Entre el amor a Cortés y a los indios
El dibujante Kim y el filólogo Juan Gil reconstruyen las aventuras de un sevillano de luchó junto a Hernán Cortés y convivió con los taínos durante meses
Pareciera que un académico de la lengua y un dibujante de cómic viven en las antípodas creativas. Pero de la combinación entre Kim Aubert, coautor de la obra maestra El arte de volar (Edicions de Ponent) junto a Antonio Altarriba, y el latinista Juan Gil ha emergido un libro tan valioso por las formas como por el contenido: De lo que vi en las Yndias, editado por Pedro Tabernero en una colección, Osimbo, que ya antes alumbró pequeñas joyas editoriales como Songs by drawings. Homenaje a Leonard Cohen, Cartas a un editor y Aute y parte.
El resultado ni traiciona a la Historia ni renuncia a la belleza. "Hemos creado para la ocasión todos los dibujos y la caligrafía. Lo que es verdad es el personaje, que existió en la realidad. La historia se ha reconstruido fielmente a partir de la declaración de bienes y servicios que presenta la familia del protagonista al poco tiempo de morir el personaje, que fue un hombre muy importante en la conquista de Puerto Rico y México, donde mantuvo una estrecha relación con Hernán Cortés", expone el editor Pedro Tabernero.
Para Juan Gil Fernández (Madrid, 1939), catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, especialista en mozárabes y judíos conversos, estudioso de Nebrija y la Inquisición y académico de la RAE desde 2011, no es la primera incursión en la novela gráfica o el libro ilustrado. De su mano ha salido desde una carta ficticia de Colón hasta un texto para un cómic sobre el descubridor de América. Cuando leyó en el Archivo de Indias, una mina histórica por el volumen y calidad de su material, el legajo donde se detallaban las aventuras del sevillano Juan González Ponce de León entre los siglos XV y XVI, pensó que podría dar lugar a un libro interesante. "Es una vida novelesca", afirma. Lo es. No solo porque el personaje participó en acontecimientos históricos también por su aproximación a ellos.
Durante meses, hasta que en 1495 regresó a España, vivió en las tierras de un cacique taíno como uno más. "Y, lo que es más importante, me comporté como un indio y me convertí en un indio. Anduve correteando semidesnudo por la sabana armado de un arco y unas flechas y, para darme importancia, me embijé como hacían los indios cuando iban a la guerra, es decir, me teñí la cara y el cuerpo de rojo semillas de un árbol", recrea en el libro Juan Gil. Su conocimiento de la lengua taína le resultaría útil a los conquistadores en numerosos episodios, la mayoría mucho más belicosos y sangrientos que la pacífica estancia de 1495.
Los cronistas de Indias son un género en sí mismo. Sin ellas, advierte el escritor José María Merino en una introducción a la obra, "el Nuevo Mundo no habría conseguido la dimensión que tiene, con una información certera, que llega a nosotros desde hace medio milenio, acerca de las poblaciones, los accidentes geográficos, las costumbres, la naturaleza, la flora y la fauna, cargada además de elementos míticos y de avatares aventureros".
Tal vez lo que singulariza el relato de Juan González Ponce de León es que oscila entre dos actitudes contrapuestas: la del guerrero y violento conquistador y la del admirador de la vida indígena. Él se debatió entre el ardor guerrero de los Cortés y Pizarro y la mirada compasiva de los Bartolomé de las Casas. "Echando la vista atrás y haciendo recapitulación de toda mi existencia, pienso que los años más felices de mi vida fueron aquellos en que viví como un indito, libre y despreocupadamente, en la Española. No sé qué habrá sido de mis compañeros de juegos de aquel entonces y tampoco quiero pensarlo. Probablemente no habrán tenido el destino que yo hubiera deseado para ellos", confiesa en la obra.
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