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Jugando con la luz en Venecia

La Colección Guggenheim reúne 54 obras de artistas de ayer y hoy, que juntos establecen un diálogo muy sensorial

'Cráneo de leopardo' de Salvador Dalí y Philippe Halsman, 1951.
'Cráneo de leopardo' de Salvador Dalí y Philippe Halsman, 1951.

Venecia es una ciudad coqueta; lleva un milenio reflejándose en el agua. Y cuando se entra a un museo, irremediablemente quedan grabadas en la retina, las luces y las sombras de palacios, calles, puentes, y hasta las mareas altas de los últimos días. La vitalidad de la luz es el hilo conductor de la exposición, Temas y variaciones. El imperio de la luz, inaugurada en la Colección Peggy Guggenheim, y que permanecerá abierta hasta el 13 de abril.

A través de un recorrido por las obras de la colección, el joven comisario, Luca Massimo Barbero, establece un diálogo entre artistas del pasado y otros contemporáneos. Para ello, ha puesto a conversar por primera vez a maestros como Edgar Degas, Henry Matisse, Mark Rothko, Lucio Fontana, Salvador Dalí, Jackson Pollock y Marcel Duchamp con David Hockney, Gerhard Richter, Anish Kapoor, Thomas Ruff, Kiki Smith, Hiroshi Sugimoto y Antoni Tàpies, entre otros.

Los artistas de ayer y de hoy se dan cita en la que fuera la casa de Peggy Guggenheim, sobre el Gran Canal. El palacio posee uno de los jardines venecianos más hermosos; junto a este, se sitúa la sede de las exposiciones temporales, donde se pueden ver 54 obras, divididas en ocho salas, cada una con su respectivo tema: figuras y ojos, lugares, oscuridad y opacidad, el imperio de la luz, espacio y percepción, expresión, inconsciente y naturaleza. Barbero así describe la muestra: “Un recorrido expositivo muy sensorial, un juego entre la luz y el espacio”.

El imperio de la luz, de René Magritte funciona como el gran paraguas que lo cubre todo e iluminó a Barbero para maquinar una muestra con aires irreverentes. “No es solo la obra más amada de los visitantes, sino también, una pieza fuertemente simbólica: la contraposición del día y la noche, la luz y la oscuridad”, destaca. En el enorme óleo (195,4 centímetros por 131,2), pintado en 1954, Magritte representa una calle oscura y nocturna, que contrasta con un cielo azul pastel, lleno de luz. El pintor quiso alterar la realidad: la luz del sol debería ofrecer claridad, pero, aquí se asocia con la oscuridad. En la misma sala, Mattise habla con Joseph Cornell, (Escena para una fábula, 1954) y el artista contemporáneo Nate Lowman (Las Vegas, 1979), que expone dos óleos, Give Em The Finger #2 y Small Rocks, ambos de 2013. En el primero, el gesto provocador del dedo corazón, en primer plano, desaparece en el fondo de una ciudad, que bien podría ser Estambul o Nueva York. En el segundo, los personajes reposan en una roca, cuyas aguas podrían pertenecer a Venecia, o bien, a otro sitio en cualquier parte del planeta. “Crear este tipo de diálogos no es nada sencillo, pero es más interesante, porque a la hora de meter juntos temas y variaciones, en cada sala hay una historia que se cuenta sola”, explica.

René Magritte. 'L’Empire des lumières'. 1953–54.
René Magritte. 'L’Empire des lumières'. 1953–54.

Hay siempre mucha vitalidad en cada sección. De particular interés, la apertura de la exposición, en cuyas paredes cuelga Figura femenina extendida, pintada por Edgar Degas en 1889 y la sonámbula de Kiki Smith (Nuremberg, 1954). En esta última, el protagonista absoluto es el sueño y, al mismo tiempo, las experiencias vividas en el inconsciente, generadas en la oscuridad, que contrastan con la luminosa chica de Degas. No es este el único ejemplo de estos diálogos, como el que se establece entre Antoni Tàpies, con Drap i cocodrill (1968) y Joven triste en tren, creado por Marcel Duchamp, en 1911. Se respira aquí una atmósfera melancólica, tal vez justificada por la carencia de luz y opacidad que ambos artistas quisieron imprimir.

Están también Thomas Ruff y Piotr Uklanskim, el autor hace ya medio siglo de un cráneo inspirado en el de leopardo de Salvador Dalí. Y por último, los árboles casi idílicos de David Hockney y el boque peruano de Thomas Struth. Todo lo anterior deja clara la verdadera función del arte contemporáneo, según Barbero, que “no tiene nada que ver con el espectáculo y no busca crear un efecto de shock para complacer a los medios de información o el márketing. El arte es un modo de ver las luces y sombras”, concluye.

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