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El Woodstock de los negocios

Desde el Sónar al Primavera Sound o el nuevo BIME, los festivales musicales apuestan por potenciar la parte profesional sin desatender la artística

Espacio para profesionales en el Primavera Sound, en el Parc del Forum de Barcelona.
Espacio para profesionales en el Primavera Sound, en el Parc del Forum de Barcelona.Daniel Andrés Ospina López

En los noventa bastaba con grupos y escenarios. Eso, unas barras para refrescar al personal o comer algo, si era menester, y ya se podía llamar festival. Pero como tampoco es plan pasar todo el día de pie viendo conciertos, se crearon las actividades paralelas. En la edad de oro, la primera década del milenio, fueron creciendo. El FIB era el modelo a imitar... Arte en la playa, ciclos de cortos, pasarela de moda... todo muy creativo. La única concesión al comercio era el mercadillo: venta de discos, camisetas y souvenirs variados.

Pero llegó la crisis y eso cambió. La mayoría de aquellas actividades eran deficitarias. Y la falta de subvenciones no solo ha purgado España de festivales; también ha tenido efectos secundarios para los supervivientes. Los contenidos, a ser posible, tienen que ser viables. Quizá por eso en los últimos tiempos se ha desarrollado un nuevo fenómeno: las ferias profesionales como parte del festival.

En noviembre, cuando en Madrid se celebraba Expoclásica, la primera feria de música clásica en España, en Bilbao debutaba el BIME, Bilbao International Music Experience, el primer festival del que se tiene noticia nacido con la intención de que la parte profesional sea más importante que la musical. Es revelador que el recinto escogido para la cita fuera un palacio de congresos, el faraónico BEC. En diciembre se celebró el Madrid Music Days, jornadas profesionales centradas en la música electrónica nacional.

A estos recién llegados, que no son los únicos, hay que sumar los veteranos. En octubre tuvo lugar la quinta edición de Monkey Week (MW) de Puerto de Santa María. Tiene dos partes. Por un lado, una plataforma para grupos nuevos, españoles, que tocan en un circuito de bares y salas repartidas por el centro de la localidad gaditana. Por el otro, hay un intento de reproducir modestamente el modelo que algunos profesionales habían visto en el más exitoso de los certámenes mundiales de este estilo: el South By Southwest de Austin. Un macroevento que invade la ciudad tejana durante una semana en marzo.

Cientos de bandas de todo tipo tocan en clubes, pero también en barberías, iglesias o en la calle. Miles de profesionales acuden intentando descubrir cuál será la próxima sensación, qué pueden fichar para sus propios certámenes. “En Austin he llegado a cerrar un acuerdo para traer un grupo a Madrid en el ascensor de un hotel”, dice Barnaby Harrod, de la promotora Mercury Wheels. “Funciona muy bien. Ves a un grupo en un espacio pequeño y conoces a su representante en horas”.

Su versión española sin embargo está todavía en pañales. “La plataforma de grupos siempre ha ido bien, pero las jornadas profesionales son otra cosa. Este año, por primera vez, hemos notado que se empezaba a mover algo a nivel profesional, que se llegaban a acuerdos”, dice Tali Carreto, uno de sus responsables. “Pero no veas si nos ha costado”.

Quizá se deba a que se celebra en uno de los extremos de la Península; si se pretende atraer a profesionales de todo el orbe, Bilbao o Barcelona podrían ser más adecuados. Pongamos el caso del Primavera Sound de Barcelona. El certamen con mayor proyección internacional de los que se celebran en España, creó un área pro en 2010. “Nace cuando se constata que en la zona VIP se reúnen una gran cantidad de profesionales. Se había convertido en un lugar de encuentro para mánagers, agentes o sellos y decidimos crear un lugar específico para ellos”, cuenta Almudena Heredero, responsable de Primavera Pro. En 2013 contaron con casi 2.000 participantes, entre representantes de 200 sellos y otros tantos festivales. En esa cuarta edición crecieron un 42,5%. Cada acreditación cuesta un mínimo de 200 euros.

El pionero, y al que todos señalan como modelo es el Sónar. Hasta en el nombre. Su zona profesional, ahora conocida como Sónar + D, se llamó en su fundación en 1993, Sónar pro. “Desde la primera edición se decidió que había que hacer algo para los profesionales”, dice Ventura Barba, responsable del área. “Era muy rudimentario. Hemos ido avanzando, pero en los primeros años creíamos que en el sector de la música, básicamente la electrónica, había que cubrir unas necesidades, compartir experiencias, y establecer una base para la ayuda mutua”. Veinte años después es una referencia y la feria profesional de electrónica más grande de Europa, con 3.255 profesionales acreditados.

Lo que resulta más complicado es saber si estas zonas cumplen con su propósito. Recaudan con la participación, sobre todo institucional. Muchos países cuentan con oficinas con exportación de música. Desde Argentina hasta Canadá, los países invitados llegan a los festivales para presentar a sus grupos más importantes, o exportables. Los sellos o los festivales exponen su oferta, pero ¿realmente se contrata?, ¿se vende?, ¿se cierran acuerdos? En teoría, sí, pero nadie se aventura a cuantificarlo. “Es casi imposible”, dicen desde Primavera Sound. “Muchos acuerdos no se cierran en el mismo festival, sino después, aunque los contactos se han establecido allí”. Coincide en esa opinión Barnaby Harrod. “Pondré un ejemplo. Entre que contacté a Bon Iver y que vino a tocar pasaron dos años. Pero si no hubiera ido al South by Southwest no lo hubiera traído”.

“La utilidad varía mucho”, dice Marc Ventosa, de la promotora Miles Away, y asistente habitual. “Lo que pasa a veces es que la gente viene a la fiesta, y borrachos a las doce de la noche en la zona pro, es complicado que salga nada serio”.

Quizás por eso el futuro, aventuran desde Primavera Sound, está en independizar ambos eventos. “Que acudir a la parte profesional no signifique necesariamente ir al festival. Aunque es la parte de la experiencia más interesante para casi todo el mundo”. Desde Sónar van un paso más allá. Apuestan por desligarlo no ya del festival, sino de la misma industria, entendida en sentido clásico. Menos de la mitad, el 46%, de las 1.685 empresas acreditadas en 2013 en la parte profesional del festival son específicamente musicales. El resto van desde universidades, el 6%, a tecnológicas, el 22%. “Ahí está el futuro, en la cooperación. Las ferias profesionales tradicionales irán cayendo poco a poco. Pero la creación de negocio fuera del modelo clásico está en auge”.

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