Una discografía larga e intensa
Nada en el trabajo de estudio de Claudio Abbado es menos que bueno y hay muchas cosas excepcionales
De Pergolesi a Luigi Nono, la carrera discográfica de Claudio Abbado es extensa en años y en repertorio. No en vano fue titular de grandes orquestas ligadas contractualmente a los sellos más importantes. Grabó integrales sinfónicas, óperas, conciertos con solistas, recitales de arias y canciones. Nada en su trabajo de estudio es menos que bueno y hay muchas cosas excepcionales. En un recorrido de urgencia, en el que la memoria y el corazón van por delante de la documentación o el archivo, estos —y otros, pues cada aficionado es un mundo— podrían figurar, por orden cronológico, entre sus mejores discos y dvds.
- Prokofiev: Concierto nº 3. Ravel: Concierto en sol mayor (DG, 1967). Martha Argerich, piano. Un par de genios todavía jóvenes y con el fuego en el cuerpo —en 1967 la pianista tenía 26 años y Abbado 34— ofrecían, con la Filarmónica de Berlín, versiones electrizantes de dos de las obras más significativas del pianismo del siglo XX. Una pareja musicalmente ideal que volvería a encontrarse muchas veces, la última con la Orquesta Mozart hace sólo unos meses. Para mediados de febrero aparecerá en DG una grabación de los dos —la última— con los conciertos 20 y 25 de Mozart.
- Berg: Suite de Lulu. Tres piezas para orquesta, op. 6. Altenberg Lieder, op. 4. (DG, 1970). Con la soprano Margaret Price y la Sinfónica de Londres, Abbado firmaba aquí uno de los grandes discos de su carrera y uno de esos puntos de inflexión que marcan, en la historia de la fonografía, esas grabaciones a partir de las cuales determinadas músicas parecieran pasar, definitivamente, de la cátedra al común de los mortales.
- Verdi: Macbeth y Simon Boccanegra (DG, 1976 y 1977). Dos registros que son pura historia de la fonografía porque marcan un antes y un después de ellos. Abbado revelaba en su Macbeth por qué a partir de ahí empieza el mejor Verdi. En Simon Boccanegra —quizá su cima absoluta como director lírico— hacía justicia a la que ya nadie duda en situar como una de las obras maestras de su autor. En ambos casos con la Orquesta del Teatro alla Scala y unos repartos de ensueño, imposibles de igualar hoy día.
- Mussorgski: Una noche en el Monte Pelado, Preludio de Khovanschina, etc. (RCA, 1980). Un disco sorprendente y revelador. Un Abbado que acaba de ser nombrado titular de la Sinfónica de Londres reúne rarezas de Mussorgski con obras más conocidas pero ofrecidas aquí en sus versiones originales, incluida entre estas una impagable —e histórica por eso— Una noche en el Monte Pelado.
- Rossini: Il viaggio a Reims. (Fonit Cetra, 1984 y DG, 1992). Tomada en vivo en el Festival de Pesaro, con la Orquesta de Cámara de Europa, esta grabación recuperaba la que resultaba ser una maravillosa muestra de un Rossini tardío y olvidado. Con un reparto extraordinario, que ponía en órbita a unos cuantos cantantes de la nueva generación de entonces —Gasdia, Cuberly, Ramey, Araiza— la versión de 1984 no sería superada, en lo estrictamente teatral, por la más cuidada de Berlín, ocho años después, también excelentemente cantada.
- Mendelssohn: Sinfonías (DG, 1985-1988). Abbado tenía una querencia muy especial por el repertorio romántico alemán: Beethoven, Schubert, Mendelssohn… De sus integrales sinfónicas, quizá la de este último con la Sinfónica de Londres sea la más lograda en su conjunto, con ese toque latino tan suyo.
- Nono: Il canto sospeso (Sony, 1992). Abbado era amigo de Luigi Nono y apreciaba intensamente su música y lo que significaba en el contexto de la cultura contemporánea. Es difícil pensar en una interpretación mejor que esta, con la Filarmónica de Berlín, de una obra clave de la vanguardia del siglo XX que ha sabido, además, vencer al tiempo.
- Mahler: Sinfonía nº 3 (DVD Medici, 2007) y Sinfonía nº 9 (Accentus, 2010). Con su Orquesta del Festival de Lucerna, formada por algunos de los mejores solistas del mundo, Abbado nos legó un insólito testamento mahleriano. Siempre le interesó Mahler —su personalidad y su mundo— pero su modo de vivir su música en sus últimos años revela mucho más que eso. Da la sensación de que este Abbado crepuscular encontraba en aquella una forma de trascendencia que, además, como lo muestran las imágenes, necesitaba compartir.
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