La alta costura busca el elixir de la eterna juventud
La pasarela de París se cierra con un vivo debate sobre si el oficio debe modernizarse para apelar a una nueva generación
En un mundo obsesionado por la juventud, ¿quién puede culpar a la alta costura de querer modernizarse? Sobre todo porque este artesanal oficio, que está cerca de cumplir 150 años, vive en el reducto de más tiránica renovación imaginable, la moda. Pero la transformación no resulta tarea fácil cuando, en esencia, eres una disciplina arcaica. La presentación de las colecciones de alta costura para primavera/verano 2014 que hoy termina en París se ha convertido en una conferencia sobre el futuro de los pocos artesanos que todavía pueden confeccionar bordados capaces de emocionar y también sobre como lograr que sus filigranas apelen a una nueva generación.
El diseñador Karl Lagerfeld, a sus casi 80 años, impartió el martes una lección magistral sobre el tema en Chanel. Su colección transciende el llamativo detalle de que todas las modelos desfilaran con zapatillas para correr. El calzado, eso sí, estaba realizado por el artesano Massaro (uno de los que Chanel ha comprado para asegurar su supervivencia) en exquisitas pieles y encajes. El impacto de las chicas descendiendo con pies ligeros por la gigantesca escalinata de un club nocturno futurista al ritmo de la orquesta liderada por Sébastien Tellier lanza claramente el mensaje. Pero es la forma cómo Lagerfeld transforma el corsé –“símbolo definitivo de la costura”, según la casa- en un elemento juvenil y liberador lo que resulta verdaderamente impactante y, por lo tanto, moderno. La primera revolución de Coco Chanel fue oponerse a esta prenda, pero revivir aquella gesta una y otra vez no es lo que llevará su oficio hacia adelante. Se trata de corresponder a su espíritu con decisiones igualmente rompedoras, aunque sean antagónicas.
No es frecuente que Dior y Chanel, casas eternamente rivales, coincidan en algo"
La presencia del corsé transforma por completo la arquitectura de los trajes de Chanel. Las chaquetas se acortan y redondean y las faldas de abomban en las caderas. El resultado sería juvenil sin necesidad de que las zapatillas, riñoneras y coderas enfatizaran la búsqueda de dinamismo. En los trajes de noche, la corsetería desaparece y los vestidos de tul bordado se tornan translúcidos, leves y centelleantes como un vaso de agua al sol. Con la clase de sutileza en la factura que solo la alta costura puede ofrecer. No es frecuente que Dior y Chanel, casas eternamente rivales, coincidan en algo pero en esta temporada ambas se oponen a la idea de que la alta costura deba ser grandilocuente y teatral para justificar su existencia.
Giambattista Valli (Roma, 1966) asegura que su taller entrega unos 500 trajes por temporada tras menos de tres años como costurero. Tal vez no exista mejor prueba de que hay una nueva generación de clientas para la alta costura que su coqueta, traviesa y romántica colección de vestidos de minifalda que entregan las caderas de la mujer como un regalo con un lazo. Menos claro está el destino de los ejercicios conceptuales que Hussein Chalayan (Nicosia, 1970) realiza en su debut en la línea de “semi costura” de la legendaria casa Vionnet. Sus esfuerzos por asimilar la moda al diseño industrial con plisados y superficies lacadas funcionan mejor como planteamiento intelectual que en su materialización plástica sobre el cuerpo. Pero su mera existencia acredita una cierta voluntad de que la costura evolucione. No es el único estreno de esta semana en la que también ha debutado Marco Zanini en Schiaparelli y la firma Ralph &Russo, creada por una pareja de australianos en 2007. Además, Bouchra Jarrar ha participado por primera vez bajo la designación oficial de “creadora de alta costura” y se ha convertido en la primera mujer en lograr esa distinción en décadas. Junto a la rusa Ulyana Sergeenko (que lleva cuatro temporadas en la cita), a los holandeses Viktor&Rolf (que se reincorporaron el pasado julio) y a los franceses Stéphane Rolland, Alexis Mabille y Alexandre Vauthier forman una nutrida nueva generación de costureros.
¿Y qué dicen los anteriores? Giorgio Armani, otro cuasi octogenario, quiso rendirse un homenaje a sí mismo con una exposición y un desfile en el que sacó a relucir la pasión por los viajes que ha sido una constante en sus casi 40 años de carrera. Con trajes realizados en tejidos de corbata masculina, pañuelos en la cabeza y vestidos de trémulos encajes, Armani se atrevió a explorar un territorio nómada que en París permanece asociado a Yves Saint Laurent y Loulou de la Falaise. Por su parte Jean Paul Gaultier, que un día fue el joven rebelde en la fiesta y a los 61 años es toda una institución de la alta costura, celebró la noticia de que el Grand Palais acogerá la retrospectiva sobre su carrera -que ya ha visto un millón de personas en siete países- con una colección que revolotea como las alas de una mariposa.
Una propuesta que demuestra que también hay quien no comulga con la idea de una costura modelada a la medida de la realidad. Frente a los vientos de modernización y realismo, Gaultier defiende la tesis del oficio como un espectáculo de fantasía (en este caso, de cabaret) en el que Dita von Teese aparece con un corsé alado. A su manera, también Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli (de 46 y 49 años) se convierten en vocales de esta teoría. Su colección para Valentino es un homenaje a la ópera en el que los libretos de Lakmé o Aida inspiran extraordinarios vestidos poblados por leones, tigres, serpientes y aves. Aunque es cierto que el teatral motivo se convierte, gracias a su sensibilidad delicada, en una materia dúctil y apta para los requerimientos vitales de una nueva generación. Tampoco entiende de pragmatismos el libanés Elie Saab, de 49 años, que mantiene un saneado negocio de alta costura y presenta en París desde 2003. Su colección, siempre ensoñada y principesca, se detiene esta vez en las pinturas de Alma-Tadema para construir trajes exclusivamente pensados para entregas de premios, grandes galas, bodas y otros escenarios de cuento. Finalmente, no hay unanimidad. Y esa divergencia mantiene vivo el debate sobre si la alta costura debe estar a la altura de la calle o a la de un escenario.
Babelia
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