Violette Jacquet-Silberstein, violinista en Auschwitz
Deportada desde Francia en 1943, salvó la vida al enrolarse a la orquesta que tocaba en el campo de concentración
La música la salvó de la muerte. Aunque aseguraba que era muy mala tocando el violín, Violette Jacquet-Silberstein escapó a las cámaras de gas gracias a su habilidad instrumental. Deportada a los 17 años a Auschwitz, integró la orquesta de mujeres del campo que tocaba a diario cuando partían y volvían los comandos de trabajo de sus compañeros de desventura y los domingo para entretener a los oficiales alemanes. Como tantos supervivientes del horror del Holocausto, dedicó su vida a testificar en nombre de los que no podían hacerlo. Murió el pasado martes por la noche, a los 88 años de edad, en la residencia para víctimas de la guerra y antiguos combatientes de los Invalides de París, donde vivía desde 2009.
Jacquet-Silberstein nació el 9 de noviembre de 1925 en Petroseni, en Rumania. A los tres años, la familia se mudó a Francia, primero a Boulogne-sur-Mer, y luego a Le Havre. Su padre trabajaba como sastre y vivían los tres con su madre en una misma habitación. A los siete años, descubrió el violín gracias a un amigo músico de la familia y empezó a aprender el instrumento. Cuando Francia fue ocupada por la Alemania nazi y empezó a deportar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, los Silberstein huyeron y se refugiaron en casa de un tío en Lille. Pero, denunciados a la Gestapo, fueron detenidos el 1 de julio de 1943.
La familia pasó primero por el campo belga de Malinas y finalmente, el 31 de julio, emprendió el infernal viaje de tres días a Auschwitz. Nada más llegar, la joven de 17 años fue separada de sus padres, a los que nunca volvió a ver. “En el caso de mi madre lo supe el primer día. Cuando pregunté, la mujer que me tatuaba me mostró las dos chimeneas, a lo lejos. Pregunté si trabajaba en la fábrica. Me contestó: ‘Una fábrica de la muerte’. Y entonces me explicó”, relató en 2009 al diario Le Monde.
La primera vez que los oficiales pasaron revista al bloque en el que se encontraba para buscar voluntarios para la orquesta, no se atrevió a levantar la mano. “Me parecía indecente”, explicó. Dos compañeras se animaron, volvieron con zapatos nuevos y ropa más caliente, y la convencieron. “Quería desaparecer pero no lo conseguí. Finalmente, puede que la música me salvara. Estaba segura de que no saldría con vida y solo quería vivir el mayor tiempo posible”, señaló a un grupo de escolares en 2011, según relata la crónica de la época de La Voix du Nord.
Después de dos tentativas, logró ingresar como una de las 40 elegidas de la orquesta. Por la noche dormía en los bloques comunes, pero a la mañana, mientras que sus compañeros salían a picar piedra, la orquesta acompañaba al son de una marcha militar. Lo mismo cuando regresaban. También ensayaban para dominar el elaborado repertorio de los domingos por la tarde, que representaban ante los oficiales alemanes. “Los mismos monstruos capaces de matar a sangre fría a un niño delante de su madre podían llorar al escuchar un lied”.
En noviembre de 1944, los alemanes evacuaron el campo y la violinista acabó en Bergen-Belsen, donde fue liberada por los ingleses el 15 de abril de 1945. De regreso a París, abandonó el violín —“No por el campo, sino porque era muy mala”— para dedicarse al canto, actuó en varios cabarets de la capital y luego en su propio restaurante en Toulon, en el sur de Francia. Relató su historia en una autobiografía para niños, Les sanglots longs des violons de la mort (Los largos sollozos de los violines de la muerte). El libro inspiró también una obra de teatro, Vis au long de la vie (Vive a lo largo de la vida), presentada en 2008 en Avignon y en 2009 en París.
Babelia
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