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La esposa que deseó que su marido se casara

'La segunda mujer' narra una historia de amistad que se aleja de prejuicios, pero también el horror de tradiciones y máscaras

Nihal Koldas y Begum Akkaya, en un fotograma de 'La segunda mujer'.
Nihal Koldas y Begum Akkaya, en un fotograma de 'La segunda mujer'.

Umut Dag creció en Viena en el seno de una familia de origen kurdo, pero para él desarrollar la idea de La segunda mujer (Kuma) fue todo un proceso de descubrimiento. Dag, discípulo de Michael Haneke en la Escuela de Cine de la capital austriaca, quería ponerse en la piel, y que el público también lo hiciera, de una madre de familia que decide que su esposo se debe casar otra vez para garantizar el cuidado de su casa. La celebración de una boda en una aldea de las montañas turcas desencadena una serie de acontecimientos que se basan en el juego entre apariencia y realidad. Y los esponsales se ofrecen al espectador como el primer ejemplo: la joven Ayse (Begum Akkaya), que ha sido educada en la disciplina de la tradición, no se casa en realidad con el atractivo Hasan, que va a recogerla a su aldea y por quien se celebra una fiesta. Lo hace con su padre. Esa es la única manera de que pueda viajar a Europa, un lugar con una cultura muy ajena a estas costumbres.

El primer largometraje de Dag, que antes ha trabajado en cortometrajes y producción, se presentó en 2012 en la sección Panorama de la Berlinale y se estrena este viernes en los cines españoles. Para esta opera prima, el director afirma que lo tenía claro: deseaba huir de los estereotipos y de personajes acartonados. Fatma (Nihal Koldas) se ha borrado como persona para poder cuidar de su numerosa familia, con la que vive en un barrio de Viena de mayoría inmigrante. Es ella la que hace uso de la costumbre sin que el marido intervenga para tomar la decisión de que este debe casarse de nuevo. “Sentía mucha curiosidad por cómo se sienten estas madres de la primera generación que se siguen aferrando a sus tradiciones”, explica el realizador, quien recorrió organizaciones de mujeres y los relatos de las amistades de su propia progenitora —una persona no tradicional— para tratar de reconstruir esos rasgos de identidad robada por una idea de bien común.

Desde el momento en que Fatma acoge a la joven Ayse en su casa, ambas mujeres iniciarán una relación de amistad. “Mi película está centrada en ellas; no hay una sola escena en la que no aparezca una de las dos”, explica. "Por eso he optado por no mostrar más de aquellos lugares que están fuera de las fronteras de ese barrio". A lo largo del filme se revelará qué ha llevado a la primera esposa a imponer este matrimonio. Y no solo eso. Una realidad escondida entre las pesadas vestimentas de la tradición irá emergiendo conforme el personaje de Ayse también evoluciona, enfrentado a la sociedad occidental. “Mi película ha sido bien acogida por un sector de las feministas, pero es cierto que crea un debate. No quería contar un cuento de hadas. Esta es una historia sobre mujeres que viven en un sistema patriarcal que parece un matriarcado, y son víctimas de él”, argumenta Dag.

Otra de las obsesiones de Dag, asegura, junto con su co-guionista, Petra Ladinigg, ha sido la de crear personajes profundos, que aparezcan como puntas de un iceberg bajo el cual existen temas como la homosexualidad o la violencia de género. Fatma al fin es una mujer preocupada por ese sistema de apariencias que trata de proteger a toda costa. “Ella vive en una sociedad en la que tiene que llevar una máscara, no quiere demostrar ningún tipo de debilidad”. Pero el edificio que laboriosamente construye a cambio de su existencia termina por derrumbarse.

Dag desea que su cine se mueva en la sutileza de los detalles. “He aprendido de Haneke que la elaboración de una película tiene que ver más con la artesanía que con el arte, la base de una buena película es la pre-producción, la manera en que la preparas, lo más importante es el guion y después el casting que dé vida a los personajes. Suena muy fácil, pero entender qué significa realmente toma mucho tiempo”.

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