros que se difuminaban en una perfecta niebla transparente.

“La luna es más poética que el sol porque su luz está reflejada. La búqueda de la luz me ha apasionado toda mi vida. ¿Quizá dependió de que mi padre siciliano fuera de origen griego?”.

Luis se emocionaba con el recuerdo de los ventanales de la catedral de Chartres, el primer recuerdo de su viaje iniciático a Francia en 1956.

Su trabajo, riguroso, poético y magistral, me ha acompañado estos años, con todo lo que esto significa. Me quedo con su amistad y el recuerdo de su afecto.

José Luis Fajardo es pintor.

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