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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Falacias

Rajoy debe de haberse exprimido excesivamente el cerebro para llegar a la sorprendente conclusión de que si hay menos personas en paro habrá más personas trabajando

Carlos Boyero

Leo un reportaje en este periódico que hace notaría de una evidencia escalofriante. Cuenta que a partir de los 35 años puede resultar milagroso que los parados encuentren trabajo. Aunque imagino que las empresas consideraran que algunos escogidos todavía podrían ser rentables si aceptan ser retribuidos en plan trabajo basura. Y tampoco está claro que la mayoría de los que tienen menos de 35 años y están en condiciones para realizar esa actividad tan exótica conocida como trabajo lo consigan. Segun las estadísticas un 55% de los que están viviendo su supuesta edad de oro, solo conocen los lunes al sol, viven de sus familias, ni siquiera han palpado eso tan alentador y que en otros tiempos fuera tan normal de la primera oportunidad para ganarse la vida. La vida debe de ser algo muy angustioso, hostil y desesperante para todas esas personas. Con 25 años o con 50.

Y te preguntas qué sienten cuando ven y escuchan a un señor con barba, cuya profesión es servir a la comunidad y de paso salvarnos a todos del desastre, asegurando con gesto entre triunfalista y contrito que 2012 fue el año de los ajustes, el actual el de las reformas, pero que cuando comparezca en el próximo para contarnos como anda el mercado laboral habrá menos personas en paro y más personas trabajando. Por cierto, el enunciado de lo último es una ofensa a la obviedad. Rajoy debe de haberse exprimido excesivamente el cerebro para llegar a la sorprendente conclusión de que si hay menos personas en paro habrá más personas trabajando. Elemental, querido Watson.

El discurso navideño del monarca, marcado por la inexplicable deserción de parte de sus amados súbditos (ha registrado la peor audiencia en los últimos 15 años), también tuvo su punto gracioso. Su solidario y conmovido recuerdo de las vicisitudes de los jóvenes, los parados, los ancianos, los desahuciados, los inmigrantes, etcétera, entraba dentro de lo previsible en el guion que le escriben sus humanistas asesores, pero lo de que como rey de España quiere trasmitirnos la seguridad de que asume las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad (ayer, al parecer, no) posee su miga. ¿Dónde se estudian esas carreras de la ejemplaridad y la transparencia?

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